Telebasura y dignidad
Desde que el pasado 28 de noviembre un grupo de organizaciones sociales unimos nuestra voz para promover el llamado Manifiesto contra la telebasura, son muchos los art¨ªculos, reportajes, tertulias radiof¨®nicas e incluso programas televisivos que han dado en ocuparse del fen¨®meno. Son muchos tambi¨¦n los colectivos y particulares que nos han hecho llegar su adhesi¨®n, proponiendo adem¨¢s una gran variedad de iniciativas y puntos de vista que contribuir¨¢n, sin duda, a enriquecer este proyecto colectivo en favor de una televisi¨®n de calidad.Pero, al mismo tiempo, no han faltado en los medios ciertas reacciones ante el Manifiesto que parecen incapaces de sustraerse a la dial¨¦ctica circular del "?Vivan las cadenas!", ya sea defendiendo la absoluta libertad de acci¨®n de las televisivas, ya propugnando el sometimiento a las de la censura previa.
Frente a esas "interpretaciones perversas" (interesadas o no) de lo que el texto quiere signiflicar, parece necesario se?alar, en primer lugar, que la denuncia de la telebasura no pretende en absoluto demonizar a las televisiones. El Manifiesto, elaborado desde y por los ciudadanos, es, sin duda, un documento cr¨ªtico con las cadenas, pero tambi¨¦n es autocr¨ªtico con los espectadores. En ¨¦l se apuesta por el televidente activo y exigente que todos llevamos dentro, sin menoscabo de los aspectos l¨²dicos inherentes al consumo audiovisual. Chesterton dec¨ªa que lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino simplemente lo contrario de lo aburrido. ?Por qu¨¦ no reclamar a las cadenas contenidos entretenidos que no est¨¦n re?idos con la calidad?
En esta misma l¨ªnea, el Manifiesto quiere poner tambi¨¦n de relieve que la relaci¨®n de los espectadores con la televisi¨®n no es meramente individual, sino que posee al mismo tiempo una indudable dimensi¨®n social: m¨¢s all¨¢ de nuestra cosificaci¨®n como audiencia por razones de mercado, m¨¢s all¨¢ de la muchedumbre solitaria en la que nos convierte el entorno medi¨¢tico, los ciudadanos, como agente social din¨¢mico y plural, hemos de hacer o¨ªr nuestra voz a- trav¨¦s de otros cauces que no sean simplemente el elegir entre lo que se nos ofrece o el apagar y encender el televisor.
Un segundo aspecto que, a tenor de algunos comentarios, parece necesario aclarar es que la regulaci¨®n de los contenidos televisivos no menoscaba, sino todo lo contrario, la libertad de expresi¨®n. El Manifiesto defiende dicha libertad de forma radical e irrenunciable, pero sin olvidar tampoco que debe protegerse el derecho al honor y la intimidad, a la formaci¨®n de los menores, a la no discriminaci¨®n y, muy especialmente, a la recepci¨®n por parte de los ciudadanos de informaci¨®n veraz.
No se nos escapa, con todo, que proponer una regulaci¨®n de los mensajes televisivos es moverse en un terreno siempre resbaladizo. Por ello es fundamental diferenciar, tal y como hace la propia Comisi¨®n Europea, entre los contenidos considerados il¨ªcitos y aquellos que pueden calificarse de potencialmente nocivos. Los primeros son, en gran medida, objetivables, y deben ser tratados de acuerdo con lo se?alado por el C¨®digo Penal y el corpus legislativo que corresponda. Los segundos dependen de planteamientos ¨¦ticos o est¨¦ticos, y no es admisible que ninguna persona o grupo, desde sus creencias particulares, pretenda imponer al resto de la sociedad lo que debe o no debe ver.
Dig¨¢moslo m¨¢s claro: la censura, como mecanismo que supervisa los contenidos para autorizarlos o denegarlos antes de su difusi¨®n, es inadmisible. Pero esto no tiene nada que ver ni con el establecimiento de c¨®digos de regulaci¨®n consensuados por las partes ni con la aplicaci¨®n de criterios de clasificaci¨®n de los programas que permitan a los espectadores orientarse, si as¨ª lo desean, ante los contenidos que pueden ver ellos mismos o que pueden ver sus hijos.
Por ello, el Manifiesto contra la telebasura se?ala como una consecuencia l¨®gica de toda la reflexi¨®n anterior la necesidad de crear un consejo superior de los medios audiovisuales. Un consejo independiente, nombrado por el Parlamento y que propicie la adopci¨®n de criterios de regulaci¨®n elaborados entre todos los agentes del mercado televisivo: las cadenas, los profesionales, los anunciantes y los espectadores, estos ¨²ltimos desde el mayor pluralismo ideol¨®gico y de valores.
En tercer lugar, el Manifiesto se ha decantado por definir y denunciar la telebasura como fen¨®meno, poniendo de relieve su condici¨®n de simulacro: simulacro del inter¨¦s humano, sustituido por la explotaci¨®n morbosa de la vida privada. Simulacro del humor, sustituido por la ridiculizaci¨®n de un otro considerado diferente y/o inferior, o bien por la visualizaci¨®n de accidentes y golpes (en muchos casos de menores) cuanto m¨¢s dolorosos mas hilarantes. Simulacro del debate, sustituido por el cruce de invectivas y la confrontaci¨®n teledirigida por los conductores del programa.
Pero una vez definidas esas caracter¨ªsticas generales, los promotores del Manifiesto nos hemos cuidado muy mucho, de poner nombres y apellidos a la denuncia: nuestra pretensi¨®n no ha sido establecer un index de programas prohibidos, ni tampoco dar el nihil obstat o certificados de buena conducta comunicativa a los espacios recomendables. No hemos buscado chivos expiatorios, por m¨¢s que valoremos positivamente la desaparici¨®n de aquellos contenidos que mejor encarnan lo denunciado, sino propiciar un clima de dignificaci¨®n de la actividad televisiva en su doble vertiente de oferta y demanda.
Durante d¨¦cadas, tanto los espectadores corno los te¨®ricos del medio (desde McLuhan a Pierre Bourdieu) nos hemos dedicado a perseguir a las televisiones o con, cirio o con un palo.Hoy se trata de plantear la cuesti¨®n en otros t¨¦rminos: relativizando el papel de la televisi¨®n en nuestra vida Cotidiana sin negar, al mismo tiempo, sus indudables efectos sociales. Tomando conciencia sobre su importancia como instrumento de vertebraci¨®n social en una sociedad pluralista y democr¨¢tica. Exigi¨¦ndonos m¨¢s como espectadores y exigiendo a las televisiones que nos acompa?en en ese camino. Se trata, en definitiva, de no resignarse a que la televisi¨®n siga evolucionando de forma aut¨®noma ante los intereses sociales. Intereses que se componen de deseos, pero tambi¨¦n de necesidades.
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