La Espa?a de Am¨¦rico Castro (1948)
Hace exactamente medio siglo apareci¨® en las librer¨ªas de Buenos Aires un libro que motiv¨®, inmediatamente, reacciones pol¨¦micas inusitadas por su intensidad y calidad: el autor era Am¨¦rico Castro (1885-1972), y el t¨ªtulo, Espa?a en su historia. Uno de sus primeros lectores, Claudio S¨¢nchez Albornoz (1893-1984), anunci¨®, ya en 1948, que se propon¨ªa escribir un anti - Castro para rebatir la interpretaci¨®n de la historia de Espa?a expuesta por Am¨¦rico Castro. Se origin¨®, as¨ª, en el vasto territorio del exilio republicano, una divisi¨®n m¨¢s, la de los castristas y anticastristas, antes de la Revoluci¨®n cubana. El enfado de unos y la admiraci¨®n de otros ten¨ªan, sin embargo, en com¨²n el pasmo ante la magnitud intelectual y la riqueza estil¨ªstica de Espa?a en su historia. Muchos espa?oles republicanos se preguntaban, desde 1939, en las Am¨¦ricas de su lengua y en Estados Unidos, por las causas del conflicto de 1936, que tan dolorosamente concluy¨® para ellos. Pero no dispon¨ªan de tiempo (ni menos a¨²n del sosiego) para poder dedicarse a la introspecci¨®n colectiva que podr¨ªa darles respuestas apaciguadoras, o al menos atenuadoras, de su penoso desconcierto. De ah¨ª que Espa?a en su historia fuera un acontecimiento intelectual de efectos muy variados en sus primeros lectores, aunque sent¨ªan todos (incluso los que ser¨ªan anti - castristas) que Am¨¦rico Castro hab¨ªa elevado, al nivel que merec¨ªa la tragedia espa?ola, las hasta entonces meras disputas eruditas.?Un examen de conciencia era inevitable, urgente, y a ¨¦l consagr¨¦ estos a?os ya pr¨®ximos al ocaso?, escrib¨ªa Am¨¦rico Castro, en abril de 1946, al concluir su libro, del cual nos habl¨® repetidamente en su seminario de la Universidad de Princeton. Recordemos que en 1939, al triunfar los facciosos de 1936, Am¨¦rico Castro se encontraba en la Universidad de Wisconsin (Madison) y sab¨ªa que no podr¨ªa regresar a su patria, quiz¨¢s por muchos a?os. Aunque no hab¨ªa sido, propiamente, un beligerante en la guerra espa?ola, se incorpor¨® a la llamada Espa?a peregrina , al asistir a la reuni¨®n de profesores universitarios exiliados celebrada en La Habana en 1940. Y ah¨ª, en circunstancias penosas (que no es del caso referir), tom¨® la resoluci¨®n de intentar salvar simult¨¢neamente el legado hist¨®rico de su Espa?a y la propia personalidad intelectual. As¨ª escrib¨ªa en el pr¨®logo ya citado de 1946: ?Los pueblos, como los individuos, se encuentran, a veces, en situaci¨®n angustiosa y al borde del aniquilamiento?. A?adiendo (con tono hondamente personal): ?En tan apretada coyuntura hay quienes se dejan morir, o se dejan estar, y lo que sigue es vida inerte, sin af¨¢n, sin puesto en el mundo de los altos valores?. El punto de partida de Espa?a en su historia fue, as¨ª, an¨¢logo al de una introspecci¨®n din¨¢mica, que aspiraba a resultar en una obra que trascendiera el sentimiento de culpabilidad (no exento de desesperaci¨®n) que la motivaba.
Desde 1909 hab¨ªa sido Am¨¦rico Castro un propulsor (con frecuencia marcadamente agresivo) de la ?europeizaci¨®n? de Espa?a. Y su actuaci¨®n, educativa y period¨ªstica, durante la Segunda Rep¨²blica, en los a?os 1931-1936, le situ¨® a la cabeza de los profesores universitarios m¨¢s militantes en la defensa del nuevo r¨¦gimen. Circul¨® as¨ª entre los estudiantes la siguiente copla, cantada con m¨²sica del himno de Riego: ?Don Am¨¦rico Castro y Quesada, / un se?or que naci¨® en el Brasil, / pero luego se vino a Granada / a estudiar el derecho civil. / Instituci¨®n o muerte es siempre su divisa / y no va nunca a misa / porque es un hombre civil?. Probablemente los burlones estudiantes habr¨ªan le¨ªdo el art¨ªculo de Am¨¦rico Castro "?Religi¨®n?" (Crisol, 30-10-31), publicado en aquel mes de decisiones legislativas adversas a la Iglesia cat¨®lica, que conclu¨ªa en t¨¦rminos rotundos: ?La Rep¨²blica no puede ser puesta en peligro porque unos cuantos zafios o alucinados nos hablen de un catolicismo que tiene curso exclusivo entre pobres beatas, r¨²sticos y se?oritos fr¨ªvolos, mas no en Roma ni en Par¨ªs?. Tono expresivo que se lament¨® entre los institucionistas -??Este Am¨¦rico!?, exclam¨® su figura m¨¢s eminente, el se?or Coss¨ªo- y que, por supuesto, horrorizaba al mismo Am¨¦rico Castro, cuando un antiguo alumno le entreg¨® en Princeton, en 1948, un ¨¢lbum de recortes de sus art¨ªculos period¨ªsticos de m¨¢s de veinte a?os (que me dio a leer Am¨¦rico Castro, con prop¨®sitos bibliogr¨¢ficos).
En verdad, no era mi maestro (en su estilo intelectual ni en otros modos de su persona) un institucionista. Fue, sin embargo, gracias a Giner de los R¨ªos, que el joven granadino, reci¨¦n llegado a Madrid en 1908, tras una estancia de tres a?os de estudiante en Par¨ªs, pudo aceptar su condici¨®n de espa?ol como una potencialidad humana de futuros realizables. Porque, rememorando sus a?os mozos, en Granada, a comienzos del siglo, escrib¨ªa (en 1957): ?A muchos que tomaban conciencia de s¨ª mismos, Espa?a aparec¨ªa como un revoltijo de corral de vecindad y manicomio, especialmente en las provincias?. De ah¨ª que el encuentro con Giner, en la Instituci¨®n, fue para Castro lo que ¨¦l mismo llam¨® ?un momento decisivo para la integraci¨®n de una personalidad? (1937: La Naci¨®n, Buenos Aires). Cabr¨ªa, por lo tanto, mantener que en la formaci¨®n del pensamiento de Am¨¦rico Castro desempe?¨® un papel dominante el esp¨ªritu integrador de Giner. O sea, que pod¨ªa exaltarse ?la fascinante singularidad de Espa?a?, sin abandonar las aspiraciones modernizadoras del liberalismo hisp¨¢nico. As¨ª, ?el ¨¢nimo y la mente de Espa?a ser¨ªan otros sin haber nunca dejado de ser ellos mismos?. O, como hab¨ªa escrito en 1935, al morir Coss¨ªo: ?Este hombre ultramoderno se extasiaba ante la Espa?a vieja que ¨¦l sab¨ªa hacer revivir?. Palabras que se pueden aplicar hoy, sin duda alguna, al mismo Am¨¦rico Castro y a su magna obra de 1948, Espa?a en su histo - ria.
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