Tarde de domingo
Las calles de la ciudad, medio adormiladas desde que se inici¨® la noche del viernes, despiertan cada atardecer dominical cuando regresan a sus guaridas, digo, garajes y encintado, los miles de autom¨®viles que las abandonaron. Cae, con la lentitud acostumbrada, el a¨²n friolero sol primaveral que hiere la retina de los conductores, quiz¨¢ cegando el inmediato futuro que les espera. Va espes¨¢ndose la circulaci¨®n y su latido lo marca la gradaci¨®n de los sem¨¢foros. Un magn¨ªfico week end en las sierras cercanas, hacia los cigarrales de La Mancha de Toledo, junto a las aguas del embalse, ahora rebosante; las tierras pardas de la Alcarria, orillas del Tajo, que viene henchido; vergeles del Ti¨¦tar, la oferta semanal para el zarandeado ciudadano, amo y se?or de su coche y su familia.Tambi¨¦n acrecientan la cadencia los trenes de cercan¨ªas y los parques despiden a quienes, m¨¢s modestamente, fueron a respirar un aire mejorado, entre ¨¢rboles y parterres, echadoras de cartas y la gente oscura que nos visita.
Vuelve la ciudad a digerir sus habitantes en ese par de horas crepusculares. Se abren los grifos de las cocinas, corre el agua en los cuartos de ba?o, alguien prende el televisor para recoger las ¨²ltimas im¨¢genes deportivas; la madre prolonga la jornada preparando la cena y los j¨®venes miran con desaliento los deberes aplazados. Se reanima la esperanza de quienes tienen pendiente la asignatura del empleo. En los patios interiores rebrota el rumor habitual, con ese par¨¦ntesis, cerrado hasta el lunes, que son las oficinas.
Madrid bate m¨¢s deprisa, cuando las casas que guardaron silencio recobran la algarab¨ªa; balcones y ventanas amarillean las luces cuando s¨®lo est¨¢ anocheciendo y a¨²n no encendieron los focos y las farolas. Una mano diligente, o un mecanismo en buen uso, ilumina la fachada de los edificios lozaneados, los monumentos c¨¦ntricos, los bellos y los adefesios, con imparcial criterio edilicio. Poco a poco, la noche gana el cotidiano torneo al d¨ªa. La columna de autom¨®viles se ha espesado, hormiguean los faros de cruce, en un sentido, y enrojecen el asfalto las luces posteriores, en el otro. La tregua del ruido viene sustituida por el estirado frufr¨² de los neum¨¢ticos sobre la calzada.
Corre el tiempo para todos; lento entre la juventud, presuroso para quienes tienen contadas las etapas. ?Pronto llegar¨¢ el verano y cruzar¨¢ el oto?o, otro m¨¢s ... ! Ojeada al calendario, con la mirada, distra¨ªdamente posibilista unos, fat¨ªdica para los que pasan la cuenta del rosario que roza la prescripci¨®n. Tontas reflexiones en esos momentos en que la pleamar humana recupera,sus orillas. Suele tener rastros melanc¨®licos la tarde de los domingos, cuando, a¨²n sin que nos lo propongamos, se hace ocioso balance -hablo como portavoz de algunos viejos- con tendencia a descubrir y averiguar el pasado y lo mucho que de ¨¦l desconocemos. Alguna vez recuerdo cierta melancol¨ªa, l¨¢nguidamente pesimista, que estuvo prohibida en los a?os que siguieron a la Primera Guerra Mundial. Una queja incitante de violines centroeuropeos acompa?aba el ¨²ltimo momento de los suicidas, la legi¨®n de desesperanzados que sobrevivieron al in¨²til sacrificio.
Se llamaba -siempre su t¨ªtulo en franc¨¦s- Sombre dimanche, domingo triste. Giraba el disco de pasta en el gram¨®fono cuando se esfumaba el eco del disparo, por eso fue proscrito. Hoy no se llega tan lejos. Abr¨ª el frigor¨ªfico y me qued¨¦ con el agarradero de pl¨¢stico en la mano; fue comprado no m¨¢s de seis o siete a?os antes. El tostador necesita vigilancia, para no churruscar el pan; aquella persiana enrolla mal y el mando a distancia no es obedecido por el viejo v¨ªdeo Beta.
Pues bien, ello provoca una escol¨¢stica conformidad las cosas duran menos que uno mismo, quiz¨¢ porque tal es el prop¨®sito de quienes las fabrican, lo que no deja de ser consoladoramente panglossiano.
Levanto la mirada de este folio a¨²n no concluido: Madrid se ha acostado m¨¢s temprano, suele hacerlo as¨ª, ganado por la fatiga de vivir. Afinando el o¨ªdo quiz¨¢ se perciba su cansado estertor, que no puedo escuchar porque me estoy quedando sordo. ?Bah! Lucubraciones de fin de semana. Cualquier domingo glorioso termina te?ido de gris. Ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa.
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