Cuidado con los duendes
Aunque no me lo van a pedir ni tampoco me lo van a escuchar, ac¨¢ va un peque?o consejo para los presidentes de las Am¨¦ricas que se re¨²nen ma?ana en Chile: cuidado con los duendes.?Los duendes?
Todos sabemos que estas criaturas diminutas operan de noche y que les gusta hacer bromas y que los humanos tenemos que aplacar, de vez en cuando, sus esp¨ªritus traviesos para que no nos hagan da?o. Aunque nunca me he cruzado con alguien en Chile -o en cualquiera de las otras rep¨²blicas latinoamericanas cuyos jefes de Estado asisten a la Segunda Cumbre de las Am¨¦ricas- que haya podido de hecho ver, ni menos capturar, a uno de esos esquivos enanos, su capacidad para causar estragos en nuestra existencia cotidiana nunca debe menospreciarse.
Mi ¨²ltimo encuentro con los duendes ocurri¨® durante una reciente visita a Chile, donde hace a?os que no vivo. Un domingo, not¨¦ que mi suegra, Elba, en vez de leer los contundentes peri¨®dicos del d¨ªa y lanzar imprecaciones y maleficios, como es su costumbre, contra el general Pinochet, se mov¨ªa con gran agitaci¨®n por nuestro living. Hab¨ªa extraviado sus anteojos para leer y acto seguido la familia entera -mi mujer, nuestros dos hijos, nuestra nuera gringa que nos hab¨ªa acompa?ado para por fin explorar Chile, todos- nos empe?¨¢bamos en escudri?ar rincones y trastornar cojines. Despu¨¦s de media hora de infructuosa b¨²squeda, Elba nos avis¨® que tanto ajetreo era en vano.
-No perdamos m¨¢s el tiempo -dijo- Son los duendes. Anoche no les dej¨¦ su leche. Hoy, antes de acostarme, les llenar¨¦ un platillo y ma?ana, ya ver¨¢n, encontraremos los anteojos.
El plan de mi sagaz suegra funcion¨® a las mil maravillas. A la ma?ana siguiente, la leche hab¨ªa desaparecido -y que nadie se atreva a sugerir que los culpables fueron los sigilosos gatos chilenos- M¨¢s importante: los anteojos, como era de esperarse, fueron hallados en un escondrijo del sof¨¢, en el mism¨ªsimo lugar, lo juro, donde yo mismo hab¨ªa hecho varias pesquisas, con estos ojos y estas manos, el d¨ªa anterior. No es la primera ni creo que sea la ¨²ltima vez que los duendes devuelven milagrosamente un objeto que han pedido en pr¨¦stamo, quiz¨¢s como una manera de recordarnos cu¨¢n peligroso es ignorar su existencia.
Es lo que temo que hagan los presidentes cuando se junten en Santiago: ignorar a los duendes. Celebrar¨¢n con raz¨®n la democratizaci¨®n creciente del continente y el ocaso de los generales; hablar¨¢n sobre la seguridad hemisf¨¦rica y las zonas de libre comercio; proclamar¨¢n que la afiebrada b¨²squeda de ganancias y de privatizaciones y de los adelantos tecnol¨®gicos es la soluci¨®n y panacea para los males recalcitrantes de Am¨¦rica La tina y que no hay otra alternativa que integrar nuestras econom¨ªas al orden global; confirmar¨¢n su creencia de que el pasado hay que dejarlo atr¨¢s para avanzar resueltamente hacia un futuro consumista -y se me ocurre que no lejos de los discursos de los presidentes se encuentran los inquietos duendes, escuchando y mirando estas deliberaciones con irritaci¨®n y sin duda preparando misteriosas represalias- Su enojo contra la cumbre no proviene -por lo menos, es como quiero interpretar las enigm¨¢ticas se?ales que nos mandan- de una resistencia testaruda al progreso: habi¨¦ndome autodesignado como su moment¨¢neo portavoz, sin que ellos me hayan elegido para tal funci¨®n, me gustar¨ªa poder asegurar que los duendes estar¨ªan felices de que nuestros pueblos tuvieran m¨¢s hospitales y escuelas, m¨¢s industrias y caminos, y menos hambre e ignorancia y violencia. Lo que inquieta a los duendes -en cuanto yo los pueda entender y, si me equivoco, que se alcen desde el coraz¨®n de la noche y me repudien p¨²blicamente- es que la acelerada modernizaci¨®n y marketing de Am¨¦rica Latina se est¨¢ llevando a cabo sin la activa participaci¨®n del vasto y subterr¨¢neo pueblo del continente, se