El euro y el paro
Recientemente, [el economista] Jordi Sevilla se preguntaba en est¨¢s mismas p¨¢ginas si empecinarse en una opci¨®n pol¨ªtica como el euro no nos est¨¢ costando demasiado caro a los europeos en forma de menor crecimiento y mayor desempleo. Su conclusi¨®n era que ni el Tratado de Maastricht es responsable de la crisis de 1992 y 1993, ni se puede culpar a la pol¨ªtica de convergencia de que haya impedido la generaci¨®n de empleo posteriormente.En lo que se refiere a la Uni¨®n Econ¨®mica y Monetaria (UEM), el consenso existente entre la derecha y una buena parte de la izquierda europeas ha hecho que no proliferen precisamente los art¨ªculos que imputen a dicho proyecto el menor crecimiento de. la producci¨®n y el mayor nivel de paro europeos respecto a los da tos correspondientes a EE UU. Pero muy pocos se han atrevido a sostener que Maastricht y las pol¨ªticas de convergencia son positivos para el empleo.
Los datos que muestran el efecto negativo sobre el empleo de Maastricht y la pol¨ªtica de convergencia deber¨ªan haber sido evidentes, incluso para el propio Jordi Sevilla. Como bien sostiene en su art¨ªculo, la destrucci¨®n de empleo durante la recesi¨®n (5,5 millones de puestos de trabajo en el periodo 1991 a 1994) ha sido superior a los que ha creado la recuperaci¨®n (1,7 millones desde 1995 a finales de 1997). Pero vayamos por partes.
Desde los primeros a?os de la d¨¦cada de los setenta se ha producido un cambio de tendencia en la evoluci¨®n de las econom¨ªas capitalistas caracterizado por menores ritmos de crecimiento de la producci¨®n y de la acumulaci¨®n de capital, con el consiguiente aumento del paro. La Uni¨®n Europea (UE), que creci¨® a una media del 4,17% anual durante el periodo 1960 a 1973, desde, 1974 lo ha hecho s¨®lo a un ritmo del 2,1%. El crecimiento de EE UU durante esos mismos periodos ha sido del 3,9% y 2,1% respectivamente, y el de Jap¨®n 9,6% y 3,6%. Es lo que conocemos como crisis econ¨®mica.
A lo largo de dicha crisis econ¨®mica se han producido tres recesiones generalizadas (1975, 1981-1982 y 1992-1993) con sus consiguientes fases intermedias de recuperaci¨®n coyuntural. Este movimiento c¨ªclico es el resultado de la evoluci¨®n del capitalismo en su conjunto, de modo que ni la recesi¨®n de 1992-1993 ni ninguna de las dos anteriores pueden ser imputadas por s¨ª s¨®lo ni a la Uni¨®n Europea ni a Estados Unidos ni a cualquier otro pa¨ªs. Si es esto lo que se quiere decir, de acuerdo. Pero no estar¨ªamos de acuerdo en que el Tratado de Maastricht no haya tenido ninguna influencia en la ¨²ltima recesi¨®n.
La crisis econ¨®mica comenz¨® siendo lo que los economistas denominan como crisis de oferta, pero como consecuencia de la pol¨ªtica econ¨®mica neoliberal se ha ido a?adiendo un componente de debilidad de la demanda, que pesa como una losa sobre el ritmo de actividad econ¨®mica. El reducido crecimiento de los salarios y el paro han debilitado el consumo, que se resiste a una recuperaci¨®n en todos los pa¨ªses. La inversi¨®n no puede ser un motor de la demanda por la debilidad del consumo, por los altos tipos de inter¨¦s reales y porque las expectativas no son optimistas. Los d¨¦ficit p¨²blicos y los altos endeudamientos de los Estados impiden una pol¨ªtica fiscal expansiva.
Y el modelo de crecimiento basado en las exportaciones para compensar la debilidad de la demanda interna puede considerarse fracasado, incluso para las econom¨ªas que registran unos resultados m¨¢s favorables. Las exportaciones tampoco son un motor de la demanda porque, como todos los pa¨ªses quieren aumentarlas, el, resultado final es que en la mayor¨ªa de ellos tambi¨¦n aumentan las importaciones.
En este contexto, no es exagerado decir que el proyecto de integraci¨®n europea dise?ado en Maastricht se ha constituido en la punta de lanza del neoliberalismo. De alguna forma, si el Tratado de Maastricht no hubiera existido habr¨ªa que haberlo inventado, dados los dividendos que le ha rendido a la burgues¨ªa europea. La apuesta por poner en pie la moneda ¨²nica en 1998 sobre la base de las condiciones de convergencia dise?adas en Maastricht obliga a todos los gobiernos europeos a poner en pr¨¢ctica una pol¨ªtica econ¨®mica recesiva. La pol¨ªtica monetaria debe ser restrictiva para reducir la inflaci¨®n y mantener los tipos de cambio. Los salarios deben moderar a¨²n m¨¢s su crecimiento para contribuir a la lucha contra la inflaci¨®n y para que los beneficios no se vean afectados. Los d¨¦ficit p¨²blicos deben disminuir, lo que obliga a una reducci¨®n muy acusada del gasto p¨²blico, que afecta sobremanera a los gastos sociales. Los altos endeudamientos de los Estados, la lucha contra la inflaci¨®n y la necesidad de atraer capitales del exterior no permiten una bajada sensible de los tipos de inter¨¦s reales a largo plazo, lo que dificulta considerablemente la recuperaci¨®n de la inversi¨®n.
