La cuesti¨®n europea
La cumbre de Amsterdam ha puesto de manifiesto la fragilidad de la construcci¨®n europea de la que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, dependen nuestras vidas. Aunque el fracaso m¨¢s aparente se refiere a la reforma institucional necesaria para la futura ampliaci¨®n hacia el Este, los problemas de fondo siguen siendo los impactos econ¨®micos y sociales de la convergencia hacia el euro y el d¨¦ficit democr¨¢tico de la pol¨ªtica europea. Ha bastado que una nueva manipulaci¨®n pol¨ªtica (la convocatoria por Chirac de elecciones anticipadas para hacer tragar el euro a los franceses) se haya encontrado con el rechazo de los ciudadanos, para que se hayan multiplicado los signos de distanciamiento con respecto al euro, a Maastricht y a las pol¨ªticas macroecon¨®micas de austeridad impuestas en nombre de una l¨®gica abstracta cuya racionalidad es proclamada, que no explicada, por tecn¨®cratas irreversiblemente alejados de aquellos a quienes pretenden servir. Aprovechando el resquicio, y aun teniendo una econom¨ªa fuerte y competitiva, Suecia se ha descolgado del primer grupo del euro, supuestamente convocado para el 1 de enero de 1999, uni¨¦ndose as¨ª al Reino Unido, Dinamarca y, por razones diferentes, Grecia. Es posible que Finlandia proceda en el mismo sentido. Jospin ha afirmado con rotundidad que Francia entrar¨¢ en el mismo grupo que Italia y Espa?a: ello permitir¨ªa a Francia situarse en un t¨¦rmino medio entre estos pa¨ªses y Alemania, aumentando su margen de maniobra. Los conservadores alemanes siguen afirmando que Italia s¨®lo entrar¨¢ si cumple estrictamente los criterios de Maastricht. Pero poca credibilidad les queda despu¨¦s del incre¨ªble intento de maquillar sus estad¨ªsticas de d¨¦ficit p¨²blico mediante la revaluaci¨®n de las reservas de oro, provocando un conflicto con el Bundesbank, apoyado por la opini¨®n p¨²blica. En esas condiciones, tambi¨¦n en Alemania han surgido llamadas al aplazamiento del euro, tanto desde la derecha (democracia cristiana b¨¢vara) como desde la izquierda socialdem¨®crata. Seg¨²n los sondeos, un 82% de alemanes quiere un aplazamiento del euro en el caso de que no se cumplan los criterios estrictos establecidos en Maastricht. En la reuni¨®n de partidos socialistas en Malmoe, Tony Blair y Lionel Jospin pusieron en un aprieto a algunos de los padres de Maastricht, como Jacques Delors y Felipe Gonz¨¢lez, record¨¢ndoles lo obvio, que la macroeconom¨ªa no sustituye a la pol¨ªtica y que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, los ritmos del euro ser¨¢n marcados -qui¨¦rase o no- por los ciudadanos, no por, los mercados financieros o por la interpretaci¨®n de dichos mercados por parte de los l¨ªderes pol¨ªticos. A fin de cuentas, el temor de los socialistas a ser considerados responsables de una crisis de la construcci¨®n europea les llev¨® a conclusiones en defensa del euro, a la vez que afirmaban la prioridad de las pol¨ªticas sociales y de creaci¨®n de empleo. Y en Amsterdam, Francia recibi¨® satisfacciones simb¨®licas, en realidad no muy distintas de lo que ya hab¨ªa proclamado en varios momentos la Uni¨®n Europea, como han afirmado con raz¨®n algunos eur¨®cratas. O sea, se integraron relativamente las posiciones mediante palabras. Y ¨¦se es el problema, que lo que se resuelve en palabras sin precisar c¨®mo se consigue a la vez la integraci¨®n europea, la creaci¨®n de empleo y el mantenimiento del Estado del bienestar, no tranquiliza ni a los mercados ni a los ciudadanos. As¨ª las cosas, la esperada cumbre europea del 16-17 de junio se vaci¨® de contenido, aplazando las negociaciones para la ampliaci¨®n y frenando la reforma institucional, al tener que centrar todos los esfuerzos en una reafirmaci¨®n de la seriedad del proyecto de moneda ¨²nica, al tiempo que se hacen nuevas promesas a los ciudadanos. D¨ªgase lo que se diga, el euro se ha puesto en cuesti¨®n y cada elecci¨®n europea (incluida la decisiva alemana en el oto?o de 1998) se va a convertir en un refer¨¦ndum sobre las pol¨ªticas de rigor, asociadas al euro, y sobre la crisis de la soberan¨ªa nacional de la que, hoy por hoy, depende