Haro
Haro, Eduardo Haro Tecglen, publica ahora una reconstrucci¨®n minuciosa, y por tanto arbitraria, de toda su vida en un libro que titula Hijo del siglo (El Pa¨ªs Aguilar). Heredera del estilo de El ni?o republicano, esta nueva excursi¨®n de Eduardo Haro por su propia memoria es tambi¨¦n un viaje cultural, pol¨ªtico, por los recuerdos ajenos, la explicaci¨®n de una ¨¦poca y tambi¨¦n la evidencia de c¨®mo la vida construye una actitud. Haro es un periodista memorable: por el surco de su propia biograf¨ªa -la personal, la ¨ªntima- discurre la propia historia del periodismo espa?ol de este siglo.Nieto como es del 98, es hijo de periodista, vivi¨® la memoria de la tinta desde chico y tambi¨¦n su vida se confundi¨® con las diversas tragedias, pol¨ªticas, sociales, culturales, de nuestra ¨¦poca, incluida la ¨¦poca de la que no tenemos recuerdo. Esa incursi¨®n biogr¨¢fica en el testimono central de la vida que luego, de una u otra manera, ha de estar en la historia le confiere a Eduardo Haro un sitio de primera fila entre los que han de contar qu¨¦ pas¨®.
Lo que ocurre con este libro nuevo de Haro es muy singular: de pronto este personaje bronco, y tambi¨¦n tierno, tan especial, revela a todo el mundo, sin pudor y tambi¨¦n sin la miseria que destilan los que le insultan, el propio dibujo de su car¨¢cter: por qu¨¦ es as¨ª, qu¨¦ ha hecho ¨¦l con el tiempo, el gran escultor del que hablaba Marguerite Yourcenar.
Desde hace muchos a?os, este peri¨®dico tiene el privilegio de contar, en la columna estrecha de sus p¨¢ginas de televisi¨®n, con esa manera de ver que le ha construido la vida a Eduardo Haro; no cabe duda de que El ni?o republicano y este Hijo del siglo son consecuencia estil¨ªstica de ese Visto / O¨ªdo diario que conserva en estas mismas p¨¢ginas; en ese espacio, y en estos libros, Haro se corresponde con la imagen que difundi¨® de ¨¦l Manuel Vicent: es como un guerrillero que sigue disparando muchos a?os despu¨¦s de que acabara la guerra.
Dec¨ªa ayer el fil¨®sofo Emilio Lled¨® en La Vanguardia que fueron los griegos los que se dieron cuenta de que sin esp¨ªritus libres y cr¨ªticos no era posible la democracia. Haro es ese personaje con el que se puede diferir, incluso violentamente, porque siempre est¨¢ mirando y ve -y oye: ¨¦sa es la esencia de la columna- lo que los dem¨¢s tendemos a ocultarnos: es el que ve la luna, y no el dedo que la se?ala. Est¨¢ en contra, generalmente, y eso -como dice Antonio Mu?oz Molina- es tambi¨¦n estar a favor, pedir otras cosas de la vida, distinguirse de la mediocridad del pensamiento quieto, que es una variante del pensamiento ¨²nico. Por ejercerse as¨ª en la vida ha recibido injurias; ¨¦l las devuelve, qu¨¦ duda cabe, y a veces lo hace con la naturalidad del que se interroga sobre la desnudez del rey, y es entonces, cuando se resuelve, cuando surge de la escritura de Haro la evidencia de su actitud: se sabe a s¨ª mismo testigo de una historia, responsable de un rostro que con el tiempo ha ganado independencia y valor para decir lo que piensa. Le han expulsado de los teatros, le han golpeado en lo m¨¢s cercano -en lo m¨¢s ¨ªntimo-, le han herido -la vida, la gente- y le han querido, por lo que supone y por lo que es; a veces la gente que conoce su edad -el padecimiento de la edad, que dir¨ªa su amigo Carlos Castilla del Pino- se pregunta c¨®mo ha resistido Haro, de qu¨¦ piel est¨¢ hecho, c¨®mo puede decir lo que dice, c¨®mo sigue estando en contra al otro lado del pensamiento quieto. Es saludable que aparezca este libro, Hijo del siglo, y no s¨®lo para explicar a Haro, sino para que se nos explique a todos.
Babelia
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