A la luz de Marte
Hace como 25 a?os compuse un drama, nunca hasta hoy representado, con el t¨ªtulo que encabeza el presente art¨ªculo. Su acci¨®n, imaginativamente situada en el a?o 2008, acontec¨ªa en el interior de la astronave que hab¨ªa de realizar y de hecho realiza el primer viaje del hombre a un planeta del sistema solar, y ten¨ªa como agonistas a sus cinco tripulantes: Horacio (naturalista), Yan (astronauta), Hugo (fisi¨®logo), Nora (ayudante y esposa de Horacio) y Theo (ingeniero astron¨¢utico). Un conflicto latente en el seno de ese peque?o grupo estallar¨¢ dram¨¢ticamente poco despu¨¦s de que la astronave repose sobre la superficie de Marte, y su desenlace obligar¨¢ moralmente a los tripulantes a regresar a la Tierra sin pisar el suelo del planeta rojo. Mas no sin que todos ellos, sobrecogidos y excitados por la luz roja que a trav¨¦s de las troneras superiores penetra en el interior del veh¨ªculo, sucesivamente den expresi¨®n entusiasta a la emoci¨®n que tan estupenda haza?a del g¨¦nero humano ha suscitado en ellos. Nora.- ¨²nica mujer de la expedici¨®n, sugestivamente les anima a ello.La profunda emoci¨®n que en m¨ª y en tantos m¨¢s han producido la llegada, los descubrimientos y las vicisitudes del Pathfinder me ha movido a reproducir lo que ante tan estupenda experiencia dicen esos imaginados representantes de nuestra especie. Esto:
Nora.- Hombres, ?qu¨¦ sent¨ªs? Algo que nos levanta por encima de lo que antes ?ramos ha empezado a correr por nuestras venas; algo que quita pesadumbre a nuestros huesos, que nos embriaga, que nos despega de la Tierra. ?D¨®nde est¨¢s, Tierra? Antes ¨¦ramos tuyos; ahora t¨² eres nuestra: una peque?a casa lejana, a la que es posible regresar. La materia del cosmos va a ser el alimento de nuestra carne, y de ella se formar¨¢ ma?ana el cuerpo de nuestros hijos... En nosotros est¨¢n viviendo ahora todos los hombres, desde el primero que mirando a lo alto quiso ser m¨¢s de lo que hasta entonces era. Soy mujer, soy todas las mujeres. Horacio, Hugo, Theo, Yan, ?qu¨¦ tra¨¦is a este mundo intacto, cu¨¢l es en vosotros el mensaje de los hombres que han alcanzado vida nueva?
Theo.- Traemos la voz de quienes inventaron la rueda. Hasta ellos, los hombres hab¨ªamos sido gusanos que nos arrastr¨¢bamos sobre dos pies y nos reun¨ªamos en torno a pobres fuegos. Desde ellos, comenzamos a ser los dominadores del suelo que pisamos. VedIos, vedIos empezando a manejar su portentoso invento: con la rueda no pesa lo pesado, y la velocidad va siendo un premio sin fatiga. Ya la casa puede estar ma?ana lejos de donde estaba ayer, ya el siervo se redime y el se?or llega a serlo de veras... Ruedas, ruedas, desde aquel remoto d¨ªa hasta hoy mismo. Sin ellas, ?habr¨ªamos llegado a volar? Con nosotros han venido a Marte los que supieron usar el mundo para rodar sobre ¨¦l, los que con pie inm¨®vil supieron contemplar c¨®mo el rostro de la Tierra corr¨ªa hacia sus ojos. Desde ma?ana, Marte va a ser suelo nuevo para los inventores de la rueda.
Hugo.- Con nosotros vienen a Marte la voz y la haza?a de los hombres que hace 2.500 a?os comenzaron a preguntarse por qu¨¦ las ruedas pueden aliviar el trabajo del hombre, y por qu¨¦ el Sol sale y se pone, y por qu¨¦ unas plantas curan y otras matan. La caza incesante del por qu¨¦ de las cosas... Sin esa espuela sobre la mente, ?estar¨ªamos nosotros aqu¨ª? Son los hombres libres de Mileto, ?feso y Colof¨®n, de Crotona y Agrigento; los griegos de ojos vivaces y cabeza despierta que cantaban la gesta de sus abuelos en torno a Troya, navegaban sin miedo hacia el conf¨ªn por donde el Sol se pone, y con medida humana supieron ordenar el divino poder de Zeus y Poseid¨®n. Gracias a ellos, Marte dej¨® de ser la apariencia de un Dios y empez¨® a ser la posibilidad de un suelo. Ellos, los sedientos de luz y precisi¨®n, son los que han venido con nosotros.
Horacio.- La rueda, la sed de luz... ?En qu¨¦ habr¨ªan quedado una y otra con un Dios de poder infinito sobre la cabeza del hombre? Para tomar posesi¨®n de lo que desde entonces les pertenec¨ªa, con nosotros han venido los hombres que al fin tuvieron la osad¨ªa de matar a Dios, los conquistadores de su pleno derecho a vivir como hombres y s¨®lo como hombres. ?No los est¨¢is sintiendo en vuestras propias almas? Son los que en la penumbra de los claustros medievales comenzaron a pensar: "Si hay un infinito, nosotros somos el infinito". Los insaciables conquistadores de la carencia de l¨ªmites... Mirad ese astr¨®nomo que est¨¢ mostrando el firmamento a un aspirante a emperador: "?Dios? Sire, nosotros no tenemos necesidad de tal hip¨®tesis". Mirad ese fil¨®sofo que en nombre de todos los hombres de su tiempo escribe: "Dios ha muerto". Con nosotros ha venido a Marte el hombre que empez¨® a ser plenamente due?o de su propia naturaleza y de toda la Naturaleza.
Yan.- Yo traigo algo m¨¢s, porque en m¨ª y conmigo viene el esp¨ªritu de aventura que invent¨® la rueda, incit¨® a la caza del por qu¨¦ de las cosas y descubri¨® que ser hombre es una consciente o inconsciente pretensi¨®n de acceder a Dios. Hemos venido aqu¨ª para ser m¨¢s de lo que ¨¦ramos ayer, y estaremos aqu¨ª el tiempo necesario para la invenci¨®n de un ma?ana en el cual seamos m¨¢s de lo que hoy somos. Ser m¨¢s, ser m¨¢s... Mirad ese poeta de los a?os en que la sed de infinito comenz¨® a despertarse en las almas. O¨ªdle: "Tanto me elevas, que yo soy m¨¢s que yo", est¨¢ diciendo a la sombra del que le hizo ser como es. Yo soy m¨¢s que yo. ?De d¨®nde sale la fuerza para que as¨ª seamos? Conmigo y con vosotros ha llegado a Marte la estirpe de quienes s¨®lo viviendo as¨ª pueden ser fieles a s¨ª mismos.
Me pregunto si los seres humanos que hoy con tanta admiraci¨®n contemplamos las im¨¢genes de ese cochecillo rodando por la seca superficie de Marte, no sentimos dentro de nosotros -seg¨²n una u otra de esas pautas mentales- alguno de esos modos de sentir e interpretar la emoci¨®n de tan enorme proeza de la humanidad.
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