la democracia. M¨¢s a¨²n, aunque el tratado de Amsterdam carece de grandes novedades sobre el de Maastricht, tendr¨¢ que ser ratificado por varios pa¨ªses, y ese paso puede llevar a nuevas crisis de confianza en el proyecto europeo tal y como se concibe actualmente.En realidad, los peores enemigos de Europa son los que se obstinan por el m¨¦todo del tr¨¢gala, sin atreverse a abrir el debate sobre lo que realmente. est¨¢ pasando. Y lo que est¨¢ pasando es que en la pol¨ªtica y econom¨ªa europeas se solapan tres procesos distintos, aunque relacionados: la integraci¨®n europea, la globalizaci¨®n econ¨®mica y la liberalizaci¨®n y desregulaci¨®n de los mercados, incluido el mercado de trabajo. Lo que se presenta como condiciones necesarias para la construcci¨®n europea son a menudo factores de competitividad en la nueva econom¨ªa global. Y la asimilaci¨®n entre competitividad y liberalizaci¨®n implica la sumisi¨®n a un modelo ¨²nico de capitalismo, algo que contradicen los datos del desarrollo econ¨®mico reciente en el Pac¨ªfico asi¨¢tico e incluso algunas experiencias europeas como la de Irlanda. Esta asimilaci¨®n de procesos distintos y de diferentes modelos posibles en una verdad ¨²nica cuantificada y fechada arbitrariamente por los tecn¨®cratas de Maastricht es una manipulaci¨®n tan grosera que puede ya decirse que as¨ª no, as¨ª no habr¨¢ euro ni Europa. Descorramos la cortina de humo recordando algunos hechos b¨¢sicos.
El euro es importante porque hace irrevesible el proceso de unificaci¨®n econ¨®mica europea y sienta las bases para una soberan¨ªa compartida entre los Estados nacionales. El euro es un hecho pol¨ªtico disfrazado de necesidad econ¨®mica. Despu¨¦s de todo, sigo sin entender por qu¨¦ se quiere un euro fuerte (distinto de estable) que gravar¨¢ considerablemente las exportaciones europeas. El pa¨ªs m¨¢s decididamente eur¨®filo es Alemania. Y es porque la Alemania reunificada es una potencia que s¨®lo puede desplegar sus alas sin asustar a sus vecinos en el marco de una Europa integrada. Y s¨®lo puede integrarse competitivamente en la econom¨ªa global si rebaja el valor del maco sin. perder estabilidad. De ah¨ª el intento de integrar a Francia en un euro menos fuerte que el marco, pero no a Italia, que se percibe como fuente de inestabilidad. Se presenta como obvio que para que haya una moneda ¨²nica las econom¨ªas tienen que ser relativamente homog¨¦neas. ?Pero es pensable que dicha homogeneidad pueda mantenerse sin altibajos aunque llegaran a converger en un determinado momento? M¨¢s a¨²n, ?qu¨¦ nivel de convergencia es realmente necesario? Si Extremadura y Catalu?a no convergen (y aun as¨ª funcionan en pesetas), ?por qu¨¦ tienen que converger Portugal y Suecia para compartir el euro? La respuesta, ¨¦sta s¨ª obvia, es que lo que tiene que converger son las pol¨ªticas presupuestarias y monetarias, que son precisamente los instrumentos de pilota-
je de las econom¨ªas de mercado. Y aqu¨ª est¨¢ la madre oculta del eurocordero. Se establece un rasero de pol¨ªtica econ¨®mica adaptado, por un lado, a las necesidades pol¨ªticas (y psicol¨®gicas) alemanas, y por otro lado a los criterios de los mercados financieros que est¨¢n integrados globalmente. Es la globalizaci¨®n de los mercados de capitales la que dicta las condiciones del euro, y no al rev¨¦s.Por otra parte, desbordando el ¨¢mbito estrictamente monetario, la movilidad de las inversiones en todo el mundo presiona hacia la igualaci¨®n relativa de las condiciones de dicha inversi¨®n en distintas ¨¢reas de la econom¨ªa mundial, tanto en las condiciones de trabajo, salarios y prestaciones sociales como en la regulaci¨®n, de los Gobiernos. En eso consiste la liberalizaci¨®n: en dejar que sean los mercados los que vayan determinando las condiciones m¨¢s favorables para la inversi¨®n, seleccionando pa¨ªses y regiones. En ese sentido, Maastricht es la versi¨®n europea de las pol¨ªticas que el Fondo Monetario Internacional lleva a?os imponiendo en los pa¨ªses de econom¨ªas d¨¦biles. As¨ª la integraci¨®n pol¨ªtica, la globalizaci¨®n y la liberalizaci¨®n se han convertido en las tres caras de una misma moneda: el euro.
