Entre lo culto y lo popular
Es sabido que Lorca guardaba muy bien las distancias respecto a cualquier intento de catalogaci¨®n que se hiciera de su obra como popular, salvo que ¨¦l mismo definiera lo que esto quer¨ªa decir. Precisamente por lo mucho que amaba y respetaba la cultura del pueblo, en el sentido finisecular, y machadiano, de folkl¨®rica, ten¨ªa muy agudizada la preocupaci¨®n por que no se le metiera en el saco de los populistas, confundido con zarzueleros, saineteros o gente del coupl¨¦ y de la espa?olada, como ¨¦l mismo dec¨ªa. Ahora bien, uno de los grandes enigmas de la producci¨®n lorquiana es saber de qu¨¦ manera logr¨® refundir los elementos de extracci¨®n popular en el fino diapas¨®n de su estilo, bastante homog¨¦neo a lo largo del tiempo, y sin que se escindiera en dos, como ya hab¨ªa ocurrido en el caso de G¨®ngora y en el de Calder¨®n; autores a quienes admiraba, y tal vez, de los que aprendi¨® secretamente a no repetirlos. En cualquier caso, la permanente vigilancia que la extremada sensibilidad del poeta ejerc¨ªa sobre ellos, apenas dej¨® huellas en la obra de creaci¨®n, y esto es lo realmente notable. Pero s¨ª las dej¨® en otros sitios. Pi¨¦nsese que uno de los motivos por los que m¨¢s odioso resultaba Garc¨ªa Lorca a la caverna era por no poderlo catalogar bien, pues ni se doblegaba al se?oritismo rampl¨®n, ni su concepto de lo popular ten¨ªa nada que ver con la estimaci¨®n despectiva de vulgo inculto y repajolero, que esa misma caverna propagaba. As¨ª que el hecho diferencial lorquiano, quitando las an¨¦cdotas personales, en bastante medida nos acercar¨ªa al hecho diferencial andaluz, en su noble pureza estilizada separada de la ganga populachera, del estereotipo jocoso y por supuesto de los abusos pol¨ªticos a sus expensas. Estas ¨²ltimas expresiones ya tienen en cuenta lo que Federico dijo al respecto. Fue a comienzos de 1934, cuando preparaba un fin de fiesta en el teatro Avenida, de Buenos Aires, con el que agradecer a un p¨²blico que lo acogi¨® entusiasta: "Es un entretenimiento que yo he planeado. Pero, naturalmente, debe tener alg¨²n sabor art¨ªstico, cierta categor¨ªa dentro de su tono popular ... he querido hacer algo fino, digno, noble, con mucho sabor, pero con cierta estilizaci¨®n de arte". Se trataba, nada menos, que de la escenificaci¨®n de tres canciones populares: Los pelegrinitos, Canci¨®n de oto?o en Castilla y Los cuatro muleros. Obs¨¦rvese que en uno de los t¨ªtulos aparece un rasgo popular conservado: pelegrinitos, por peregrinitos. Lorca dosificaba muy bien estas presencias, en muy poca cantidad, quiero decir: jondo, jaleo, mar¨ªo, mare, alamea, probe, en mit¨¢ der m¨¢...; y en su mayor parte cuando reproduce letras flamencas. Se dir¨ªa que la proporci¨®n es apenas de un uno por ciento, pero, eso s¨ª, muy atinado, exacto donde ten¨ªa que estar. Todav¨ªa, a preguntas del periodista, a?ade algo m¨¢s importante: "Durante 10 a?os he penetrado en el folklore, pero con sentido de poeta, no s¨®lo de estudioso". Estilizaci¨®n A esa buena selecci¨®n, a la adecuada proporci¨®n, y a una estilizaci¨®n de los elementos populares, hay que a?adir: la sencillez, la armon¨ªa, el ritmo, el duende. Con cada una de estas palabras se podr¨ªa escribir un tratado de lo andaluz-lorquiano, y seguramente no habr¨ªamos