La ciza?a
En un rapto de ese sarcasmo desalentado y noventayochista que cultiva tan admirablemente en su conversaci¨®n y su escritura, Eduardo Haro-Tecglen ha observado que el paisaje de Marte a lo que se parece de verdad es a los secanos horizontales de Espa?a. Una impresi¨®n semejante ha debido de obtener el gran Derek Walcott, quien dice que desde el avi¨®n el paisaje espa?ol le recuerda al cubismo de Picasso y de Braque. Sin duda, la sensaci¨®n de desnudez mineral y geograf¨ªa abstracta es inevitable cuando se sobrevuela la Pen¨ªnsula, cuando se llega o se, vuelve a ella desde pa¨ªses de vegetaci¨®n m¨¢s generosa. Viajar a pa¨ªses extranjeros sirve, sobre todo, para aprender cosas sobre uno mismo y sobre el propio pa¨ªs. Despu¨¦s de una ausencia de varios meses viendo amanecer sobre la Pen¨ªnsula desde la ventanilla de un avi¨®n que hab¨ªa tardado toda una larga noche en cruzar el Atl¨¢ntico, yo tuve una de las sensaciones m¨¢s fuertes de descubrimiento de todo el viaje: los colores lisos de una tierra sin bosques, extensiones ocres, rojizas, de arcilla clara con veladuras de violeta y de malva, las l¨ªneas quebradas que subdivid¨ªan el paisaje con una mezcla de rigor y de arbitrariedad, como en una fantas¨ªa constructivista de Joaqu¨ªn Torres-Garc¨ªa. La primera claridad del d¨ªa afirmaba un paisaje de punta seca, sin inexactitudes ni brumas, pero tambi¨¦n le otorgaba una delicadeza esfumada de' hoja seca con nervaduras de caminos y r¨ªos.Hay d¨ªas de noventayochismo l¨²gubre en los que uno examina. al levantarse las latitudes pedregosas de la actualidad y empieza a sospechar que en estas tierras tan ¨¢speras la planta que mejor arraiga y prospera es la ciza?a, la mala hierba de.la insinuaci¨®n y la calumnia, el arte de tirar la piedra y esconder la mano y mirar luego sonriendo hacia otro lado.La siembra de ciza?a es una pasi¨®n y una habilidad parad¨®jica en un pa¨ªs tan arboricida. La ciza?a es como una sola gota de veneno o de mala baba que, sin embargo, puede infectarlo todo, una vida, una ciudad, un pa¨ªs entero. En un poema de Auden que se titula Gare du Midi, un desconocido. llega en tren y sale de la estaci¨®n bajo la nieve, con la mirada perdida, sujetando una peque?a maleta: su sola aparici¨®n va a infectar una ciudad, dice Auden, "cuyo terrible futuro tal vez acaba de llegar".
Lo m¨¢s peligroso de la ciza?a es el poco esfuerzo que requiere y la nula responsabilidad que acepta quien la siembra. Entre nosotros hay verdaderos profesionales de ella, individuos que llevan a?os sembrando insinuaciones y que han levantado fortunas administrando la mentira, contaminando con dosis m¨ªnimas y letales de sospecha, de duda o de maledicencia la vida p¨²blica espa?ola y el honor de muchas personas decentes. Entre nosotros, tirar la piedra y esconder la mano pasa a veces por valent¨ªa o audacia, en gran parte porque todos tendemos a ser muy desmemoriados, y quien miente sabe que nadie guardar¨¢ un recuerdo detallado de su mentira cuando se haya demostrado que no hab¨ªa ning¨²n fundamento en lo que dijo o escribi¨®. Por otra parte, como la insinuaci¨®n no necesita ser clara para hacer m¨¢s da?o, cuando se le piden cuentas de ella a quien la ha murmurado, ¨¦ste siempre tiene la oportunidad de encogerse de hombros y de asegurar, con cara de inocencia y hasta de agravio, que en realidad ¨¦l no dijo lo que dijeron que dijo, que todo ha sido un equ¨ªvoco, una tergiversaci¨®n de la que, otros son culpables: en ese instante, con un golpe maestro, el calumniador se convierte en v¨ªctima, y resulta ser el acusador cuando parec¨ªa el acusado.La semana pasada recibimos casi todos una de las pocas alegr¨ªas civiles que nos han sido dadas a conocer en los ¨²ltimos tiempos: que Jos¨¦ Antonio Ortega Lara recobrase la libertad, y que su liberaci¨®n hubiera sido el resultado del trabajo de la Guardia Civil y no de una capitulaci¨®n ante los terroristas. Fueron hechos que nos dieron a casi todos un estado de ¨¢nimo que Vicente Verd¨² se atrevi¨® gozosamente a llamar de felicidad. No estoy muy de acuerdo con ¨¦l, en parte por culpa de un aforismo de J. D. Salinger seg¨²n el cual la diferencia entre la alegr¨ªa y la felicidad es que la alegr¨ªa es un l¨ªquido y la felicidad es un s¨®lido. La alegr¨ªa por la libertad de ese inocente torturado durante un a?o y medio se nos escapaba entre los dedos al ver su cara espectral de regresado de una tumba: la posible" la s¨®lida felicidad civil por el triunfo, tan raro, de los justos sobre los canallas, se ocup¨® de infectarla con perfecta maestr¨ªa, con unas pocas palabras, un sujeto que goza de la_protecci¨®n jur¨ªdica y de la libertad que el estado democr¨¢tico garantiza incluso a sus peores enemigos y a sus beneficiarios m¨¢s desleales.
Una de las especialidades m¨¢s suciasde la insinuaci¨®n y la ciza?a es enturbiar la diferencia entre los inocentes y los culpables" entre los corruptos y los honrados. Para proteger a unos cuantos escualos de la corrupci¨®n financiera y pol¨ªtica que merecen pasar muchos a?os en la c¨¢rcel, hay peri¨®dicos venales cuya principal tarea es sembrar la cantidad de veneno necesaria para que en el r¨ªo revuelto ya nadie est¨¦ seguro de distinguir a las personas honradas de los tah¨²res. "Algo habr¨¢ hecho" ' murmura la ciza?a en todas las dictaduras cuando alguien desaparece una noche y ya no lo ven m¨¢s. Ahora, ese mismo jerifalte del nacionalismo vasco que hace unos meses quiso convertir en torturadores a unos polic¨ªas y en v¨ªctima inocente a un terrorista que acababa de matar, insin¨²a, sugiere, dice veladamente que algo habr¨ªa hecho Ortega Lara para que lo secuestrasen, que tal vez hab¨ªa algo secreto o inconfesable en su trabajo que motiv¨® su tortura, y a continuaci¨®n sonr¨ªe, se lava las manos, se extra?a de que sus palabras hayan despertado tanta indignaci¨®n, se declara agraviado, incomprendido, perseguido, v¨ªctima ¨¦l tambi¨¦n, y por tanto su pueblo entero, al que ¨¦l y los suyos representan, no en la fracci¨®n que les corresponde seg¨²n los mecanismos del voto democr¨¢tico, sino en virtud de una especie de designaci¨®n o encarnaci¨®n divina. Este individuo comparte con alguno de sus correligionarios la creencia de que ciertas peculiaridades de su cr¨¢neo y de su grupo sangu¨ªneo lo salvan del oprobio de ser espa?ol. Es raro que, no si¨¦ndolo, cultive con tal maestr¨ªa un arte tan espa?ol como el de la ciza?a.
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