La t¨¦cnica del gran susto
Cualquiera que haya tenido que tratar con m¨¦dicos con Motivo de una grave enfermedad conoce la t¨¦cnica del "gran susto". El especialista enumera las terribles posibilidades a las que se enfrenta el enfermo, que queda anonadado a la espera del resultado de las pruebas cl¨ªnicas. Cuando ¨¦stas llegan, el pron¨®stico mejora sustacialmente. Ya no hay que cortar dos piernas y un brazo. Bastar¨¢ con amputar una mano. Y el enfermo da gracias al cielo: "?Que alegr¨ªa, s¨®lo me cortar¨¢n la mano derecha! ".Los responsables de la pol¨ªtica europea utilizan t¨¦cnicas psicol¨®gicamente parecidas. El paro es, desde el punto de vista de los ciudadanos (excluidos varios cientos de gur¨²s economistas), el primer problema de la Uni¨®n, una de las pocas cosas en las que coincidimos m¨¢s de 300 millones de personas. Todos se sienten anonadados ante la sensaci¨®n de que esa angustia sobre la estabilidad de nuestro puesto de traba o y sobre el porvenir de nuestros hijos no transciende a nuestros representantes pol¨ªticos. ?Que alegr¨ªa cuando deciden reunirse para tratar el problema! ?Que felicidad cuando nos comunican que s¨®lo tenemos gangrena en un dedo!
La cumbre de Luxemburgo entra de lleno en este escenario. Dado. el panorama y el pron¨®stico (11% de paro como media europea y centenares de especialistas augurando que la ¨²nica manera de luchar contra la enfermedad es aceptar reducciones de salario y del gasto social), el mero hecho de que los jefes de Estado y de Gobierno de los Quince acepten incluir "tu caso" en su agenda y que aseguren que existen algunas medicinas capaces de suprimir ciertos s¨ªntomas provoca una oleada de calor y tranquilidad.El problema es que la medicina aprobada en Luxemburgo se parece mucho a un placebo. Garantizar que en un plazo de cinco a?os los menores de 25 a?os que lleven seis meses en paro tendr¨¢n acceso a cursos de formaci¨®n y que los adultos desempleados durante m¨¢s de un a?o "ser¨¢n objeto de un seguimiento individual de orientaci¨®n profesional" es, si se analiza desapasionadamente, bastante poca cosa.
Con todo, y dado que la Uni¨®n Europea avanza tradicionalmente con peque?os pasos y peque?os ladrillos (la idea de una moneda ¨²nica se plasm¨® en un documento nada menos que en 1970) es probable, que tengan raz¨®n quienes consideran que se ha abierto una puerta a la esperanza. Por lo menos, la iniciativa del Gobierno socialista franc¨¦s ha conseguido crear una cierta "mentalidad pol¨ªtica europea" sobre el paro. Quiz¨¢s sea una puerta por la que las opiniones p¨²blicas y los sindicatos sean capaces de continuar presionando para mantener viva la llama. De lo que no cabe duda es de la necesidad de esa presi¨®n: si los ciudadanos no siguen exigiendo pol¨ªticas activas contra el paro, los placebos de Luxemburgo no se convertir¨¢n nunca en aut¨¦nticas medicinas.
En el caso espa?ol, lo sorprendente es la falta de piedad del Gobierno de Aznar, dispuesto a mantener hasta el final la t¨¦cnica del gran susto y a negar incluso el consuelo. Aznar ha asegurado en Luxemburgo, simple y llanamente, que no se compromete ni tan siquiera a garantizar en cinco a?os cursos de formaci¨®n para los j¨®venes que lleven seis meses en paro. Atenci¨®n pues a su pr¨®ximo programa electoral y atenci¨®n a sus pr¨®ximos presupuestos. Atentos al dinero que destina a educaci¨®n, a investigaci¨®n y desarrollo y a inversi¨®n p¨²blica. Si ha estado dispuesto a quedar aislado en la suave cumbre de Luxemburgo debe haber sido por algo. A nosotros no nos van a cortar una mano, sino los dos brazos.
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