Paul Klee y nosotros
Como consuelo tras nuestra cat¨¢strofe mundialista y remedio de todo tipo de angustias estivales resulta extremadamente recomendable una visita a la magn¨ªfica exposici¨®n de Paul Klee que ofrece durante todo el verano el Museo Thyssen-Bornemisza en Madrid. El centenar de ¨®leos y dibujos que se pueden admirar all¨ª componen una maravillosa e inquietante excursi¨®n, de mano del trazo, la forma y el color, por el mundo de la interrogaci¨®n incesante, ese recurso humano para el crecimiento ¨ªntimo, el arma del alma para acercarse al misterio de lo intuido.?Qu¨¦ buena terapia es la obra de este gran pintor poeta para paliar los efectos t¨®xicos de la ofensiva de certezas ciegas, brutales y feas de esta cotidianidad nuestra! La l¨ªrica interrogante de ojos limpios de Klee parece m¨¢s extra?a que nunca ahora y en este pa¨ªs, en el que los baremos de la calidad humana parecen dictados definitivamente por la supuesta valent¨ªa del agresor, la constancia del fan¨¢tico y la firmeza del irredento.
En la Thyssen-Bornemisza, Klee, un hombre muerto hace ya m¨¢s de medio siglo, pregunta en silencio desde todos y cada uno de sus cuadros. Acompa?a al visitante, pregunta a pregunta, subiendo los pelda?os en la escalera de la emoci¨®n. Desde sus dibujos er¨®ticos y aleg¨®ricos tempranos a sus ¨®leos misteriosos como la Partida de los barcos, el conmovedorEmbrujado-petrificado o el terrible Muerte y fuego , pintado ya en la antesala del adi¨®s, Klee sugiere interrogantes para esa expedici¨®n por las sombras que puede ser la vida en busca de Das Wahre, Gute und Sch?ne (lo verdadero, lo bueno y lo bello).
Fuera de all¨ª reina otro talante. Un tal Clemente amenaza con arrancar la cabeza al que ose preguntarle por qu¨¦ su obcecaci¨®n ha costado tantas ilusiones. Un tal Ram¨ªrez tacha de montaje un v¨ªdeo en el que se le ve en posturas poco nobles y ensalza como foto hist¨®rica una imagen, realizada con los mismos m¨¦todos rastreros, en la que se muestra a una persona en actitud sin duda m¨¢s digna que la que a ¨¦l le fue robada. Unos asesinos, jaleados por unos e ¨ªntimamente consentidos por otros, matan a un hombre en Renter¨ªa. A uno m¨¢s, por nada y para nada.
Resentidos y ambiciosos utilizan la justicia, la prensa, el poder pol¨ªtico y el dinero, p¨²blico o de sus accionistas, para difamar, liquidar o marginar a quienes no consideran obedientes. Mediocres diversos escarban con entusiasmo en busca de debilidades ajenas para consolarse de las propias. Orondos fascistas batuecos vomitan su procacidad libidinosa en letra impresa.
La econom¨ªa va bien y hasta la natalidad resurge. Y, sin embargo, el ambiente es, perm¨ªtanme decirlo, f¨¦tido. La cacofon¨ªa incesante. La vida parece ?t¨®mbola! Todos hablan, nadie escucha.
En el ¨¦xito ha estado siempre el peligro de la soberbia y de la p¨¦rdida de esa humildad tan necesaria para ver m¨¢s all¨¢ del espejo. ?ltimamente, este riesgo parece emanar tambi¨¦n del fracaso, de la contumacia agresiva. Los reveses personales no parecen tener ya el efecto de incitar a la reflexi¨®n, de llevar a los hombres a cuestionarse a s¨ª mismos, plantearse opciones para evitar pasados errores, pecados o delitos y buscar, en la enmienda de sus obras, convertirse en seres mejores. Nadie se hace preguntas en la ruidosa corte de las respuestas.
Es, qu¨¦ duda cabe, in¨²til sugerirles a todos aquellos que acosan el d¨ªa a d¨ªa con sus ruidos y vomitan sobre todo el pa¨ªs sus peores instintos que se concedan un paseo por el laberinto de interrogantes de Klee. Porque para adivinar la poes¨ªa de la incertidumbre hay que haber salvado a trav¨¦s de los a?os de luchas, escaladas, defenestraciones y envidias, al menos un resto de mirada limpia, libre de las cataratas que brotan de la arrogancia y la certeza est¨¦ril.
Muchos de nuestros conciudadanos m¨¢s reputados en este patio de monipodio parecen ciegos desde la infancia. O al menos desde que olieron la pista para rastrear el ¨¦xito. Inasequibles para la duda, triunfan en la cultura de las respuestas r¨¢pidas y contundentes, hirientes como mandoblazos. S¨®lo cabe desearles que les aproveche. Y que nunca tengan un arrebato de lucidez que les haga ver m¨¢s all¨¢ de la imagen que de s¨ª mismos han forjado.
Lejos, muy lejos de la grosera bacanal triunfante, el laberinto de las interrogantes silenciosas que Paul Klee abre a las emociones es un refugio fresco del que dan ganas de no salir.
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