La India a los cincuenta
En realidad, s¨®lo existen dos formas de llegar al 50? cumplea?os. Se puede 1) hacerlo de modo provocador, lanzando gestos de burla al Padre Tiempo, organizando la madre de todas las fiestas y anunciando la intenci¨®n de envejecer de modo deshonroso. O bien se puede 2) abordarlo a rega?adientes: fingiendo que no est¨¢ ocurriendo, escondiendo la cabeza bajo la almohada y deseando que el d¨ªa se acabe. Con ocasi¨®n de mi propio medio siglo, cumplido no hace mucho, mis inclinaciones me llevaron a tomar el camino n¨²mero 1. Ahora le toca el turno a la India; pero aunque el 50? aniversario de la India es pregonado a bombo y platillo en todo el mundo, la India, si bien no ignora por completo el acontecimiento, reacciona sin entusiasmo y con una amargura indiferente, una indudable falta de esp¨ªritu festivo del tipo 2 que ha hecho levantar las cejas a muchos observadores internacionales. Se tiene la sensaci¨®n de que la dama desear¨ªa haber mentido sobre su edad.Los indios siempre han sido menos proclives a los aniversarios que los occidentales. Los desfiles anuales del D¨ªa de la Rep¨²blica, el 26 de enero, populares entre quienes visitan la India, han sido en su mayor¨ªa ignorados por los lugare?os. El D¨ªa de la Independencia, el 15 de agosto, tambi¨¦n ha sido tradicionalmente un acontecimiento falto de brillo. Hace 10 a?os, con motivo del 40? aniversario del final del Raj, estuve en el Fuerte Rojo de Delhi filmando el discurso del entonces primer ministro Rajiv Gandhi ante una nacion abrumadoramente indiferente. De hecho, el p¨²blico estaba tan poco impresionado que numerosas personas se fueron sin m¨¢s mientras ¨¦l segu¨ªa hablando.
Hace tiempo que la ¨¦lite gobernante india ha demostrado cierta cautela a la hora de aprobar recursos p¨²blicos para el mero tamasha, o espect¨¢culo. Se considera que la opini¨®n p¨²blica desaprobar¨ªa que se malgastase dinero en fuegos artificiales, por ejemplo, cuando podr¨ªa utilizarse en proyectos de irrigaci¨®n muy necesarios. Frente a esto, podr¨ªa argumentarse que la estima de los indios por sus l¨ªderes ha ca¨ªdo tan bajo -a causa de los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n y de las ri?as entre partidos- que resulta dif¨ªcil imaginar que un poco de diversi¨®n vaya a empeorar las cosas. Y lo cierto es que sobre la mesa no hay muchas propuestas especiales para proyectos nuevos que valgan la pena.
Por tanto, se podr¨ªa desear una pizca m¨¢s de fanfarria subcontinental ahora en el hito de los cincuenta. En la India, los planes que han salido a la luz van desde lo convencionalmente tedioso (miembros del Parlamento escuchar¨¢n grabaciones de discursos de Mohandas Karainchand Gandhi y de Jawaharlal Nehru) hasta la representaci¨®n de bajo presupuesto en plan aficionado de un nuevo montaje de la aprobaci¨®n en 1942 de la Resoluci¨®n de Devoluci¨®n de la India en Bombay, pasando por lo claramente grotesco (esto es, la propuesta aparentemente seria de erigir una estatua de Gandhi -sin duda, ataviado ¨²nicamente con su legendario taparrabos- en la Ant¨¢rtida). Y en Pakist¨¢n -despu¨¦s de todo, tambi¨¦n es el 50? aniversario de Pakist¨¢n- han prometido a¨²n menos. Seg¨²n el embajador paquistan¨ª en Londres, el Gobierno de Nawaz Sharif ha decidido conmemorarlo "de un modo m¨¢s humilde". Los pol¨ªticos paquistan¨ªes no han destacado precisamente por su humildad, con lo que esto es, a su manera, una novedad en cierto modo.
