Los cazadores de cabezas resurgen en las selvas de Borneo
Un conflicto inter¨¦tnico revela la supervivencia en Indonesia de scangrientas tradiciones tribales
La carne humana se consume r¨¢pidamente en medio del calor de la jungla, pero todav¨ªa se puede reconocer lo que una vez fue un ser humano. Debajo de la maleza, y de lo que queda de la ropa, pueden distinguirse brazos, piernas y v¨¦rtebras. Hay cinco esqueletos, todos de mujeres. Pero falta algo: las cabezas de los cinco esqueletos. Y seg¨²n los trabajadores del caucho que llevaron a los periodistas del diario brit¨¢nico The Independent al lugar, hay otra cosa extra?a: adem¨¢s de la ausencia de cabezas, cada cuerpo presenta una herida profunda a trav¨¦s de la que le sacaron el coraz¨®n.Un poco m¨¢s alla, en la jungla, cerca de la carretera que lleva al pueblo de Salatiga, est¨¢ la colonia donde viv¨ªan las v¨ªctimas. La mezquita con el techo de esta?o est¨¢ sin tocar, pero a su alrededor la escena es de absoluta devastaci¨®n: cada una de las casas, que antes alojaban a granjeros migrantes, trabajadores del caucho y buscadores de oro, ha quedado reducida a vigas quemadas, vidrio fundido y hierro ondulado.
La destrucci¨®n es extra?amente selectiva, pero las escenas se repiten por todo el camino que conecta Pontianak, la capital de la provincia indonesia de Kalimant¨¢n. Occidental, con el interior de Borneo, una de las islas m¨¢s grandes, pero menos alcanzables, del mundo. Incluso ahora, Salatiga -junto a otras colonias- parece la escena de una reciente guerra. Pero hace cuatro meses, seg¨²n los habitantes de la zona, la situaci¨®n fue incluso m¨¢s horrorosa. Cuerpos mutilados de mujeres, hombres e incluso ni?os, sin cabezas, yac¨ªan al lado de la carretera. Bandas armadas de la tribu dayak, con pintadas de guerra, patrullaban la jungla con lanzas, espadas y rifles para cazar a los colonos madureses (de la vecina isla de Madura) cuyas casas hab¨ªan quemado. A los que pillaban, les disparaban y luego, les cortaban la cabeza. Entonces, seg¨²n los testigos, les arrancaban sus corazones y se los com¨ªan.
Estas historias representan las primeras pruebas firmes de lo que hasta ahora hab¨ªa sido poco m¨¢s de un rumor terror¨ªfico: una guerra ¨¦tnica, que empez¨® con un supuesto asesinato de unos dayak, los habitantes originales de la isla, por un grupo de inmigrantes pobres madureses a finales de diciembre pasado y termin¨® en una revancha de un salvajismo dif¨ªcil de imaginar en Indonesia, una de las econom¨ªas m¨¢s poderosas de Asia y la cuarta naci¨®n m¨¢s poblada del mundo. Esta guerra se ha cobrado cientos, incluso miles, de vidas y ha dejado a muchos m¨¢s personas sin hogar.
Durante miles de a?os, antes de la llegada de holandeses y brit¨¢nicos, dominaron Borneo una colecci¨®n de tribus que practicaban un tipo de animismo y sobrevivieron gracias a la caza y la agricultura. Las partes en conflicto son dos de esos muchos grupos ¨¦tnicos de Indonesia. Los dayak son los habitantes originales de Borneo, infames durante el siglo XIX por su salvajismo. Los guerreros dayak aumentaban su prestigio con la colecci¨®n de cabezas de las tribus rivales ganadas en incursiones. Se cre¨ªa que el coraz¨®n, los sesos y la sangre les proporcionaba poderes a los que los consum¨ªan. Las tradiciones m¨¢s sangrientas de los dayak fueron prohibidas por los colonizadores cristianos, pero desde la derrota de los japoneses en 1945, los dayak han disfrutado de la ciudadan¨ªa plena de Indonesia. A pesar de la modernizaci¨®n, esta tribu sigue fiel a sus creencias, aunque es muy cierto que los dayak siguen marginados, con niveles bajos de educaci¨®n y sanidad y con poca representaci¨®n en la pol¨ªtica, el Gobierno local o los negocios. Adem¨¢s, cada vez m¨¢s, la provIncia de Kalimant¨¢n Occidental se ha convertido en propiedad, administraci¨®n y provecho de inmigrantes de otras partes del sureste de Asia, principalmente Malaisia, China y de las islas indonesias de Java y Madura.
Los madureses llevan tiempo emigrando a Borneo, junto a malayos, chinos y javas, en busca de oportunidades econ¨®micas. Sin embargo, no les ha ido muy bien. Como los dayak, son pobres, y con su fama de toscos, de propensos a la violencia armada, y creyentes de una forma radical del islam, han sido marginados tambi¨¦n. Al producirse la noticia del asesinato de dos de los suyos el 30 de diciembre, m¨¢s de 5.000 dayak atacaron y quemaron las casas de los madureses. Al menos 6.000 personas huyeron a la costa. Seg¨²n Stephanus Djeung, director del Instituto de Estudios del Dayak en Pontianak, m¨¢s de 300 madureses perecieron s¨®lo en Salatiga, y alrededor de 1.700 personas, incluidos 100 dayak, murieron en el conflicto.
Los acontecimientos siguientes al asesinato muestran la incre¨ªble supervivencia de tradiciones tribales que se hab¨ªan dado por muertas y que fueron tan expl¨ªcitamente contadas en el libro Cazadores de cabezas de Borneo, del explorador Carl Bock, en 1881. La revancha dayak se expres¨® de forma ritual y seg¨²n las viejas y brutales tradiciones de caza de cabezas, canibalismo y brujer¨ªa. Tras hacer una llamada a todos los miembros de la tribu e imponer tres condiciones para aplicar la venganza -no quemar ninguna mezquita ni edificio estatal y no saquear- la guerra fue lidiada sin escr¨²pulos. "S¨®lo mataron a madureses, no a javaneses o malayos. Quer¨ªan hacer evidente que su queja era con la gente, no con el islam o el Gobierno. Pero aparte de eso, mataron sin excepci¨®n, desde pollos hasta ancianos, pasando por beb¨¦s. Sin ninguna excepci¨®n", explica el padre Yerem¨ªs, un cura holand¨¦s que ha vivido en el pueblo de Menjalin durante 16 a?os. El Gobierno de Yakarta, que dirige un pa¨ªs de m¨¢s de 200 millones de habitantes y 300 grupos ¨¦tnicos con el lema Unidad en la diversidad, niega la existencia del conflicto, y s¨®lo reconoce alrededor de 300 muertos.
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