?Por qu¨¦ los gobernantes europeos, incluidos quienes construyeron los Estados del bienestar y quienes como Jacques Delors y Felipe Gonz¨¢lez se preocupan sinceramente por los trabajadores y los ciudadanos, son dogm¨¢ticos con relaci¨®n a Maastricht y a los plazos del euro? Porque, en su visi¨®n, ¨¦sta es una oportunidad hist¨®rica para construir una Europa de soberan¨ªa compartida, poniendo fin a siglos de guerras y destrucci¨®n entre europeos, afirmando la independencia de las culturas e instituciones europeas frente a Estados Unidos y al Pac¨ªfico asi¨¢tico. Porque competir en la globalidad parece exigir unas reglas del juego que muchos pa¨ªses no cumplen y que algunos Gobiernos pueden caer en la tentaci¨®n de no cumplir. De ah¨ª la creaci¨®n de reglas autom¨¢ticas, cuantificadas y de plazos dados, independientes de la voluntad d e los Gobiernos, con multas inveros¨ªmiles para los d¨ªscolos, con el objetivo de suscitar un proceso que, superando la debilidad de la carne, nos lleve a un estadio superior de econom¨ªa y civilizaci¨®n, a la Europa seg¨²n Maastricht. Y una vez creado este mecanismo, sus autores han ligado sus nombres y su puesto en la historia -como acaba de declarar Kohl expl¨ªcitamente- a jugar esta carta hasta el final. Porque si ganan ser¨¢n realmente los padres de la nueva Europa. Y vivir¨¢n eternamente.
Pero ?y si pierden? ?Y si una parte importante de los ciudadanos se resiste a perder su Estado del bienestar y sus condiciones de trabajo en aras de una competitividad hacia logros confusos? ?Y si a la globalizaci¨®n abstracta oponen su identidad concreta? ?Y si frente a la p¨¦rdida de soberan¨ªa nacional se refugian en la identidad local y regional? ?Y si ante el incumplimiento de promesas por parte de los unos y los otros, al tener los gobernantes las manos atadas por la l¨®gica de los mercados, van derivando los ciudadanos hacia los demagogos y agoreros? ?Y si, en medio de esta confusi¨®n, en una econom¨ªa mundial que acelera sus ritmos y aumenta su complejidad, los capitales y las empresas desplazan masivamente sus inversiones hacia Estados Unidos y los mercados emergentes? Al fin y al cabo, en 1995, mientras se estancaba la inversi¨®n en Alemania, las empresas alemanas invirtieron 32.000 millones de d¨®lares fuera de su pa¨ªs. Si se pierde el control en la conducci¨®n del euro y se sigue manipulando el debate pol¨ªtico sobre sus consecuencias, los mercados financieros abortar¨¢n la moneda europea y las empresas tendr¨¢n que elegir entre imponer sus condiciones aquende o desplazar su producci¨®n allende. Si todo eso sucede, y pudiera suceder, recordaremos una dulce primavera en donde se marchitaron nuestras esperanzas tronchadas por el viento de un mesianismo impaciente que no supo encontrar el pulso sereno de la historia.
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