Lo suave y lo bueno
Recuerdo un sue?o de mi infancia. Un sue?o que sigue fresco y exacto en mi pensamiento, como si acabara de tenerlo esta misma noche. Y, sin embargo, es m¨¢s bien un sue?o insignificante, desprovisto de ese aura de extra?eza y de complejidad que suele caracterizar a los sue?os que m¨¢s nos perturban. S¨®lo consiste en que mi madre estaba con un p¨¢jaro. Bueno, algo m¨¢s que un p¨¢jaro, pues ten¨ªa un tama?o considerable. Yo estaba acostado en la cama y escuchaba susurros, golpes extra?os, y me levantaba para ver lo que pasaba. Al asomarme a la puerta de la cocina les ve¨ªa a los dos. A mi madre sentada ante la mesa, y al pajarraco, que casi ten¨ªa la altura de mi madre sentada, movi¨¦ndose inquieto a su alrededor. Cada poco picoteaba en la mesa, donde hab¨ªa restos de comida. Respiraba ruidosamente, y sus movimientos eran torpes y algo bruscos, pues se ve¨ªa que no estaba en su medio. Mi madre le miraba con una expresi¨®n de maravillada conformidad, y parec¨ªa haber entre ellos un entendimiento secreto, la memoria de sucesos desconocidos para m¨ª pero que ellos compart¨ªan con naturalidad. Una de esas veces el pajarraco se acerc¨® a mi madre y empez¨® a mover su pico aplastado junto a su o¨ªdo. ?Le estaba diciendo algo? Y, de ser as¨ª, ?qu¨¦, y en qu¨¦ idioma? En ese instante mi madre levantaba la vista y me descubr¨ªa en la puerta. Ten¨ªa las mejillas sonrojadas por la excitaci¨®n y se llevaba las manos a la boca para ocultar su sonrisa. Enseguida me hac¨ªa gestos para que me fuera. Vete, parec¨ªa decirme, ya te contar¨¦. Regresaba a la cama y permanec¨ªa con todos los sentidos despiertos, esperando que viniera a mi habitaci¨®n. Quer¨ªa que me lo contara todo, de d¨®nde ven¨ªa aquel p¨¢jaro, y por qu¨¦ se comportaban como si entre ellos hubiera una extra?a e incomprensible complicidad. No recuerdo m¨¢s. S¨ª, que ese sue?o, cada una de sus im¨¢gegenes estaba traspasada de una incontestable atm¨®sfera de felicidad, como si hubiera contemplado algo a la vez inexplicable y due?o de un sentido oculto, pero decisivo.Ese relato inaudible (el pico, o la boca, en la oreja) es para m¨ª la esencia de lo literario, de lo po¨¦tico. Dice Hegel: "No es la vida que teme a la muerte y que se mantiene pura ante la devastaci¨®n, sino la que soporta la muerte y se conserva en ella: ¨¦sa es la vida del esp¨ªritu". La poes¨ªa es lo que podemos tener de la vida, o, dicho de otra forma: el lugar donde surge siempre est¨¢ marcado por la existencia de una palabra desconocida, que a la vez nos elude y se nos entrega cuando menos lo esperamos, para volver a escapar al momento.
De eso habla la ¨²ltima parte del mito de Orfeo, cuando, tras regresar del infierno, las bacantes le dan muerte por negarse a participar en una de sus org¨ªas. Trocean su cuerpo y lo van arrojando por el bosque. La cabeza termina en el r¨ªo. El agua la arrastra corriente abajo y de pronto se pone a cantar. Canta desde la muerte, y su canto ya no significa nada. El ciclo del cantor parece cerrado. Primero ha cantado para seducir, luego para protestar contra la verdad, ahora su canto surge de la derrota y del despedazamiento, de una cabeza que ya no le pertenece, que no es enteramente ¨¦l. Es una imagen perturbadora. Es cierto que ese canto contin¨²a, que su significado parece que no puede morir, pero tambi¨¦n que surge de la muerte. Como si el arte y la vida fueran finalmente incompatibles. "Ning¨²n camino lleva de la poes¨ªa a la vida; ninguno de la vida a la poes¨ªa", escribi¨® Hofmannsthal. Creo que esa cabeza, el canto que surge de ella, resume gran parte de la extra?eza inherente a la poes¨ªa, en especial a la poes¨ªa contempor¨¢nea.
