El pan y los crust¨¢ceos
Las manos de Eduardo Chillida son grandes, y se abren lentamente mientras habla, como si fueran el sustento de sus propias palabras. Se suele decir que son manos de portero de f¨²tbol, pero son m¨¢s bien de panadero antiguo, acostumbradas a palpar la hogaza mientras crece, desafiando el calor de la harina. Son manos para el pan y para la masa y se han cuarteado poco a poco como consecuencia de la edad y de ese uso perenne que les da para apuntalar sus propias ideas, como si dentro de sus manos abiertas estuviera el esp¨ªritu de sus esculturas.Las manos de Jorge Oteiza son m¨¢s menudas, impetuosas; tienen el br¨ªo de un muchacho que hubiera inventado los tirachinas o los tiral¨ªneas, y por eso las adiestra con precisi¨®n para que hagan volutas en el aire: su pensamiento es m¨¢s sinuoso y rebelde, y as¨ª explica lo uno y lo otro como si la contradicci¨®n formara parte de la nobleza (a veces baturra) de su discurso. Son manos, adem¨¢s, para estar en la vida, para coger cosas y para romperlas o pegarlas, y son manos que alcanzan su plenitud cuando las usa para crear o para comer: le he visto comer crust¨¢ceos (¨¦l dice crust¨¢ceos, y se le llena la boca del sabor de esa misma palabra misteriosa) como si fueran la prolongaci¨®n de sus dedos, admirando con las propias manos el enigma que encierran esas conchas rugosas y perfectas que se alimentan del sabor propio del mar.
Manos de gente. Esas manos se juntaron esta semana en un abrazo que parec¨ªa hacerse esperar demasiado. Todos sabemos que Oteiza y Chillida no se hablaban desde hac¨ªa siglos, pues m¨¢s de 30 a?os suponen varios siglos cuando falla el entendimiento humano. Su abrazo, verificado en el entorno bell¨ªsimo y humano de la, fundaci¨®n que construye Chillida, es una buena noticia para este pa¨ªs, dominado por la mezquindad y el desd¨¦n, y tambi¨¦n por el desd¨¦n hacia los gestos grandes y hacia los gestos peque?os. Pod¨ªa haber sido una cuesti¨®n privada, una reconciliaci¨®n de viejos paisanos a los que el tiempo acerca en un momento de la historia com¨²n; pero ocurriendo esta transici¨®n privada entre el no quererse y el aceptarse por completo en un pa¨ªs de tantas divisiones e intransigencias, ese abrazo de Oteiza y Chillida alcanza rango de met¨¢fora y por tanto resulta una noticia noble un buen augurio.
Las razones del distanciamiento de Eduardo Chillida y Jorge Oteiza son del dominio p¨²blico, y resultan ya tan legendarias que sobre ellas hay ya demasiada invenci¨®n. Por fortuna, el gesto de esta semana las convierte en asunto del pasado; ahora lo que queda es lo que supon¨ªa la vieja ruptura: es malo para las sociedades contempor¨¢neas mantener a grandes creadores separados por las p¨²as de las diferencias en tiempos en que hacen falta sus acuerdos para seguir adelante. El recelo art¨ªstico es connatural con la convivencia cultural, porque la envidia y sus secuelas no se pueden curar con la generosidad que se le supone al creador. De modo que hay que mantener comprensi¨®n hacia el hecho mismo de que se produzcan tales recelos. Pero el distanciamiento entre Chillida y Oteiza pon¨ªa al margen la colaboraci¨®n, en la construcci¨®n de la sociedad vasca, de dos de los grandes escultores que ha dado este siglo, pues, con Mart¨ªn Chirino, ellos son los que m¨¢s resonancia internacional han alcanzado en estos ¨²ltimos 30 a?os. Y la sociedad vasca, como la espa?ola, en general, precisan de gente as¨ª, m¨¢s junta que dispersa.
Las manos juntas, pues, en una semana de grandes abrazos, algunos probables y otros improbables. El abrazo de la Universidad de Barcelona a Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, que puso la informaci¨®n en la dignidad perseguida en tiempos del franquismo, y que recibi¨® el mi¨¦rcoles no s¨®lo ese abrazo universitario, sino el de los numerosos amigos que han hecho su car¨¢cter retra¨ªdo y magn¨ªfico. Un abrazo que emociona al cronista, tambi¨¦n, es el que se produjo anoche entre Lanzarote y Jos¨¦ Saramago, su vecino de hace a?os y desde ayer hijo adoptivo de la isla. Saramago ha escrito en la isla de C¨¦sar Manrique sus ¨²ltimos libros, Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres; all¨ª se ha hecho anfitri¨®n de extranjeros ilustres y de an¨®nimos turistas, y se ha constituido como un lanzarote?o m¨¢s divulgando all¨ª mismo y por todo el mundo la leyenda verdadera de esa isla misteriosa: Lanzarote es un lugar creativo, duro y dulce, que tiene en el enigma de los volcanes su fuerza, y en su aire -el aire que Saramago ha adoptado como suyo- la met¨¢fora de siglos de pureza. C¨¦sar Manrique luch¨® por hacer que esa pureza siguiera intacta, y lo consigui¨® incluso despu¨¦s de muerto, pues su fundaci¨®n sigue su ejemplo; pero Saramago ha venido a ser como un contrafuerte frente a la posibilidad de que las autoridades o los particulares se olviden de cuidar esa isla como si fuera el pen¨²ltimo reducto de una belleza que no tiene par. Ahora lo hacen hijo de la isla, y ¨¦se es un abrazo natural.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.