El falsario
El intelectual trabaja con la realidad y sus turbulencias, las lima; procura afilarlas con la raz¨®n para que la propia realidad no le estalle en las narices. Y lo hace porque dispone de una libertad absoluta, y aqu¨¦lla es la que le confiere el talento. La libertad es la madre del artista, y la compa?era y el amante. Es tambi¨¦n su materia prima, lo que le alienta y materializa sus ideas, le permite expresarlas y tolera las cr¨ªticas del adversario. Es lo fundamental, acaso el ¨²nico valor absoluto.Hay intelectuales de diferentes ideolog¨ªas como hay perros de distintas correas y prostitutas de desiguales precios. La meretriz intelectual m¨¢s conocida es la org¨¢nica, la lampista del poder. Y el pastelero, y el especialista en premios, tiralevitas, sobacorcovas y cuchicheos. Pero el intelectual que no lo es y lo aparenta se define por servir al mal, destrozar la libertad que en otro caso le amparar¨ªa y abusar de una categor¨ªa que nunca debi¨® alcanzar.
El siglo XX es caracter¨ªstico del mal, el nazismo su sublemaci¨®n y Ernst J¨¹nger el intelectual falsario. Ha superado al siglo en tres a?os, se ha acomodado a ¨¦l y lo ha parasitado mediante la controversia y una literatura no tan venerable. Sus escritos m¨¢s logrados est¨¢n en Bajo las tempestades de acero en cuanto a la transcripci¨®n de los sentimientos, se podr¨ªa decir que hasta en la precisi¨®n de la prosa. Lo grave del asunto es que el tema es la guerra, y no su condena, sino su alabanza; habla de la batalla como de una experiencia interior que beneficia.
J¨¹nger, tras la Primera Guerra Mundial, triunfa con un paneg¨ªrico de la muerte. Hitler le ofrece un esca?o en el Parlamento, que rechaza. Franco tambi¨¦n le rehus¨®, y eso no convierte a nuestro fallecido dictador en un alma caritativa. El paso siguiente a la negaci¨®n es que J¨¹nger hubiera combatido al nazismo desde la inteligencia. Careci¨® de calidad moral porque en el fondo de su duda, y as¨ª lo demuestra su obra, admiraba la fuerza, el dominio, el carisma de los hombres que manejan la historia mediante las armas. En 1923 escribe un art¨ªculo en El Observador del Pueblo en el que glosa las virtudes del nacionalsocialismo y venera la siniestra figura de Hitler. De hecho se transmuta en un intelectual org¨¢nico, en una meretriz, en un apologeta del nazismo. Dotado de un fatalismo alem¨¢n, es un pobre tipo solitario que sucumbe a la parafernalia totalitaria.
En el 32 escribe un texto, El trabajador, en el que idolatra el nacimiento del nuevo hombre y critica la incapacidad de la democracia para organizar la realidad. En la Segunda Guerra Mundial, como capit¨¢n del Ej¨¦rcito nazi, frecuenta el Par¨ªs ocupado e intenta acercase al triunvirato sagrado formado por Camus, Sartre y Beauvoier, que pertenecen a la resistencia. J¨¹nger, como Camus, ha mamado de Nietzsche, pero le falta la grandeza espiritual y la profundidad intelectual de un Camus que, en El hombre rebelde, defiende y entiende al pensador alem¨¢n. Despreciado por Sartre, Beauvoier y Camus, con su reluciente uniforme del Tercer Reich, traba amistad con Celine. Celine es uno de los grandes autores del siglo, y de igual manera un ac¨¦rrirrio antisemita. Ambos pasean del brazo por el Par¨ªs sometido hablando entre chanzas del holocausto perpetrado en los lager.
El falsario ha muerto a la elocuente edad de 103 a?os, sostenido por esa fuerza que alababa, vanaglori¨¢ndose a¨²n de la colecci¨®n de cuarenta mil insectos que hizo en ?frica. Catalogar cuarenta mil insectos es un ¨ªmprobo trabajo, tanto como disecarlos; una disciplina la de la disecci¨®n que, por cierto, en bastante se asemeja a la del embalsamador. Parece que el mal que defendi¨® le hubiera insuflado un vigor inmortal. La edad de 103 a?os se acerca mucho a la inmortalidad, pero su obra y su trayectoria, afortunadamente, son del todo mortales.
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