Las reglas del arte, cuesti¨®n de fondo
Dentro de los usos y costumbres que hasta el momento han regido la vida de los museos, hay un conjunto espec¨ªfico de reglas que orienta la pol¨ªtica de pr¨¦stamos. Pues bien, entre ellas, hay tres que podr¨ªamos calificar como "de principio", porque, por su palmaria importancia, de no cumplirse, impiden que ni siquiera se considere la posibilidad de un pr¨¦stamo.Sin que el orden en que a continuaci¨®n las enuncio implique relaci¨®n, la primera se refiere a las caracter¨ªsticas materiales en s¨ª de la obra en cuesti¨®n, como el tipo de soporte, el tama?o o la t¨¦cnica, en funci¨®n de las cuales puede haber un riesgo grave. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando una pintura tiene como soporte una tabla, o cuando su formato es, por descomunal, de muy dif¨ªcil o peligroso manejo, o, en fin, cuando la t¨¦cnica con que fue ejecutada la hace muy vulnerable. Esta regla se aplica al margen del estado de conservaci¨®n de la obra y, para entendernos, funciona un poco de la misma manera que cuando un m¨¦dico desaconseja a un enfermo hemof¨ªlico que juegue al f¨²tbol.
La segunda regla, no por m¨¢s aleatoria menos relevante, atiende ya al estado concreto de conservaci¨®n de la obra, cuyas deficiencias al respecto pueden ser tan notoriamente graves que salten a la vista de un observador atento. En este sentido, nadie necesita un estudio t¨¦cnico para percatarse de que la mayor parte de los cuadros de Leonardo, Las h¨ªlanderas, de Vel¨¢zquez o el Guernica, de Picasso muestran graves problemas de conservaci¨®n. En casos como estos los informes t¨¦cnicos, m¨¢s que demostrar lo que est¨¢ a la vista, sirven para explicar el por qu¨¦ de su notorio deterioro o c¨®mo no agravarlo.
La tercera regla no tiene relaci¨®n alguna con la conservaci¨®n f¨ªsica de una obra determinada, pero nos recuerda que el arte guarda una estrecha y esencial dependencia con la, cultura, sin la cual obviamente el valor atribuible al arte ser¨ªa nulo. Esta regla, que preserva el decoro de una instituci¨®n, es la que impide que un museo preste algunas de sus m¨¢s caracter¨ªsticas obras maestras, porque son las que definen la identidad b¨¢sica del mismo. As¨ª, por ejemplo, ocurre con Las Meninas en el Prado, con La ronda nocturna en el Rijkmuseum y con La Gioconda en el Louvre. Se trata de obras que jam¨¢s se deben prestar aunque, no haya ninguna raz¨®n relativa a su conservaci¨®n que lo impida.
Resulta obvio que el Guernica de Picasso, de formato gigantesco, p¨¦simo estado de conservaci¨®n y, sin duda, la obra m¨¢s importante del Reina Sof¨ªa, cae de lleno en las prescripciones comentadas, que desaconsejan su pr¨¦stamo temporal. Huelga decir que tampoco cumple pr¨¢cticamente ninguna otra regla "secundaria" de las que se manejan cuando normalmente se analiza la pertinencia de conceder o no un pr¨¦stamo. En realidad, las razones para prestar una obra como el Guernica nada tienen que ver con los usos museogr¨¢ficos, ni tiene relaci¨®n alguna con ning¨²n otro de naturaleza cient¨ªfico-cultural. Tampoco tienen nada que ver con lo que se entiende por pol¨ªtica cultural, que es una concepci¨®n de la pol¨ªtica al servicio de la cultura, sino m¨¢s bien con un uso vicario del arte al servicio de una pol¨ªtica interpretada desde una ¨®ptica exclusivamente partidista.
De llevarse a cabo el pr¨¦stamo, nadie podr¨¢ dudar que ¨¦ste se ha producido a instancias de una presi¨®n pol¨ªtica de partido y, como tal, que se trata de un trofeo pol¨ªtico. El ¨²nico tema de fondo a debatir al respecto es, por tanto, el de la legitimidad del secuestro pol¨ªtico y/o social de las instituciones culturales. El patrimonio hist¨®rico-art¨ªstico es un legado heredado cuyo destino no podemos dirimir a nuestro arbitrio, ya que ni lo hemos creado nosotros, ni propiamente nos pertenece. Quiero decir que ha llegado hasta nosotros porque sucesivas generaciones lo han conservado y su usufructo concierne y corresponde por igual al lugare?o como al forastero.
No puedo predecir el nivel de deterioro f¨ªsico que podr¨¢ padecer el famoso cuadro con un traslado como el que se anuncia, ni si la repercusi¨®n de ¨¦ste ser¨¢ inmediatamente palpable. Pero, sea cual sea el deterioro material, de lo que no me cabe la menor duda es del da?o moral que producir¨¢ este precedente. A partir de ahora, ?qui¨¦n se pondr¨¢ un l¨ªmite para usar el patrimonio art¨ªstico a su antojo?
Al convertir el arte en un espect¨¢culo, nos colocamos al borde de un abismo. Y lo que peligra no es una obra, sino, exactamente, la supervivencia del arte. ?sta es, a mi entender, la cuesti¨®n de fondo.
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