Si esto es un hombre
Se puede discutir interminablemente del contenido democr¨¢tico de diversos nacionalismos o del mismo nacionalismo en diferentes momentos (le su historia. Se puede discutir sobre la posibilidad misma de construir una sociedad si sus individuos no comparten las memorias y no se ponen de acuerdo sobre los olvidos que constituyen lo que Renan llamaba una naci¨®n. Se puede discutir, en fin, de las inevitables p¨¦rdidas de vidas humanas que cuesta alumbrar esta gran invenci¨®n de los tiempos modernos, pues si quienes, combat¨ªan el absolutismo en nombre de la libertad no se' hubieran sentido impulsados por el amor a la patria tal vez habr¨ªan desistido del empe?o.Pero si todo eso forma parte del debate hist¨®rico y pol¨ªtico sobre el nacionalismo no es en absoluto discutible que en la Europa del siglo XX "los nacionalismos patri¨®ticos de una u otra ¨ªndole han victimizado a las minor¨ªas que viv¨ªan entre ellos", como recuerda Gabriel Jackson en su ¨²ltimo libro. Se dir¨¢: hay muchos nacionalismos y muy diversos nacionalistas. Y as¨ª es, en efecto. Pero en. nuestro siglo s¨®lo han existido dos ideolog¨ªas que, una vez conquistado el poder, han sido capaces de proceder a masivas empresas de exterminio: el comunismo con su Gulag y el nazismo con su Lager. En uno y otro caso, dos ideolog¨ªas de salvaci¨®n, comunista una, nacionalista otra, identificadas en su origen con los m¨¢s elevados id¨¦ales humanos, se transformaron en dos espantosas maquinarias de aniquilaci¨®n.
Aniquilaci¨®n no siempre de la vida de sus v¨ªctimas sino de sus conciencias como seres humanos. El descenso a los infiernos que han narrado algunos de los que pudieron volver -Eugenia Ginzburg cuando emerge del Gulag y escribe En el torbellino; Primo Levi cuando sale del Lager y se pregunta Si esto es un hombre- nos ha forzado a mirar de frente al m¨¢s horrible de los misterios del hombre: su fr¨ªa y sistem¨¢tica capacidad para despojar al inocente de su condici¨®n humana convirti¨¦ndolo en culpable. Ambos, Ginzburg y Levi, resistieron; ambos consiguieron mantener la conciencia de s¨ª y escribieron de sus verdugos esos libros, asombrado, incr¨¦dulo, como si todo hubiera, sido, un error, el primero, tremendo en su implacable indagaci¨®n del mal radical, el segundo, pero ambos libres de rencor y de cualquier ¨¢nimo de revancha.
La tortura sufrida por los rehenes de ETA es de la misma naturaleza que la inflingida, a Ginzburg y a Levi. En todos los casos se trata de despojar de su humanidad a un inocente para presentarlo corri¨® culpable y disponer de su vida. No se es hombre cuando hay que pasar a?os enteros sin hablar, encerrado en un hoyo que se comunica al exterior por un agujero en el que los verdugos depositan la comida. No se es hombre, pero s¨®lo porque se es hombre se puede causar tanto sufrimiento y s¨®lo porque se es hombre se puede resistir: un le¨®n acaba con su presa de una dentellada; un perro no habr¨ªa aguantado tanto tiempo el, trato que se da a este hombre. Y es ese resto de humanidad conservado en la conciencia lo que permite a quienes han atravesado esa espantosa experiencia elevarse luego sobre sus guardianes como sus m¨¢s inexorables acusadores.
Ning¨²n aspaviento es necesario para formular la acusaci¨®n: basta la mirada de la v¨ªctima. Sab¨ªamos que este nacionalismo pod¨ªa ser despiadado y, masacrar a clientes de un supermercado o a ni?os que jugaban en un patio. Pero nunca hab¨ªamos sido confrontados a. la mirada de un hombre a quien durante m¨¢s de un a?o y, medio se ha pretendido despojar de su condici¨®n humana.. Jorge Sempr¨²n ha relatado, en una p¨¢gina admirable, la impresi¨®n de verse como en un espejo en la mirada de los tres oficiales aliados con quienes tropez¨® al salir de Buchenwald. Sin necesidad de palabras, hoy sabemos todos, nacionalistas _o no, lo que ese cruce de miradas significa: sabemos, como escribe Levi, "que ha habido asesinos y que confundirlos con sus v¨ªctimas es una enfermedad moral o una siniestra se?al de complicidad".
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