Los pol¨ªticos contra la pol¨ªtica
No es la pol¨ªtica una funci¨®n muy valorada socialmente. Cierto que los ciudadanos van a votar cuando se les convoca, pero el respeto que impone el poder no impide que el escepticismo y la desconfianza sean los v¨ªnculos m¨¢s usuales entre el electorado y los dirigentes pol¨ªticos. Sin embargo, a veces da la impresi¨®n de que son los propios pol¨ªticos quienes peor opini¨®n tienen de su oficio. Dos temas de actualidad ilustran el argumento: la excedencia obligatoria para jueces que hagan incursiones en la pol¨ªtica y el mito de la independencia de los gobernadores de los bancos centrales. 'Las cuestiones de las que se ocupa la pol¨ªtica conciernen a toda la ciudadan¨ªa. De modo que la verdadera democracia ser¨ªa aquella en que los cargos p¨²blicos se distribuyeran por riguroso sorteo: ¨²nica hip¨®tesis en que todos tendr¨ªan las mismas oportunidades de ocuparse de los problemas de todos. No hace falta extenderse en las mil razones, de sentido com¨²n, que hacen imposible esta idea en la pr¨¢ctica (desde el tama?o de las sociedades hasta la desigual formaci¨®n y capacidad de cada ciudadano). Para adaptar la democracia a la realidad se estableci¨® el v¨ªnculo representativo: cada ciudadano delega su derecho a ocuparse de la cosa p¨²blica en un grupo o partido. Con el tiempo, la tendencia ha sido a la profesionalizaci¨®n creciente de la pol¨ªtica. Pero, en principio, cualquier ciudadano deber¨ªa poder dedicarse temporalmente a la pol¨ªtica sin menoscabo de su profesi¨®n, De hecho, al inicio de la transici¨®n vimos, por ejemplo, como algunos curas emprend¨ªan el camino de la pol¨ªtica, sin que significara forzosamente un camino de no retorno, a pesar de las resistencias eclesi¨¢sticas. S¨®lo los militares, por razones perfectamente explicables viniendo de donde ven¨ªamos (es decir, de donde no hab¨ªa otra pol¨ªtica que la de los militares), han tenido que acatar serias restricciones a su participaci¨®n en pol¨ªtica. Ahora se legisla sobre los jueces y se penaliza (o se premia) seg¨²n se quiera ver su dedicaci¨®n a la pol¨ªtica. Todo juez que se sienta tentado por la pol¨ªtica deber¨¢ tomarse tres a?os de excedencia pagada.
Dejemos a un lado lo que tiene esta norma de privilegio (para los colegas de la se?ora ministra que ha propuesto la ley, dicho sea de paso), la picaresca posible que puede generar (ganarse tres a?os sab¨¢ticos yendo de ¨²ltimo de la fila en una lista electoral, por ejemplo) e incluso que haya nacido como respuesta a un caso muy concreto (la llaman la ley Garz¨®n). La cuesti¨®n de fondo es otra: si se impide a los jueces ejercer su funci¨®n durante los tres a?os siguientes a dejar la pol¨ªtica es porque se entiende que la pol¨ªtica produce unos efectos contaminantes que necesitan de un largo periodo de desintoxicaci¨®n. Como si todo aquel que pasa por la pol¨ªtica se convirtiera en un personaje indigno e irresponsable incapaz de actuar con ecuanimidad.
Los pol¨ªticos parecen partir del principio de que pol¨ªtica y rectitud de juicio est¨¢n contraindicadas. El mito de la independencia de los gobernadores de los bancos centrales va en esta misma direcci¨®n. Los m¨¢s ilustres pol¨ªticos (Giscard y Schinidt, por ejemplo, en un art¨ªculo publicado en este peri¨®dico) coinciden en se?alar la importancia de que el gobernador del Banco Central Europeo (como ahora los de los bancos centrales nacionales) sea una persona independiente. Y se presenta esta independencia como una garant¨ªa Para la ciudadan¨ªa. No entrar¨¦ en el detalle de las caracter¨ªsticas de esta independencia. S¨®lo tres preguntas: ?Independientes de qui¨¦n? ?Cu¨¢l es el fundamento de la objetividad de sus criterios? ?Por qu¨¦ tanto hablar de independencia si franceses y alemanes se pelean por un gobernador de su confianza en el Banco Central Europeo, es decir, independiente pero de los m¨ªos? Lo que interesa para el argumento que aqu¨ª se expone es que estamos ante una nueva manifestaci¨®n de autodesconfianza pol¨ªtica. Para que una decisi¨®n sea generalmente aceptada tiene que llevar la denominaci¨®n de origen: tomada por un profesional independiente. Es decir, la propia clase pol¨ªtica considera que no est¨¢ en sus modos actuar con criterios de objetividad y de inter¨¦s general. Un cargo tan decisivo como el de gobernador del banco central escapa, por voluntad pol¨ªtica, a los criterios elementales de control democr¨¢tico. Es pat¨¦tico ver a un ministro de un gobierno elegido democr¨¢ticamente esperar de rodillas de la generosa independencia del gobernador del banco central una baja de los tipos de inter¨¦s, por ejemplo. No es con estas renuncias. que se refuerza el prestigio de la pol¨ªtica en un momento en que cunde la idea de que el proceso de globalizaci¨®n est¨¢ sirviendo para que la econom¨ªa imponga su hegemon¨ªa de modo absoluto.
Es fundamental en democracia generar mecanismos y contramecanismos que impidan el abuso de poder. Es bueno que los pol¨ªticos sean conscientes de su inclinaci¨®n sectaria. Pero los contrapesos no deber¨ªan venir de presuntas independencias (que se definen exclusivamente en relaci¨®n a la pol¨ªtica), sino del buen funcionamiento de los mecanismos de control derivados de la divisi¨®n de poderes.
Y, sin embargo, ni el caso de los jueces ni el caso de los gobernadores es casualidad. Revela que los pol¨ªticos tienen conciencia de haber abandonado la democracia por el corporativismo. Si se sienten incapaces de defender los intereses de los ciudadanos que representan es porque se impone como primer criterio el inter¨¦s de grupo, el grupo al que pertenecen. Un pol¨ªtico de la oposici¨®n me dec¨ªa recientemente: "El Gobierno del PP es el Gobierno m¨¢s pol¨ªtico de la democracia". ?Qu¨¦ entend¨ªa por pol¨ªtico? Simplemente, que era un Gobierno dispuesto a hacer cualquier cosa, sin reparar ni en proyectos, ni en ideas, ni en valores ni en ideolog¨ªas, con tal de mantenerse en el poder. Como dice John Ralston Saul, el resultado del corporativismo "es un desequilibrio creciente que nos conduce a adorar el inter¨¦s propio y a negar el bien p¨²blico".
Si la democracia se reduce a la lucha por el poder, no es de extra?ar que la democracia espa?ola haya completado en 20 a?os el c¨ªrculo completo de las conductas mafiosas. Y que el chantaje, las violaciones del secreto y de la intimidad, el abuso de poder, las perversas alianzas entre lo pol¨ªtico, lo econ¨®mico y lo medi¨¢tico, y la difuminaci¨®n de las fronteras entre lo p¨²blico y lo privado, est¨¦n en el orden del d¨ªa. Mi pregunta es si los pol¨ªticos han llegado a tan pobre autoestima por adaptaci¨®n al medio o si ha sido el corporativismo pol¨ªtico el punto de partida de esta degradaci¨®n de la democracia. La reducci¨®n del lenguaje pol¨ªtico a la ret¨®rica y a la propaganda hace temer lo peor.
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