Enredo
Siempre me gustaron esos artilugios de fantas¨ªa en los que una interminable serie de mecanismos cruzados se combinan para lograr un objetivo. Veamos: se empuja con el dedo una moneda de 500 y ¨¦sta rueda por una rampa hasta caer sobre un platillo. El platillo se hunde unos cent¨ªmetros, toca un alambre y ¨¦ste, a su vez, menea una pesta?a que libera el freno de una peque?a locomotora, la cual empieza a descender por una v¨ªa f¨¦rrea hasta chocar con el vientre de un fuelle diminuto. El fuelle expulsa su aire, pone en movimiento las aspas de un molino (con cuchillas en los bordes) y una de ellas corta un hilo del que pende una canica que se precipita sobre el brazo de un balanc¨ªn en equilibrio. El brazo opuesto reacciona, presiona un resorte, activa un dispositivo especial y se abre una trampilla oculta en el techo del escenario. Y entonces, un Piol¨ªn de peluche, vestido de cuatrero y con una soga alrededor del pescuezo, cae al vac¨ªo y se ahorca por su propio peso; que de eso se trataba.Y algo muy parecido, sospecho, debe estar sucediendo en las ciudades espa?olas con respecto a los precios de sus viviendas: que a fuerza de conjuros, y sin que nadie alcance a entender la carambola, los caseros siempre terminan por agarrarnos del cuello. El problema es complicado, ya que los precios de las casas no s¨®lo dependen de su tama?o o de la calidad de los materiales, sino de otras muchas circunstancias ambientales, tan variadas y aleatorias, que a la postre resulta casi imposible no sucumbir al enredo. Uno puede resistirse, eso s¨ª, a indagar en el misterio, no rendirse de antemano -aunque s¨®lo sea para que le peguen el sablazo con conocimiento de causa-, y para ello nada m¨¢s apropiado que salir a la calle y tomar apuntes sobre el terreno. Si uno se fija bien, nunca, en las mejores casas, huele a coles de Bruselas; y esto ya es una pista. A su alrededor puede haber colegios de monjas, cines de estreno o restaurantes finos, pero jam¨¢s un matadero, una nave industrial o una f¨¢brica de cemento. Es decir: nada de edificios deprimentes. Por otra parte, un parquecito tranquilo tambi¨¦n sube puntos; sin drogadictos, se entiende, as¨ª como un pavimento cuidado y una buena iluminaci¨®n callejera; y si adem¨¢s los vecinos tienen buenas referencias (diplom¨¢ticos y m¨¦dicos suelen dar mucho juego), entonces: izas!, la caldera revienta y el metro cuadrado se estira hasta las 373.000 pesetas, ¨²ltima hora de Chamart¨ªn.
Porque resulta (seg¨²n el ¨²ltimo trabajo de la Sociedad de Tasaci¨®n) que Chamart¨ªn ha superado a Salamanca en la lista de precios. Son tal para cual, sin duda, pero gusta saber que se pican entre ellos. A poca distancia les siguen unos cuantos barrios de toda confianza: Chamber¨ª, Centro, Retiro, siempre sobrios y firmes en su puesto, y un poco m¨¢s abajo aparecen nuevos valores en alza, como Hortaleza, Arganzuela y Ciudad Lineal, modernos, capaces y bien preparados. Y en la cola, los de siempre: Carabanchel, Puente de Vallecas, San Blas o Villaverde, donde el metro cuadrado s¨®lo alcanza las 160.000 pesetas.
Este disparate debi¨® empezar en la noche de los tiempos, con los primeros colonos que fundaron el poblado. Entonces, las casas eran cuevas, pero es de suponer que no por ello carec¨ªan de rango: las habr¨ªa m¨¢s o menos h¨²medas, m¨¢s o menos c¨®modas, m¨¢s o menos accesibles, con mejores o peores vistas, lo que fuera, y es de suponer tambi¨¦n que su uso y disfrute se dirimiera a garrotazos. A fecha de hoy, sin embargo, no han cambiado mucho las cosas: los garrotes se llaman ahora dividendos, las cuevas m¨¢s altas, ¨¢ticos, y las grietas, apartamentos; pero la regla fundamental permanece inalterable: siendo humano conviene contar con un lugar propio donde refugiarse, y en caso contrario, ya se encargar¨¢ el mundo de doblarte la cerviz. Y si esto no es suficiente, te aplicar¨¢ sanciones m¨¢s. severas: te macerar¨¢ en vinagre, te aflojar¨¢ los huesos, te envolver¨¢ en un inmenso capullo y finalmente har¨¢ contigo una sopa mineral que en su momento servir¨¢ para nutrir el suelo. Algo de esto, en fin, debi¨® pasarle a un vagabundo que a primeros de diciembre apareci¨® muerto de fr¨ªo bajo una escalera de la Complutense: "Alejandro, me encuentro mal", dej¨® escrito entre sus ropas; y nadie, al parecer, ley¨® su mensaje a tiempo.
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