Nehru, al asumir el cargo de primer ministro de la India, describi¨® la independencia como el momento "en el que acaba una ¨¦poca y el alma de una naci¨®n, largo tiempo reprimida, encuentra su modo de expresi¨®n". La explicaci¨®n de la actual renuencia de la naci¨®n para lanzar al aire su casco colonial de Nehru radica en el posterior vapuleo que dio la historia a esta alma recientemente liberada. Si en agosto de 1947 muchos indios ten¨ªan esperanzas idealistas de un nuevo y gran comienzo, agosto de 1997 est¨¢ impregnado de una sensaci¨®n de final. Otra ¨¦poca termina: la primer¨¢ ¨¦poca, por as¨ª decirlo, de la India poscolonial. No ha sido la prometida edad de oro de la libertad. Ahora que una nueva era amanece, el estado de ¨¢nimo predominante es de desencanto.
Ciudadanos y analistas de la vida p¨²blica por igual proporcionan enseguida una larga y convincente lista de razones para este desencanto, empezando por el lado m¨¢s siniestro de la propia independencia: la divisi¨®n. La decisi¨®n de esculpir una patria musulmana, Pakist¨¢n, a partir del cuerpo de la India subcontinental llev¨® a sangrientas masacres en las que perdieron la vida m¨¢s de 500.000 hind¨²es, sijs y musulmanes. Desde entonces, la divisi¨®n ha envenenado las relaciones entre los dos Estados reci¨¦n nacidos. ?Por qu¨¦ raz¨®n iba a querer nadie comnemorar el 50? aniversario de una de las grandes tragedias del siglo?
Al igual que muchos indios partidarios del laicismo, yo sostendr¨ªa que la divisi¨®n fue un error que pudo evitarse, resultado no de una inevitabilidad hist¨®rica o de la verdadera voluntad del pueblo, sino de antagonismos pol¨ªticos -entre Gandhi y Mohanuned Al¨ª Jinnah, entre el Partido del Congreso y la Liga Musulmana- que gradualmente convirtieron a Jinnah, que al principio se opon¨ªa, con firmeza a la idea de un Estado musulm¨¢n separado, en su m¨¢s fervoroso defensor y posterior fundador. Por supuesto, la t¨¢ctica de "dividir y gobernar" de los brit¨¢nicos no mejor¨® las cosas.
Mi Propia familia, como tantas otras de origen musulm¨¢n, qued¨® m¨¢s o menos partida en dos por la divisi¨®n. Mis padres optaron por permanecer en Bombay, al igual que mis dos t¨ªos y su familia. Pero mis t¨ªas y su familia se marcharon a Pakist¨¢n. Logramos escapar de lo peor de la sangr¨ªa, pero nuestras vidas quedaron profundamente marcadas por la frontera que nos separaba. ?Qui¨¦n conmemorar¨ªa la bajada del tel¨®n de acero, la construcci¨®n del muro de Berl¨ªn?
El periodo posterior a la divisi¨®n da pie a otra conocida letan¨ªa de lamentaciones. Los grandes males sociales de la naci¨®n no han sido curados. El c¨¦lebre lema de Indira Gandhi, Garibi Hatao (Erradicar la pobreza), era una promesa hueca. Los pobres de la India son tan pobres como siempre y m¨¢s numerosos que nunca, en parte gracias a la odiada campa?a de esterilizaci¨®n forzosa lanzada por su hijo Sanjay durante el periodo de Gobierno dictatorial de emergencia de Indira Gandhi a mediados de los setenta, que hizo retroceder m¨¢s de una generaci¨®n otros intentos por controlar la natalidad. El analfabetismo, el trabajo y la mortalidad infantiles, las privaciones impuestas por el sistema de castas, todas estas cuestiones importantes siguen sin ser resueltas.
