Estacionamiento
La calle de Diego de Le¨®n est¨¢ cortada a causa de la construcci¨®n de un estacionamiento subterr¨¢neo.La calle de Diego de Le¨®n y toda la barriada en tomo no se sabe si necesitaba un aparcamiento o una brigada de guardias que impidiera el estacionamiento de los coches en doble fila.
Las calles adyacentes a Diego de Le¨®n, que son amplias y sim¨¦tricas, se han convertido desde hace unos anos en angostas sendas donde s¨®lo pueden circular los autom¨®viles en fila de a uno.
Algunos usuarios justifican la doble fila en la necesidad de dejar el coche donde quepa, pero no es seguro que donde quepa haya de ser la mera calle. Caben mejor los coches en los estacionamientos, y de ¨¦sos no est¨¢n del todo mal dotadas la calle de Diego de Le¨®n y adyacentes. Hay uno en Vel¨¢zquez, otro en la plaza del Marqu¨¦s de Salamanca, otro en la calle de Castell¨®, sin ir m¨¢s lejos, y suele ocurrir que mientras la superficie aparece atestada de coches en doble fila, los propios aparcamientos est¨¢n pr¨¢cticamente vac¨ªos.
Un taxista explicaba el motivo: "Es que la calle sale m¨¢s barata, ?comprende usted?".
Comprendido.
El nuevo aparcamiento de la calle de Diego de Le¨®n no. ha de venir mal. La pol¨ªtica de construcci¨®n de aparcamientos que sigue el Ayuntamiento -con ella la de pasos subterr¨¢neos y la eliminaci¨®n de los agobiantes scalextrics- un servidor la encuentra razonable. Si no., nos quedamos endeudados de por vida, adelante con los faroles.
La calle gana si se presenta expedita, libre de hierros, de cementos y de motores de explosi¨®n. Es el gozoso fen¨®meno que se produce cada verano. Cierto que llega el sol y vivifica, cierto que los veraneantes se largan a otros pagos con viento fresco, cierto que se alivia el tr¨¢fico, pero lo que realmente alegra las pesta?as y eleva los corazones es asomarse de ma?anita al portal y contemplar la calle amplia, silenciosa, serena, libre de gases contaminantes.
Empezaron las obras de construcci¨®n del estacionamiento de Diego de Le¨®n y uno no podr¨ªa decir -sin quiebra del intelecto- que dicha calle cortada haya adquirido especial encanto, pues el ajetreo de los obreros, el ruido de las m¨¢quinas y el polvo que levantan no suplen con ventaja el siniestro discurrir de la circulaci¨®n rodada. Sin embargo, la fantas¨ªa vuela y en tanto navega por los espacios siderales, la acaricia el sue?o de una calle de Diego de Le¨®n peatonal y tranquila.
No podr¨¢ ser, obviamente. Acabar¨¢n las obras -los vecinos m¨¢s optimistas auguran una duraci¨®n de dos a?os- y se reanudar¨¢ el tr¨¢fico. Habr¨¢ tambi¨¦n flamante aparcamiento donde el vecindario podr¨¢ guardar sus veh¨ªculos, y seguramente no por ello disminuir¨¢n los estacionamientos en doble fila, pues la ciudadan¨ªa incivil que deja los coches en medio de la calle cual si fueran moscas no es la del barrio, sino la que llega para hacer un recado y si le cuadra se toma para su comisi¨®n el d¨ªa entero.
Y estaremos en las mismas.
La actitud del Ayuntamiento ante los estacionamientos en doble fila puede apreciarse en lo que ahora mismo sucede con motivo de las obras del aparcamiento de Diego, de Le¨®n. Cortada la calle, los coches han de seguir rutas alternativas por las calles adyacentes, y las calles adyacentes contin¨²an convertidas en una angosta senda. Un aliviadero de la calle de Diego de Le¨®n es la calle de Juan Bravo, y en ¨¦sa las dobles filas duran hasta altas horas de la madrugada.
Sucede que en la calle de Juan Bravo, por largos tramos, hay establecimientos de copas, m¨²sica y ambiente; la clientela parece disfrutar de impunidad para hacer tertulia y empinar el codo en plena calzada, dejar el. coche donde le d¨¦ la gana, y, seg¨²n horas, entre todos montan ah¨ª un infranqueable tap¨®n. Ah¨ª es el atasco y el caos. Ah¨ª es la selva. Primero fue la urbe, luego la ciudad autom¨¢tica y, evolucionando en aras de la modernidad, hemos acabado en la selva. Una bonita forma de entrar en el tercer milenio.
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