hecho m¨¢s que merodear "el elemento imponderable", del que ¨¦l mismo hablaba, parafraseando a su admirado Falla, que de estas cosas tambi¨¦n sab¨ªa un rato. En todo caso, no deber¨ªamos abandonar el punto de vista metodol¨®gico que ellos mismos aplicaban: el de la tensi¨®n entre lo popular y lo culto, una cuerda delicada, que hay que estirar sin que se rompa. Casos m¨¢s se?alados de ese temple son, por ejemplo, el uso del diminutivo, con valor afectivo m¨¢s que de cantidad (ganitas, hembrita, dinerillo, torerillos) y, por cierto, siempre con los sufijos de la norma culta, y no con la granadina -ico- o el reposo de cuatro a?os a que someti¨® el drama rural pasional que dio origen a Bodas de sangre, esto es, olvid¨¢ndolo para poder escribirlo; o las combinaciones suaves de rasgos coloquiales y cultos entre dos personajes de cachiporra (ni qu¨¦ ni?o muerto/qu¨¦ diantre); o las resonancias cruzadas que se dan entre denominaciones y t¨ªtulos como Do?a Rosita la soltera / Elvira la Caliente (nombre ¨¦ste de una trotacaf¨¦s de Sevilla), La zapatera prodigiosa / El m¨¢gico prodigioso (t¨ªtulo de Calder¨®n), La casa de Bernarda Alba / La ni?a que riega la albahaca... Por no hablar de pr¨¦stamos profundos, como el de la imagen surrealista lorquiana, cimentada directamente en el disparate l¨²dico de la literatura oral, o del sabor a ya escuchado que tiene toda su poes¨ªa romanceada, consecuencia del gusto por la palabra bien dicha, bien modulada, que hered¨® del folclore infantil. Y tantas cosas como hoy no podemos ni esbozar que hablan de c¨®mo la obstinada dignidad po¨¦tica de Federico, pudiera tomarse como imagen de la dif¨ªcil, y tantas veces incomprendida, dignidad del pueblo andaluz.La atracci¨®n personal La identidad sexual de Lorca fue, durante d¨¦cadas, velada: confinada a la marginalidad del chascarrillo y la burla. Sin embargo, los testimonios sobre el gran influjo masculino de Lorca se acumulan. "Ten¨ªa una irresistible atracci¨®n personal", lo describe Salvador Dal¨ª -en la imagen, junto al poeta-, el primer amigo y amor de Lorca, seg¨²n su bi¨®grafo Ian Gibson. En la Granada "boecia", en la expresi¨®n de Antonio Machado, el Lorca sexual provoca rechazo. "Ser homosexual reforz¨® la apasionada identidad lorquiana con los perseguidos del mundo", escribe Gibson, quien ha revelado una an¨¦cdota atroz. Apenas horas despu¨¦s de su muerte, uno de sus asesinos se jact¨® en Granada de haber dado al poeta "dos tiros en el culo por maric¨®n". Un andaluz cosmopolita Despu¨¦s del ¨¦xito -inmediato, tremendo- del Romancero gitano, Lorca sale por primera vez de Espa?a en direcci¨®n a Nueva York tutelado por Fernando de los R¨ªos. Desde entonces no cesar¨¢ el Lorca viajero. En Estados Unidos, el poeta no aprende ingl¨¦s y se topa con el gigantismo urbano, aprecia "el imp¨²dico reto de la ciencia sin raices", pero tambi¨¦n enlaza con Cuba, el pa¨ªs deslumbrante que Lorca intuye desde que ve, de ni?o, las tapas interiores de las cajas de puros que fuma su padre, seg¨²n ha contado Ian Gibson. En Cuba, durante cuya estancia aparece en la imagen, Lorca puede expresar m¨¢s libremente su homosexualidad y trabaja en El p¨²blico -"mi mejor poema", escribe-. Luego viajar¨ªa tambi¨¦n a Argentina y Uruguay.
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