Una soluci¨®n milagrosa
Generalmente hay que desconfiar de las soluciones milagrosas, sobre todo en pol¨ªtica: la demagogia consiste precisamente en dar respuestas simples a problemas complejos. Pero a veces la soluci¨®n de un problema no se encuentra o no se acepta precisamente porque es demasiado sencilla y transparente.Los sistemas pol¨ªticos de las democracias occidentales atraviesan una crisis que se agrava con el paso de los a?os. No se trata de ser alarmistas: las instituciones democr¨¢ticas no est¨¢n en peligro, pero s¨ª su credibilidad ante la ciudadan¨ªa. El ejemplo reciente del auge de la extrema derecha en Francia responde sin duda a causas muy diversas y profundas, como el miedo a la globalizaci¨®n de la econom¨ªa y la marginaci¨®n social de capas enteras de la poblaci¨®n. Pero la abstenci¨®n y el voto a partidos antisistema, en Francia como en otros pa¨ªses, reflejan sobre todo un distanciamiento creciente de los ciudadanos respecto de su clase pol¨ªtica: la gente se abstiene o busca alternativas a la pol¨ªtica tradicional porque no se siente correctamente representada por sus gobernantes. Es indispensable invertir esta tendencia para recuperar la credibilidad de nuestros sistemas de gobierno.
Las razones principales de este distanciamiento no son s¨®lo, en mi opini¨®n, las que se esgrimen habitualmente: las gentes pueden comprender perfectamente que su clase pol¨ªtica no tenga la capacidad de resolver milagrosamente problemas sociales tan profundos como el paro o el futuro del Estado de bienestar. Pero los ciudadanos est¨¢n cansados de ver siempre las mismas caras, de que les gobiernen desde hace demasiado tiempo las mismas personas cada vez m¨¢s desprovistas de ideales, de ideas y de energ¨ªa. Por eso, ¨²ltimamente quienes ganan las elecciones suelen ser las caras m¨¢s nuevas y no los programas m¨¢s convincentes.
No tiene por qu¨¦ haber m¨¢s c¨ªnicos en la pol¨ªtica que en otros ¨¢mbitos: muchos pol¨ªticos, sin duda la gran mayor¨ªa, llegan al poder ejecutivo o legislativo con una voluntad sincera de mejorar la suerte de sus conciudadanos y con el convencimiento de poder hacerlo mejor que sus predecesores. Muchos lo consiguen en los primeros a?os de su mandato, pero ninguno mantiene esa capacidad indefinidamente.
El verdadero drama del poder no es la soledad de la que tanto se quejan los pol¨ªticos en ejercicio, sino la p¨¦rdida de sentido cr¨ªtico. Poco a poco, las voces cr¨ªticas que rodean al gobernante o al legislador se apagan, porque es m¨¢s rentable, c¨®modo y prudente decirle a quien manda lo que quiere o¨ªr. Poco a poco, el ejercicio del poder crea servidumbre, compromisos, rencores: gobernar ya no es un medio, sino un fin.
Cualquier observador reconoce f¨¢cilmente y denuncia este fen¨®meno de anquilosamiento en las dictaduras. En las democracias suele aducirse que el veredicto de las urnas es un ant¨ªdoto adecuado contra la tentaci¨®n de aferrarse a los cargos. Pero la realidad es que los mismos pol¨ªticos de los mismos partidos permanecen durante d¨¦cadas o se suceden en el poder en un juego de sillas musicales.
La naturaleza es tal que ni siquiera los l¨ªderes m¨¢s geniales mantienen el vigor y la integridad intelectual durante mucho tiempo. Alejandro Magno supo arrastrar con su liderazgo a 50.000 hombres a lo largo de 5.000 kil¨®metros, desde Macedonia hasta Karachi; pero al final de su corta vida, su obcecaci¨®n con el poder fue tal que perdi¨® tres cuartos de su tropa y, a su muerte, sus compa?eros tuvieron tanta prisa por repartirse los despojos que le dejaron sin sepultura durante siete d¨ªas.
Una soluci¨®n ?milagrosa?, aunque sin duda no suficiente, es limitar por ley los mandatos de todo cargo p¨²blico electivo a un m¨¢ximo de dos legislaturas consecutivas, tal como prev¨¦ la Constituci¨®n de Estados Unidos ¨²nicamente para su presidente. No se resolver¨¢n todos los problemas, pero los afrontar¨ªamos con m¨¢s energ¨ªa y representatividad: cabe esperar que caras y categor¨ªas nuevas aportar¨ªan tambi¨¦n ideas y sensibilidades nuevas.
Antes de descartar esta f¨®rmula por simplista conviene anticipar las cr¨ªticas. Lo primero que suele objetarse es que ser¨ªa injusto y perjudicial para un pa¨ªs privarse de dirigentes competentes y queridos por el pueblo. De acuerdo. Pero la experiencia demuestra que, al cabo de ocho o diez a?os, los gobernantes m¨¢s brillantes ya no son admirados, sino meramente soportados: se mantienen, democr¨¢ticamente eso s¨ª, porque utilizan los resortes del poder y los medios de comunicaci¨®n para emascular a la oposici¨®n o presentar bajo una luz favorable sus propias acciones. Es dif¨ªcil citar un l¨ªder, un parlamentario o un alcalde que haya dado lo mejor de s¨ª despu¨¦s de una d¨¦cada de ejercicio ininterrumpido de su cargo. Y si tan indispensable es un dirigente, nada le impedir¨ªa volver a presentarse a un cargo p¨²blico y ser reelegido despu¨¦s de una cura de obligado y merecido reposo.
Si Margaret Thatcher o Felipe Gonz¨¢lez, para poner solamente dos destacados ejemplos de ideolog¨ªa dispar, se hubieran retirado por imperativo legal despu¨¦s de dos legislaturas, hoy ser¨ªan recordados como grandes estadistas y no como gobernantes a quienes hubo que relevar; quiz¨¢ sus conciudadanos les dar¨ªan incluso una segunda oportunidad. Como no supieron irse, porque por encima de todo son humanos, la ley deber¨ªa haberles obligado a ello por su bien y por el de todos.
Tambi¨¦n suele decirse que la experiencia de los individuos es demasiado importante como para tirarla por la borda y que la profesionalidad es una garant¨ªa contra la corrupci¨®n. Sobre lo primero, baste recordar que la falta de experiencia en el poder no suele disuadir a los pol¨ªticos de la oposici¨®n de luchar por ¨¦l. No hay mejor aliciente para concentrarse en un proyecto pol¨ªtico que tener un plazo limitado para realizarlo. Sobre lo segundo, los hechos demuestran que con la permanencia en un cargo p¨²blico la falta de escr¨²pulos y las tentaciones aumentan en lugar de atenuarse; en cualquier caso, no se lucha contra la corrupci¨®n perpetuando la clase pol¨ªtica, sino mediante mecanismos de control democr¨¢tico. A los cargos p¨²blicos no se les debe exigir que sean geniales, sino que se parezcan en sus ideales y ambiciones a los ciudadanos que les han elegido sin formar una casta aparte.
Si la limitaci¨®n de mandatos es una soluci¨®n tan sencilla, ?por qu¨¦ nadie la aplica? Porque ¨¦ste es uno de los pocos temas sobre los que tanto los pol¨ªticos que ostentan el poder como aquellos que esperan sustituirles alg¨²n d¨ªa est¨¢n de acuerdo: no les interesa este tipo de milagros. Pero si realmente se preocuparan por su propia memoria y por el inter¨¦s general aprender¨ªan de la experiencia de Alejandro Magno que una retirada a tiempo es una victoria.
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