La antigua violencia toma nuevas formas: la pr¨¢ctica de quemar a las novias por la insuficiencia de sus dotes est¨¢ en aumento, existen pruebas aterradoras de que algunos seguidores del culto de la diosa Kali practican sacrificios rituales de ni?os y la violencia colectiva surge con regularidad. Los terroristas que abogan por un Estado sij separado siguen colocando bombas en el Punjab y los terroristas que abogan por el separatismo de Cachemira secuestran a turistas en ese precioso valle. Han podido verse matanzas a gran escala en Meerut, en Assam y a ra¨ªz de la destrucci¨®n a cargo de los nacionalistas hind¨²es de la mezquita de Babri Masjid, en Ayodhya, que algunos consideran que est¨¢ construida sobre el lugar donde naci¨® la deidad hind¨² Rama.
Durante largo tiempo, mi ciudad natal, Bombay, se crey¨® inmune al peor de los males colectivos de la India. En 1993, una serie de explosiones destruy¨® ese mito, demostrando que el idealismo y la inocencia de la primera ¨¦poca; posterior a la independencia hab¨ªan quedado hechos pedazos, tal vez para siempre. Ocurri¨® en el coraz¨®n de esa grandiosa e inagotable metr¨®poli, que representa lo mejor y lo peor de la nueva India en fase de modernizaci¨®n, todo lo que es m¨¢s din¨¢micamente innovador y lo que est¨¢ m¨¢s desesperadamente depauperado, lo que tiene una orientaci¨®n m¨¢s internacional y lo mas rigurosamente sectario.
Y luego est¨¢ la corrupci¨®n. En mi novela El ¨²ltimo suspiro del moro, uno de los dos personajes ofrece su definici¨®n de la moderna democracia india, "un hombre, un soborno", y de lo que ¨¦l llama Teor¨ªa India de la Relatividad, "todo para los parientes" [juego de palabras que el autor hace en ingl¨¦s entre relativity (relatividad) y relatives (parientes)]. Como gran parte de lo que se ha escrito sobre la India, esto parece una exageracion, pero en realidad se queda corto. El nivel de corrupci¨®n p¨²blica es en la actualidad tan grande que resulta casi c¨®mico. Desde el esc¨¢ndalo Maruti de los a?os setenta (enormes sumas de fondos p¨²blicos que desaparecieron de un proyecto para un "coche popular" dirigido por Sanjay Gandhi) pasando por el esc¨¢ndalo Bofors de los ochenta (enormes sumas de dinero p¨²blico que se extraviaron de un negocio de armas internacional que ensuci¨® la reputaci¨®n de Rajiv Gandhi), hasta los intentos en la d¨¦cada de los noventa para fijar los movimientos del mercado indio de valores utilizando, naturalmente, enormes sumas de fondos p¨²blicos, las cosas han ido de mal en peor. Docenas de las principales figuras pol¨ªticas, incluido el ¨²ltimo primer ministro del Partido del Congreso, P. V. Narasimha Rao, son investigadas por corrupci¨®n. Laloo Prasad Yadav, ex ministro principal de Bihar (uno de los Estados m¨¢s pobres de la India), ha sido acusado de estar implicado en el "fraude del pienso", una estafa que implicaba el desv¨ªo, claro est¨¢, de enormes sumas de fondos p¨²blicos para la cr¨ªa de grandes reba?os de ganado completamente ficticio. Se afirma que m¨¢s de 250 millones de d¨®lares (casi 39.000 millones de pesetas) se han esfumado en un plan que no se le habr¨ªa podido ocurrir ni siquiera al inmortal Chichikov, el anti-h¨¦roe de la gran novela sobre timadores de Gogol Las almas muertas.