ha hecho a espaldas de sus creencias, su cultura, su solidaridad, y -lo que es a¨²n m¨¢s crucial- a expensas de incontables sufrimientos; es decir, este proceso de desarrollo actual se basa en la exaltaci¨®n de la codicia y la avidez competitiva que contradice directamente el sistema de valores que los duendes han estado tratando de ense?ar a los humanos desde el principio de los tiempos. Las acciones de estas criaturas endemoniadas y parad¨®jicamente ben¨¦volas sugieren que s¨®lo podremos exorcizar su presencia ca¨®tica y maliciosa si actuamos en forma gratuita. No entiendo lo gratuito en su acepci¨®n corriente m¨¢s com¨²n, es decir, como algo innecesario y arbitrario y caprichoso, sino m¨¢s bien, retornando a la ra¨ªz original del t¨¦rmino, como algo que se da sin querer recibir nada de vuelta, aquello que se entrega a los dem¨¢s porque nos es precisamente grato y gracioso hacerlo, porque el premio de tal acci¨®n consiste en el placer de la d¨¢diva misma y no porque se atiende un dividendo o una utilidad inmediata. Si los duendes esconden nuestros objetos y perturban el duro orden de nuestra rutina diurna, es para llamarnos la atenci¨®n: siempre hay que tener tiempo para llenar un platillo con leche, siempre es fundamental preocuparse de quien tiene sed. Sus travesuras son una manera de recordarnos la existencia de tantos otros seres que habitan otro tipo de oscuridad invisible, tantos otros que nadie ve y a los que tambi¨¦n deber¨ªamos estar nutriendo y cuidando, invitando a compartir nuestras vidas, sin preguntar c¨®mo eso nos beneficia, c¨®mo ayuda nuestra carrera o nuestro ¨¦xito personal o nacional. Los duendes nos est¨¢n murmurando que es inhumana una sociedad que no tiene espacio para lo imprescindible, para la magia, para la compasi¨®n.
Por mucho que yo me crea el transitorio representante en la tierra de estos enanitos revoltosos, mi insania no es tanta como para presumir que los presidentes van a escucharme, ni reservarles un lugar en la mesa del banquete de la cumbre a mis amigos duendes, ni menos pensar en incluirlos como un ¨ªtem en alg¨²n presupuesto presente o futuro. Los presidentes est¨¢n sumamente ocupados con los Altos Asuntos de Estado.
Cabe preguntarse, entonces, c¨®mo reaccionar¨¢n los duendes ante su ciega y obstinada exclusi¨®n.
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?sta es mi esperanza: que durante la noche todos los anteojos (y los lentes de contacto, por cierto) de cada uno de los Mandatarios Americanos desaparezcan, impidiendo de esa manera a sus due?os leer los m¨²ltiples tratados que deber¨ªan firmar por la ma?ana, y que solamente despu¨¦s de un d¨ªa de b¨²squeda febril en que participar¨¢n los asombrados miembros de sus Gabinetes, solamente cuando anochezca, cuando los reporteros se hayan retirado y no quede ni un testigo, cuando hasta sus c¨®nyuges se hayan ca¨ªdo del cansancio, cuando est¨¦n por fin solos con su conciencia los Hombres M¨¢s Poderosos del Hemisferio, es mi esperanza tenaz que a ellos, con su coraz¨®n batiendo, con terror y con humildad, se les ocurra echar un poco de leche en un in¨²til platillo y tal vez, qui¨¦n sabe, por ah¨ª es posible que puedan dormir realmente bien por primera vez en muchos, muchos a?os.
?0 acaso los duendes, vencidos por la modernidad y la civilizaci¨®n de la avaricia, han terminado por reconocer que ya no vale la pena ocuparse de los Presidentes de las Am¨¦ricas, es posible que estos guardianes de nuestra secreta identidad ya no tengan ganas de jugar ni con esos presidentes ni tampoco con nosotros y prefieran m¨¢s bien callar para siempre, ya no seguir mand¨¢ndonos el mensaje de que tengamos cuidado, mucho cuidado, al avanzar hacia un futuro donde no habr¨¢ un lugar para los duendes y su indignaci¨®n, no vayamos a encontrarnos finalmente con una Am¨¦rica sin memoria y sin suenos?
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