Las consecuencias de la pol¨ªtica de convergencia sobre los niveles de actividad econ¨®mica y paro han sido claras. En 1996, tres a?os despu¨¦s de la recesi¨®n de 1993, la econom¨ªa europea ha crecido s¨®lo el 1,6%, un porcentaje s¨ªgnificativamente m¨¢s reducido, que el de los dos a?os anteriores (2,9% en 1994 y 2,5% en 1995) y que indica bien a las claras que la ¨²ltima recuperaci¨®n c¨ªclica ha carecido de intensidad y se ha agotado r¨¢pidamente. Como consecuencia, el paro, que no se ha reducido significativamente durante la recuperaci¨®n 1994-1995, est¨¢ volviendo a crecer de nuevo y alcanza ya cotas similares a las que tuvo en los peores momentos de la pasada recesi¨®n (18 millones de personas, el 11% de la poblaci¨®n activa).
La mayor¨ªa de los gobiernos y de los bancos centrales europeos se han precipitado a declarar que el debilitamiento del ritmo de actividad econ¨®mica y el aumento del paro son s¨®lo coyunturales, pero casi ninguno de ellos prev¨¦ grandes recuperaciones para 1997. La propia Comisi¨®n Europea, por su parte, estima que, en 1997, el producto interior bruto (PIB) conjunto de la Comunidad crecer¨¢ s¨®lo el 2,3%, dando muestras de que su optimismo no es exagerado.
La pol¨ªtica de convergencia, unida a la permanente presi¨®n por la desregulaci¨®n del mercado de trabajo, ha provocado el descontento en m¨²ltiples segmentos sociales, como lo han puesto de manifiesto los conflictos que se han producido en varios pa¨ªses europeos durante los ¨²ltimos a?os. Es decir, la UEM no s¨®lo ha deprimido la econom¨ªa y ha aumentado el paro sino que tambi¨¦n ha supuesto una agresi¨®n a los derechos laborales y un recorte del Estado de bienestar.
La situaci¨®n de Alemania, por su papel hegem¨®nico en la econom¨ªa europea y el proyecto de Maastricht, es un ejemplo muy significativo de ad¨®nde conduce el intento de poner en pie la moneda ¨²nica. Tras una ca¨ªda del 1,1% del PIB en 1993 y una moderada recuperaci¨®n en 1994 (2,9%), en los dos a?os siguientes la evoluci¨®n ha sido muy decepcionante (1,9 y 1,1%, respectivamente), teniendo unas perspectivas inciertas para el futuro inmediato, pero en modo alguno optimistas. La tasa de paro ha pasado del 6,7% en 1991 hasta casi el 12% en 1997. El hecho de que el mayor aumento del paro se haya situado en 1996 y en los meses transcurridos de 1997 ha encendido la se?al de alarma. Los hachazos de la pol¨ªtica presupuestaria no garantizan el cumplimiento del d¨¦ficit p¨²blico de Maastricht (la OCDE [Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Econ¨®mico] prev¨¦ un d¨¦ficit en 1997 del 3,4% del PIB). El buque insignia de Maastricht navega por aguas poco profundas y corre peligro de embarrancarse. Kohl est¨¢ siendo cuestionado en las encuestas electorales y hasta en el Parlamento alem¨¢n.
En el caso de Francia, la reducci¨®n del ritmo de actividad econ¨®mica, el aumento del paro y las continuas agresiones al Estado de bienestar. en aras de la moneda ¨²nica han provocado un gran descontento social que se expres¨® en una oleada de huelgas y manifestaciones hace meses y que se ha terminado traduciendo en una victoria electoral de la izquierda. Detr¨¢s de la victoria del laborismo en el Re?no Unido tambi¨¦n est¨¢ el rechazo a las agresiones sociales que son necesarias para poner en pie el euro.
La pol¨ªtica econ¨®mica neoliberal, en general, y el proyecto de construir la UEM, en particular, no tienen el objetivo de reducir los altos vol¨²menes de paro existentes actualmente. Para ello se necesitar¨ªa una pol¨ªtica econ¨®mica diferente basada en el impulso de la demanda efectiva, una mayor participaci¨®n del Estado en la econom¨ªa, una pol¨ªtica industrial activa que genere tejido productivo all¨ª donde no est¨¢ dispuesto a hacerlo el capital privado, etc¨¦tera. Unido a lo anterior es ineludible una importante reducci¨®n de la jornada laboral porque, dados los avances tecnol¨®gicos y los aumentos de productividad que se han producido durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, ser¨¢ imposible dar un empleo a todos los trabajadores y trabajadoras si la jornada laboral contin¨²a en sus elevados niveles actuales.
El modelo de construcci¨®n europea dise?ada en Maastricht no s¨®lo tiene el problema de que deprime la econom¨ªa, aumenta el paro y exige agresiones al modelo social europeo vigente hasta ahora, sino que tambi¨¦n implica un importante d¨¦ficit pol¨ªtico y democr¨¢tico. De hecho, Ia principal autoridad de la UEM ser¨¢ el Banco Central Europeo, que no est¨¢ sometido a ning¨²n tipo de control democr¨¢tico.
El Parlamento Europeo seguir¨¢ sin tener el protagonismo pol¨ªtico que le deber¨ªa corresponder en cualquier sistema democr¨¢tico. Y a los ciudadanos y los trabajadores se les sigue sin consultar y se les niega la participaci¨®n sobre, temas transcendentales para su futuro.
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