Tal vez se vea mejor lo que quiero decir si me refiero a dos de los m¨¢s grandes relatos que se han escrito: el Bartleby, de Melville, y La metamorfosis, de Kafka. En el primero, un pobre oficinista se niega, sin dar m¨¢s explicaciones, a hacer lo que le piden sus jefes y termina encerrado en un manicomio; en el segundo, otro personaje, no menos desolado, amanece convertido en un monstruoso insecto. Se dir¨ªa que ambos relatos son la expresi¨®n m¨¢s pura del absurdo de la vida. Sin embargo, basta una lectura m¨ªnimamente atenta para darse cuenta de que tanto Gregorio Samsa como Bartleby no se limitan a ser v¨ªctimas. Sienten una llamada, y su transformaci¨®n (Gregorio Samsa se transforma en insecto y Bartleby en piedra) es la respuesta a esa b¨²squeda imperiosa. En la parte central de su relato, y cuando Gregorio Samsa ya ha empezado a tomar conciencia de su nueva configuraci¨®n corpo ral, Kafka nos habla inesperadamente de la loca alegr¨ªa que le domina. Y escribe: "Le parec¨ªa como si se abriese ante ¨¦l el camino que hab¨ªa de conducir le hasta un alimento desconocido, ardientemente anhelado".
Bartleby, por su parte, es conducido al manicomio, y la ¨²ltima escena del relato nos lo muestra plegado junto a un muro. El narrador no interrumpe su solipsismo, pero se fija en un detalle inesperado. Junto al muro, surgiendo del cemento del suelo, hay una extensi¨®n de c¨¦sped. Y anota: "Parec¨ªa el coraz¨®n de las pir¨¢mides eternas, donde hubiese brotado, por alguna magia extra?a, a trav¨¦s de hendiduras, semilla de pasto que dejaron caer los p¨¢jaros".
Son dos relatos extremos, que se suelen citar como ejemplos del absurdo y de la imposibilidad de vivir. Sin embargo, no s¨¦ si esto es cierto. Bartleby quiere la permanencia, y Gregorio Samsa busca un alimento desconocido. Ambos, en suma, est¨¢n abiertos a la significaci¨®n. Su trastorno no procede de una ausencia de sentido, sino de su proximidad radiante y demoledora. O, dicho de otra forma, est¨¢n completamente solos, y si nos parecen incomprensibles es porque tambi¨¦n ellos parecen tener la cabeza de Orfeo en sus manos y se limitan a mostrarnos lo que poseen.
Ahora tengo que citar un poema de Gottfried Benn. Y quiero que se entienda mi estrategia de hoy: Kafka, Melville, Benn. Estoy citando literatura extrema, sobre la que no cabe
Viene de la p¨¢gina anteriorhacer acusaciones de sentimentalismo. Tratando de curarme en salud, pues s¨¦ lo resbaladizo del terreno que piso. ?stos son los versos (la traducci¨®n es de Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde): "He encontrado a personas que, / con los padres y cuatro hermanos en una sola habitaci¨®n, / crecieron, y de noche, con los dedos en los o¨ªdos, aprendieron en el fog¨®n, se elevaron, exteriormente bellas, y se?oriales como condesas, / e interiormente suaves y diligentes como Nausicaa, / y ten¨ªan la frente pura de los ¨¢ngeles. / Me he preguntado muchas veces, sin encontrar respuesta, / de d¨®nde viene lo suave y lo bueno,/ tampoco hoy lo s¨¦ y ya me tengo que marchar".
Benn fue un poeta anal¨ªtico y cerebral, con tendencia a lo morboso, cuya poes¨ªa le vali¨® la reputaci¨®n de enfant terrible de la literatura alemana. Pero el poeta de la decrepitud, de la putrefacci¨®n de los cuerpos, se pregunta al final de su vida por el misterio de lo suave y lo bueno. ?No es esto una incoherencia? No, no lo es. Creo que la literatura existe para eso, para hacerse esa pregunta que es el verdadero misterio del mundo: de d¨®nde proceden, a pesar de todo, el bien y la dulzura. No creo que pueda escribirse por otra causa mejor.
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