El regreso
Maribel Verd¨² ha vuelto a las marquesinas del transporte p¨²blico vestida del mismo modo que la vimos marcharse, y ¨¦sa es la demostraci¨®n de que por debajo del caos permanecen los valores esenciales. Puede caer la Bolsa, fallarnos nuestro mejor amigo, o derrumbarse el ¨ªndice Nikkei; nada es seguro, excepto que la Verd¨² se manifiesta en ropa interior con las primeras lluvias del oto?o para proporcionarnos a las ocho de la ma?ana ese escalofr¨ªo de extra?eza que produce un desnudo a la intemperie. Muchas noches, d¨¢ndole vueltas a la vida en la cabeza mientras cambiamos de lado entre las s¨¢banas, tenemos la tentaci¨®n de salir a buscarla para que duerma en el sof¨¢ del sal¨®n, pero no puede ser porque est¨¢ atrapada entre dos l¨¢minas de cristal selladas con procedimientos herm¨¦ticos. Y aun en el caso de que rompi¨¦ramos el vidrio, como hacen algunos desesperados los fines de semana, no lograr¨ªa salir, puesto que se encuentra en una dimensi¨®n fotogr¨¢fica, de la que no se ha inventado el modo de escapar sino para caer en las angostas redes de Internet.Entre tanto, en la calle, y al abrigo precisamente de la marquesina que se ve desde mi dormitorio, ha parido estos d¨ªas una perra, produciendo un arrebato m¨ªstico en la vecina:
-No se comprende a los ateos cuando uno ve estos espect¨¢culos de la naturaleza -me dijo.
-?Y c¨®mo negar la existencia del diablo -a?ad¨ª yo- frente a este anuncio de sujetadores?
La se?ora estuvo de acuerdo conmigo en l¨ªneas generales, pero se fue a- buscar a su marido y entre los dos rescataron a los animales de la intemperie, mientras yo fing¨ªa esperar el autob¨²s.
-Cuando sea millonario -le dije a Maribel una vez que nos quedamos solos-, me comprar¨¦ una casa enorme, y en el medio del sal¨®n, que mantendr¨¦ a una temperatura constante las 24 horas del d¨ªa, colocar¨¦ una de estas marquesinas con tu foto y me sentar¨¦ a leer el peri¨®dico hasta que llegue el autob¨²s.
-Pero no llegar¨¢ nunca -dijo ella desde su dimensi¨®n fotogr¨¢fica.
-De eso se trata. Lo peor de los autobuses en esta ¨¦poca del a?o es que nos arrancan de tu compa?¨ªa como la u?a de la carne.
-?Con qu¨¦ sujetador crees que estoy mejor, con ¨¦ste o con el amarillo?
-El amarillo es m¨¢s espectacular, pero ¨¦ste me parece m¨¢s conmovedor. Se te ve menos fr¨¢gil, como si las heladas y las lluvias nocturnas no te afectaran tanto.
-El fr¨ªo es el mismo con uno que con otro, as¨ª que no digas cosas raras. A m¨ª lo que me hace tiritar son los mon¨®logos interiores de la gente. Y el uso que dan a los tel¨¦fonos m¨®viles. Lleva cuidado, que por ah¨ª viene un cura.
En efecto, se puso un sacerdote a mi lado y nos tuvimos que callar. Al rato, viendo que el religioso levantaba disimuladamente los ojos de su libro de rezos para mirar a Maribel, dije:
-?Verdad que no se comprende la existencia del ate¨ªsmo frente a estas manifestaciones de la lencer¨ªa?
El cura se alej¨® un poco y produjo un bisbiseo ven¨¦reo con el movimiento de los labios. Luego lleg¨® una se?ora coja y al poco apareci¨® el autob¨²s. Lo tom¨¦ porque me hab¨ªa quedado fr¨ªo, y fui hasta Diego de Le¨®n revisando el estado de las marquesinas en las que se manifiesta Maribel. Tom¨¦ nota de una con los cristales rotos en la avenida de Am¨¦rica, y de otra donde la humedad hab¨ªa penetrado en el interior de la urna caus¨¢ndole una dermatitis en el hombro derecho, junto al tirante del sujetador. Telefone¨¦ al Ayuntamiento desde una cabina, para que arreglaran cuanto antes los desperfectos, pero creo que no me hicieron caso. Pretend¨ªan que hiciera un parte por escrito o algo as¨ª.
Luego me sent¨¦ en otra marquesina y estuve haciendo compa?¨ªa a Maribel, aunque no pudimos hablar, porque hab¨ªa gente con mon¨®logos interiores y tel¨¦fonos m¨®viles. Entonces record¨¦ los tiempos en los que una ardilla pod¨ªa recorrer la Pen¨ªnsula de norte a sur saltando de ¨¢rbol en ¨¢rbol del mismo modo que yo pod¨ªa ahora atravesar Madrid yendo de una foto a otra de la Verd¨² sin caerme, y me pareci¨® ver en el paralelismo de estas redes una verdad fundamental. Dios no juega a los dados, sino a la moda. El caso es, a lo mejor, que existe. Buenos d¨ªas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.