Antes que la historia
Los ciudadanos vivimos con inter¨¦s la discusi¨®n que en torno a la ense?anza de las humanidades tuvo lugar en diciembre en el Congreso de los Diputados. En este tema, las diferencias entre los oponentes pol¨ªticos de los partidos de ¨¢mbito nacional eran inicialmente sutiles. La dureza de la jornada parlamentaria se explica como consecuencia de la importancia que la ense?anza de la historia tiene para cualquier nacionalismo. ?Se figurar¨ªa alg¨²n ingenuo la posibilidad de una pol¨¦mica semejante por las propuestas sobre ense?anza de las matem¨¢ticas o de la biolog¨ªa? ?O sobre las de piano o ingl¨¦s? No hay duda de que el tema ha interesado en la misma longitud de onda que interesan las declaraciones de los fiscales de la Audiencia Nacional, los juicios pendientes o las discusiones sobre la financiaci¨®n de los partidos.Entre las humanidades, la historia constituye quiz¨¢ el paradigma de disciplina susceptible de utilizarse con intereses localistas y pol¨ªticos. Su instrumentalizaci¨®n, en este sentido, dificulta la objetividad de perspectivas y juicios y, lo que es peor, puede ayudar a fomentar nacionalismos intransigentes que perturban la marcha natural de la propia historia. Es precisamente en la ense?anza de la historia donde puede encontrarse la ¨²ltima causa de tanto alboroto pol¨ªtico.
Bastar¨ªa que un tema suscitara semejante inter¨¦s partidista y an¨®malo como para sospechar inmediatamente acerca de la oportunidad de su ense?anza en la escuela primaria. Parece prioritario ense?ar a los ni?os aquello que es objetivamente cierto y que es, en definitiva, lo que elimina las fronteras. Ejercer la memoria, plet¨®rica de capacidad a esa edad, con datos verificables como la distancia de la Tierra al Sol. el di¨¢metro de nuestro planeta, el funcionamiento de las c¨¦lulas, la importancia de la funci¨®n clorof¨ªlica que permite a la luz convertirse en vida, lo despreciable que resulta en tiempo el periodo hist¨®rico respecto a la edad del universo o del sistema solar, es algo importante, gratificante, ¨²til y complementarlo a lo que generalmente se aprende en casa. Pero, a¨²n m¨¢s, tiene el atractivo de hacer coincidentes los datos que aprenden los ni?os de la India, China, Brasil, Estados Unidos o de cualquier rinc¨®n de la Tierra.
Este tipo de conocimientos cient¨ªficos u objetivos son veh¨ªculos de comunicaci¨®n y uni¨®n, bases de la solidaridad y la tolerancia. Lo mismo podr¨ªamos decir de la ense?anza del ingl¨¦s o del solfeo o de las matem¨¢ticas. Por el contrario, la ense?anza de la religi¨®n local, de la historia sesgada o de las ideas filos¨®ficas nacionales puede potenciar, como el ¨¦nfasis de la cocina materna, la tendencia a una diferenciaci¨®n excesiva o al nacionalismo exagerado que tantas desgracias acarrea.
Es innegable la influencia del entorno sobre la lengua, la religi¨®n, los gustos culinarios o paisaj¨ªsticos, lo que conduce a la riqueza de la diferenciaci¨®n frente a una homogeneizaci¨®n inhumana y aburrida. Pero ya que el entorno condiciona y fomenta los aspectos diferenciales, garantizando que ning¨²n nativo est¨¦ libre de su influjo, ?no deber¨ªa la escuela, como ant¨ªdoto a este inevitable casticismo, contribuir a fomentar y procurar la potencialidad de lo global? Es m¨¢s, el disfrute de la diversidad requiere la capacidad de acceder a ella, que est¨¢ condicionada, al menos, por la necesidad de un idioma com¨²n.
Pocos discutir¨ªan que la ense?anza temprana de algunas humanidades -como gram¨¢tica, literatura o historia universal- es obligada, aunque s¨®lo fuera para satisfacer los m¨ªnimos culturales requeridos. Sin embargo, la escuela deber¨ªa tender con prioridad a corregir los excesos derivados de la formaci¨®n familiar localista. Sabemos que la historia de una naci¨®n es la asignatura que m¨¢s depende de quien la explica.
Por tanto en la escuela primaria deber¨ªa ser tratada con cautela y delicadeza, ya que incluso el propio concepto de naci¨®n carece, en muchos casos, de definici¨®n concisa y estable. La historia nacional quiz¨¢ sea muy importante a la hora de profundizar en nuestra identidad, pero hay muchas actividades importantes que requieren un aprendizaje previo para llevarse a cabo. Basta repasar la historia de Espa?a que aprendimos en el colegio, los que ahora tenemos 50 a?os, para preguntarnos si quiz¨¢ su estudio s¨®lo deber¨ªa ser autorizado para mayores. Al fin y al cabo lo mismo sucede con otras actividades, como la laboral, la investigadora o la sexual, de las que casi nadie niega su importancia.
El orden de adquisici¨®n de los conocimientos cambia mucho el resultado del aprendizaje global. Acercarse en profundidad a la cultura, lengua e historia nacionales desde una experiencia intelectual amplia, con conocimiento de idiomas y de otros pa¨ªses, produce un efecto radicalmente distinto al del proceso inverso. Y es distinto porque quien desde muy joven se centra en un horizonte estrecho puede llegar a sentir v¨¦rtigo por la amplitud y preferir encerrarse para siempre en su limitaci¨®n.
No se debe concluir, sin m¨¢s, que la ense?anza de las historias nacionales deba posponerse para edades avanzadas. Pero s¨ª creo que hay razones para un debate profundo, fruto de la reflexi¨®n, acerca de las prioridades a la hora de ense?ar a los m¨¢s ni?os. Si buscamos una capacidad de aprendizaje cr¨ªtico para el futuro del ni?o, los datos iniciales de su memoria, sobre los que descansar¨¢ todo el conocimiento posterior, deber¨ªan ser objetivos y, a ser posible, cuantitativos.
Ambos requisitos parecen no coincidir con las caracter¨ªsticas de las historias nacionales, tantas veces entremezcladas con historias sagradas y m¨ªticas. Finalmente, deber¨ªan estar especialmente prohibidos, en el ¨¢mbito escolar, todos los datos que siendo inciertos y subjetivos pudieran justificar el sufrimiento ajeno.
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