Fantasio y Vidrioso
JAVIER MINA D¨ªas atr¨¢s en este mismo peri¨®dico el profesor Rorty lanzaba una invitaci¨®n al pragmatismo. Vale ya -dec¨ªa- de mirarse el ombligo y de malgastar f¨®sforo y sudor estudiando bajo todos los ¨¢ngulos la relaci¨®n que guarda la realidad con sus representaciones; lo m¨¢s conveniente ser¨ªa coger la realidad por los cuernos y ponerse manos a la obra. Ignoro a qu¨¦ grados de retorcimiento no euclidiano habr¨¢n llegado sus colegas de filosof¨ªa, principales destinatarios del mensaje, aunque intuyo que por esa v¨ªa, la del jugueteo entre la realidad y la apariencia, se puede llegar muy pronto al disparate -que se lo pregunten si no a ese pensador que todav¨ªa no ha descubierto si el que piensa es ¨¦l o su simulacro- pero puedo suponer la sorpresa que le causar¨ªa al profesor al profesor Rorty saber que en las p¨¢ginas contiguas a sus tesis una realidad tozudamente aparente se encargaba de refutarlas con la iron¨ªa que confiere el azar. De hecho, lo que podr¨ªamos llamar la alegaci¨®n de Rorty, estaba atrapada en el bocadillo formado por la odisea de Bartol¨ªn -el bien real concejal del PP que no sabemos si fue abducido finalmente por los extraterrestres o por sus propias palabras, es decir por la representaci¨®n que tuvo a bien hacerse de los hechos- y las malandanzas de un reportero norteamericano por mal nombre Glass -vidrio- que, a fin de ganar notoriedad y dinero, lejos de trasparentar la realidad se la inventaba, falsificando cuanta prueba documental hiciera falta a fin de conferir apariencia de realidad a sus ficciones. Ni que decir tiene que, tanto en el caso de Bartol¨ªn como en el del periodista fulero, el pragmatismo ha acabado por imponerse y si Vidrioso fue despedido del rotativo The New Republic, Fantasio lo ha sido del PP. Pero no se trata m¨¢s que de la punta del iceberg. Me refiero a las sobredosis fabulatorias del edil y el tribulete. Sin ir m¨¢s lejos, ah¨ª tenemos la riqu¨ªsima antolog¨ªa del cuento que est¨¢n produciendo unos hechos tan incontrovertibles como el secuestro de Segundo Marey. No les arriendo la ganancia a los jueces encargados de establecer, por un lado, la realidad de los hechos -de todos- y, por otro, la verdad penal -pragm¨¢tica- de los mismos as¨ª como la correspondiente responsabilidad de los diferentes sujetos tanto en lo que se refiere a los actos como a sus respectivas representaciones (relatos, cintas y prozac) ?Y qu¨¦ decir de Stormont? Est¨¢ trayendo tanta cola interpretativa que ya no parece acuerdo sino mito. Dentro de poco, y a nada que se metan en el ajo Quebec y Trevi?o, vamos a creer que particip¨® en la famosa firma el mism¨ªsimo Dios sea cual fuere la confesi¨®n bajo la que tomara el bol¨ªgrafo. Pero es que en el d¨ªa a d¨ªa las cosas se complican mucho m¨¢s. De hecho, es donde m¨¢s se complican. Por no hablar de f¨²tbol, con el mal humor real que les entra a los hinchas pese al pragmatismo arbitral y la elocuente moviola cuando de penalties se trata, pod¨ªamos hablar de pol¨ªtica. As¨ª, al atacarse al juez de la financiaci¨®n de los etarras que huyen, HB confundiendo -?inocentemente?- los huidos con los deportados, cree saber que el Estado espa?ol ha hecho lo mismo, pagar a etarras, con lo que no habr¨ªa delito alguno o habr¨ªa dos. De igual modo ret¨®rico, PNV y EA deben entregarse a la filigrana para sostener que no vulneran ni Mesa ni mueble alguno cuando votan con HB la ley del Deporte, o sea la del gol. ?Y qu¨¦ hay de lo que se calla en p¨²blico y se admite en privado? ?Qu¨¦ entendemos por ¨¢mbito, imaginaci¨®n, foro, frentepopulismo, guerra, paz y Tolstoi? Desgraciadamente para el pragmatismo, mucho del hacer se nos va en decir (o en callar), bueno, pr¨¢cticamente se nos va todo. A excepci¨®n de cuatro gestos relacionales, un pu?ado de movimientos dom¨¦sticos y dos martillazos, si uno practica el bricolaje, o un mill¨®n -algunos en el dedo- si se ejerce de currela, nos pasamos la vida inmersos en la representaci¨®n v¨ªa el lenguaje. Pero eso Rorty seguro que ya lo sabe; el problema lo tenemos quienes, como a Bartolo, la flauta nos suena por casualidad. Y a medianoche en un jard¨ªn hay que estar seguros de si la patada se pega a la piedra, al bal¨®n, a la espinilla o a la moviola.
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