Ortodoxia
Ya estamos acerc¨¢ndonos al final de septiembre, y la vida vuelve a aposentarse sobre sus viejos usos, de nuevo el colegio, de nuevo la oficina, de nuevo las pastillas para el ardor de est¨®mago. La existencia, en fin, es ese entramado de rutinas a?ejas: los s¨¢bados para hacer la maldita compra del supermercado, los domingos por la ma?ana para dormir, los lunes para rabiar de desconsuelo. Una vez cerrado el par¨¦ntesis rupturista del verano vuelve a instaurarse el curso, como siempre, con su ligero olor a lana h¨²meda, a cuarto sin ventilar y a madrugada.Y una rutina m¨¢s dentro de todas es la convenci¨®n informativa. Vuelven las tediosas declaraciones de los partidos, los dimes y diretes de los poderosos. Vuelven los padres de la patria a asomar por todas partes los hocicos y a acaparar los medios. La vida oficial ocupa un amplio espacio, y para ello ha tenido que desalojar de la mirada p¨²blica a otros protagonistas. Las mujeres apaleadas por los maridos por ejemplo. Qu¨¦ casualidad: resulta que es siempre en agosto cuando los hombres apalean o queman vivas a sus esposas. O, por lo menos, es siempre en agosto cuando sabemos de ello. Cuando estos casos se recogen. Cuando existen.
Del mismo modo, resulta que los obreros de la construcci¨®n han escogido matarse todos juntos este verano. Extra?a tendencia la de los alba?iles. En agosto, cuando el mundo entero est¨¢ de vacaciones, las vidas peque?as emergen de la nada. Pero luego, en septiembre, vuelven los poderosos a sus sillones, y, sobre todo, vuelve a cerrarse sobre nosotros esa rutina mental, tan jerarquizada, que nos hace preferir a los poderosos. Y las mujeres apu?aladas o los obreros rotos, por poner dos ejemplos, comienzan a desdibujarse en el olvido, mientras la realidad es narrada una vez m¨¢s dentro de la ortodoxia.
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