Apaches
Todos los ciudadanos de Nueva York lo saben. El barrio del Bronx tiene calles donde nunca entra la polic¨ªa. Son espacios liberados por la delincuencia y la marginaci¨®n, donde pueden moverse a sus anchas sin temor alguno a que la pasma les incordie. No se trata de una componenda mafiosa ni de una concesi¨®n del alcalde al lumpen de la ciudad. Los agentes no patrullan por all¨ª por temor a que les arrojen una lata de gasolina, a que los linchen en un callej¨®n o los tiroteen desde cualquier azotea.Y no es s¨®lo la polic¨ªa, tampoco entran los taxistas, quienes entienden que nadie en su sano juicio penetra en aquellos territorios hostiles a no ser que disponga de alguna conexi¨®n con las tribus que los dominan. De esta forma, la urbe m¨¢s pujante, influyente y poderosa del planeta, la ciudad estrella, tiene establecidas fronteras para el imperio de la ley, lo que ellos denominan territorio apache.
Aqu¨ª en Madrid hay tambi¨¦n algunos poblados que nos recuerdan al Bronx. El martes pasado, en La Rosilla, dos polic¨ªas de paisano trataban de detener a una pareja de traficantes que presentaba la hero¨ªna en un mostrador, como si fuera una tienda de ultramarinos. Los funcionarios iban de paisano y llegaron a esposarlos; pero cuando intentaron salir con los detenidos se encontraron con que, de todas las esquinas del poblado, surg¨ªan individuos provistos de escopetas, palos y toda suerte de objetos contundentes. La cosa se puso fea. Acorralados por los espont¨¢neos que no iban de farol, tuvieron que refugiarse en la casa porque comenzaban a dispararles con escopetas de postas. All¨ª permanecieron atrincherados hasta que medio centenar de agentes acudieron en su auxilio, teniendo que realizar disparos al aire para rescatarlos.
Aun as¨ª, uno de los polic¨ªas, al salir, encaj¨® un golpe en el hombro que le envi¨® a un hospital en una ambulancia del Samur. Ese es el trato que reciben en aquel poblado nuestros agentes del orden. Los vecinos de la zona dicen que aquello es la ciudad sin ley, que todas las noches hay tiros y que lo que trasciende es s¨®lo una minima parte de lo que ocurre. La Rosilla est¨¢ considerada por los yonquis como el supermercado de la droga mejor surtido de Madrid. Sus camellos presumen de tener la hero¨ªna de mejor calidad y de no sufrir nunca problemas de abastecimiento.
All¨ª se mueven miles de millones de pesetas procedentes del enjambre de toxic¨®manos que acuden a diario para que les envenenen la sangre. La gran paradoja es que el asentamiento lo constituyen ciento treinta viviendas sociales. En esos prefabricados realojaron hace unos ocho a?os a otras tantas familias procedentes de los n¨²cleos chabolistas de los Pies Negros y de la avenida de Guadalajara. No hay datos concretos, pero los vecinos aseguran que s¨®lo una decena de ellas est¨¢ hoy al margen del tr¨¢fico de droga. Los grandes cochazos adquiridos con el dinero de tan depravado negocio se mueven por el poblado con una naturalidad insultante para quienes no olvidan que las casas fueron levantadas con el dinero de todos. Ahora, la presi¨®n ciudadana ha obligado al Consorcio para el Realojo de la Poblaci¨®n Marginal a iniciar las acciones legales oportunas para desahuciar a aquellos que muestren signos externos de no necesitar una vivienda social, las hayan traspasado ilegalmente o realizado obras sin licencia. Un equipo jur¨ªdico habr¨¢ de estudiar detenidamente cada caso, y no ser¨¢ tarea f¨¢cil. La ley tiene fisuras por las que han aprendido a colarse quienes aprovechan las situaciones reales de penuria para abusar de la ingenuidad social.
Los acontecimientos han venido a demostrar sobradamente en ¨¦ste y otros n¨²cleos el fracaso de la f¨®rmula de los poblados para el realojo de poblaci¨®n marginal. Puede que la intenci¨®n fuera buena, pero el resultado ha sido la creaci¨®n, con recursos p¨²blicos, de un rosario de guetos extremadamente nocivos para la sociedad en general y en particular para los ni?os y j¨®venes que los pueblan, quienes dif¨ªcilmente conocer¨¢n otra cultura que la de la delincuencia y la marginaci¨®n.
De nada sirve esconder las verg¨¹enzas en pozos negros ni establecer fronteras al orden como en el Bronx. Hay que estudiar un plan de integraci¨®n que borre del mapa de Madrid el territorio apache.
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