Tambi¨¦n est¨¢ el aumento del nacionalismo hind¨² extremista, la descomposici¨®n de la Administraci¨®n p¨²blica de la que la democracia india ha dependido durante tanto tiempo y, en este preciso momento, la tendencia del Gobierno de coalici¨®n en minor¨ªa del primer ministro Inder Kurnar Gujiral a fraccionarse. Fragmentos de ¨¦l han ido desprendi¨¦ndose con inquietante frecuencia y sobrevive ¨²nicamente gracias a que nadie quiere realmente unas elecciones generales; es decir, nadie salvo el partido militante hind¨² Bharatiya Janata, el partido mayoritario en el Parlamento, actualmente excluido del poder pero que probablemente logre todav¨ªa m¨¢s esca?os en los pr¨®ximos comicios y, por consiguiente, ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil agruparse contra ¨¦l. Si se es alguien chapado a la antigua, uno puede quejarse del impacto de la cultura de la MTV en la juventud india, y si se es un aficionado al deporte, uno puede lamentar la carencia de deportistas indios de clase mundial, y as¨ª sucesivamente.
Y, sin embargo, tengo ganas de celebrar algo. Las noticias no son del todo malas. (Por ejemplo, la elecci¨®n del primer presidente intocable de la India, Kocheril Raman Narayanan, casi seguro traer¨¢ consigo una gran ofensiva contra los peores excesos del sistema de castas). No obstante, por encima de todo, quiero ensalzar las virtudes de lo m¨¢s importante que naci¨® aquella medianoche hace 50 a?os, la innovaci¨®n que ha sobrevivido a todo aquello con lo que la historia podr¨ªa arremeter: la llamada idea de la India. He pasado gran parte de mi vida adulta reflexionando y escribiendo sobre esta idea. En la ¨¦poca del ¨²ltimo arrebato de aniversaritis, en 1987, viaj¨¦ por toda la India preguntando a la gente corriente lo que pensaba de esta idea y si consideraba que ten¨ªa alg¨²n valor. De forma extraordinaria dada la extensi¨®n y la diversidad de la India y el fuerte apego de los indios por su regi¨®n, todas las personas con las que habl¨¦ se sent¨ªan completamente c¨®modas con el t¨¦rmino India, completamente seguros de que lo comprend¨ªan y de que "pertenec¨ªan" a ella. Y, sin embargo, sus definiciones difer¨ªan radicalmente, al igual que sus ideas sobre lo que la "pertenencia" podr¨ªa implicar. Al fin y al cabo, esa multiplicidad era la cuesti¨®n.
En la era moderna, hemos llegado a consideramos a nosotros mismos como seres compuestos por diversos elementos, a menudo contradictorios, incluso incompatibles interiormente. Hemos comprendido que cada uno de nosotros somos muchas personas diferentes. El concepto decimon¨®nico del yo integrado ha sido sustituido por una muchedumbre en tropel de egos. Y, sin embargo, a menos que estemos trastornados o locos, habitualmente tenemos un claro sentido de qui¨¦nes somos. Coincido con mis numerosos egos en llamarlos a todos ellos "yo".
Esta es la mejor manera para comprender la idea de la India. El pa¨ªs ha optado por la visi¨®n modema del ego y la ha ampliado para abarcar a casi mil millones de almas. Coincide con sus mil millones de egos en llamarlos a todos ellos "indios". Esta es una noci¨®n mucho m¨¢s original que las viejas ideas pluralistas del crisol de razas o del mosaico cultural. Esta es la raz¨®n por la que los indios se sienten tan c¨®modos con la fuerza de la idea de naci¨®n, por la que resulta tan f¨¢cil "pertenecer" a ella, a pesar de toda la agitaci¨®n, corrupci¨®n, mal gusto y desilusiones de 50 abrumadores a?os.
Churchill dijo que la India no era una naci¨®n, sino s¨®lo una "abstracci¨®n". John Kenneth Galbraith, con m¨¢s cari?o y de forma m¨¢s memorable, la describi¨® como una "anarqu¨ªa en funcionamiento". Ambos, seg¨²n mi punto de vista, infravaloraron la fuerza de la idea de la India. Tal vez sea la filosof¨ªa nacional m¨¢s innovadora que haya surgido en el periodo poscolonial. Merece celebrarse, porque es una idea que tiene enemigos, dentro de la India y fuera de sus fronteras, y celebrarla tambi¨¦n supone defenderla frente a sus adversarios.
copy-right 1997
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