Gestos
Dice Fran?ois Wahl en uno de los pr¨®logos con los que se ha presentado esta semana en el Reina Sofia la exposici¨®n dedicada a Severo Sarduy que a este artista cubano le divert¨ªa que le sintieran pintor. Era un narrador, un periodista, un poeta, un cient¨ªfico, un conversador impagable, un hombre ingenioso y genial que convert¨ªa aquello que tocaba -tambi¨¦n la conversaci¨®n de la gente- en un espect¨¢culo divertido y profundo, en una sorpresa permanente. Era un lujo de la vida. En realidad, le divert¨ªa todo, pero le apasionaba sentirse pintor. Wahl, que fue su compa?ero -y ejerci¨® de editor, es fil¨®sofo, y goza de un gran sentido de la penetraci¨®n psicol¨®gica-, dice que la pintura transformaba el esp¨ªritu de Severo, habitualmente l¨²dico y expansivo, y le convert¨ªa en un monje laico y solitario que anulaba a su alrededor cualquier ruido del mundo y de la historia, como si naciera del silencio su vocaci¨®n de apartarse y hallara ah¨ª una nueva identidad, el rostro que no se ve en el espejo.Hubo muchos viajes en su vida, y no s¨®lo los viajes espectaculares que nos llevan de un sitio a otro, sino viajes interiores, conocimientos que fueron afectando de manera decisiva no s¨®lo su modo de ser sino la manera de ser de su oficio principal, la escritura, que termin¨® combinando la explosi¨®n tropical del verbo con la esencia que fue resultado de ese viaje m¨²ltiple al interior de s¨ª mismo. Sin duda, fue la pintura, y eso se comprueba ahora una vez m¨¢s ante esta exposici¨®n, el veh¨ªculo de esa mudanza. Y su viaje a la India, que ya iba a formar parte de sus s¨ªmbolos interiores, como Cuba, le transform¨® tambi¨¦n para convertirle en un ser en el que se cruzaban lenguajes distintos, memorias diferentes, unificado todo por su voluntad de poeta. Era un hombre que desprend¨ªa una extra?a y hermosa manera de la felicidad.
La profundizaci¨®n de su viaje por el arte no puede ensombrecer la imagen viva de Severo; esa imagen reaparece ahora, con toda su capacidad para interpretarse a s¨ª mismo, desnudo ante sus cuadros, paseando por la India, siendo marroqu¨ª en Marruecos o canario en las islas, contemplando, como si viera una obra de arte, un plato de angulas en un mes¨®n de Madrid, escuchando con sus ojos orientales que de pronto se hac¨ªan de l¨¢grimas como si en su, interior hubiera explotado un ni?o; ahora esa representaci¨®n es, muda y est¨¢ en las fotograf¨ªas que acompa?an la muestra; da rabia no verle m¨¢s ser Severo Sarduy, y sin embargo de alguna forma est¨¢ aqu¨ª otra vez, visitando con sus babuchas sin ruido un espacio en el que no s¨®lo habitaba con la explosi¨®n de alegr¨ªa de un tropical, sino tambi¨¦n con la melancol¨ªa secreta de un hombre que hizo del silencio la otra parte de su vida.
Lo que resulta irrepetible es el gesto, la voz, el calor de Severo, su sentido del asombro y tambi¨¦n su disponibilidad para la f¨¢bula y para la reflexi¨®n. Y sin embargo, la vida que ¨¦l quiso est¨¢ tambi¨¦n ah¨ª, representada en gestos, en esa melancol¨ªa interior que ¨¦l hizo sonar como si fuera la esencia de la vida; era un fil¨®sofo, y eso se ve tambi¨¦n en la pintura, y un cient¨ªfico, y tambi¨¦n se advierte, del mismo modo que se advierte su calidad de poeta, de melanc¨®lico contemplador de paisajes que daban a su existencia paz y palabras que jam¨¢s podr¨ªan tener en la escritura el mismo tacto que en el lienzo.
Siempre vuelve Severo, y ahora regresa con todo; es el personaje que ¨¦l mismo mostr¨® y tambi¨¦n el que se mantuvo oculto, la ilusi¨®n y su contrario, el escritor y tambi¨¦n el hombre que tachaba la escritura, y aqu¨ª est¨¢ representada asimismo su voluntad de indagaci¨®n, su perfeccionismo radical, capaz de la despedida y el silencio, y est¨¢ ¨¦l, con la magia que le confer¨ªa a las cosas, como si todo en la vida debiera ser simb¨®lico, espl¨¦ndido y memorable. Hace unos meses su amigo Jos¨¦-Miguel Ull¨¢n, que ayer escrib¨ªa aqu¨ª de Severo, sorprendi¨® a una audiencia de periodistas mostrando una piedra que muchos a?os antes le hab¨ªa entregado Severo para que alg¨²n d¨ªa le fuera dada al escritor Emilio S¨¢nchez-Ortiz, que fue su amigo y su compa?ero en la radio francesa; se trataba de buscar la ocasi¨®n en que este ¨²ltimo fuera especialmente feliz; entonces ten¨ªa que recibir ese don de Severo. De forma extra?a, como si el propio Sarduy hubiera estado entre nosotros, all¨ª hubo ese instante m¨¢gico que materializ¨® Ull¨¢n entreg¨¢ndole la piedra a S¨¢nchez-Ortiz, que presentaba un libro, y haciendo que volviera ese aire inexplicable de casualidades c¨®smicas que Severo aplicaba a todos sus actos.
No es posible mirar esta muestra sin ver a Severo pintando; ah¨ª est¨¢, enfundado en un albornoz de varios tonos de azul, al lado de su taza de t¨¦, sobre la mesa de una cocina campestre, minucioso, como si estuviera orando ante un soporte que parece de cuero; su pincel rojo est¨¢ ante la vieja m¨¢quina de escribir, que en este momento no tiene papel. Dice Wahl que ¨¦sa es la atm¨®sfera en la que creaba Severo sus cuadros, como si le hablara al silencio. Da rabia no o¨ªrle m¨¢s.
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