Chick Corea sorprende en una jornada copada por veteranos de oro
El cartel de la segunda jornada del festival donostiarra plante¨® un homenaje, quiz¨¢ inconsciente, a esa generaci¨®n de m¨²sicos maduros que contribuy¨® a llevar al punto de ebullici¨®n el jazz de los sesenta y primeros setenta. S¨®lo 10 a?os separaban al m¨¢s joven de la terna, el inquieto Chick Corea (de 57 a?os), de Phil Woods, ep¨ªgono libre de Charlie Parker. Como entremedias quedaban los 63 de George Coleman y los 61 de Kirk Lightsey; cab¨ªa suponer que una diferencia de edades tan apretada iba a propiciar ofertas convergentes o incluso uniformes.
Pero la pr¨¢ctica del concierto en vivo demostr¨® que, al menos en jazz, 10 a?os abren un abismo temporal en el que se pueden encadenar m¨²ltiples innovaciones significativas y hasta revoluciones integrales. El p¨²blico lo presinti¨® y llen¨® los diferentes escenarios con festiva curiosidad.Kirk Lightsey inaugur¨® en solitario la espl¨¦ndida secci¨®n Jazz de C¨¢mara con un recital irregular que fue decayendo a medida que se descubr¨ªan los tics estrat¨¦gicos que empleaba el pianista para desarrollar las piezas. La sesi¨®n del exclusivo del sal¨®n de plenos del Ayuntamiento, adornado por un respetuoso silencio, empez¨® muy bien con una versi¨®n pausada de More than you know y acab¨® con otros dos grandes t¨ªtulos fundidos en complejo popurr¨ª, Just one of those things y Alone together.
Entre estos cl¨¢sicos, el antiguo colaborador de Dexter Gordon fue desplegando un ideario pian¨ªstico basado en un digitaci¨®n percusiva y un punto atropellada, gui?os poco convencidos a estilos del pasado y abruptos cambios de atm¨®sfera. Con Lightsey, las ideas no se vieron venir sino que se presentaron de improviso, jadeantes como si se hubieran dado un carrer¨®n para llegar a tiempo. Sus ocurrencias entretuvieron pero no siempre emocionaron.
Ya a cielo abierto, en la temperatura ideal de la plaza de la Trinidad, el estupendo cuarteto del saxofonista George Coleman esboz¨® un concierto seriamente perjudicado por una amplificaci¨®n tirando a estridente. Una hora no daba para mucho y el saxofonista, que ocup¨® puesto transitorio en el hist¨®rico quinteto de Miles Davis se apresur¨® a mostrar su envidiable capacidad t¨¦cnica y su dudosa imaginaci¨®n. Por suerte, estuvo generoso y permiti¨® que la bater¨ªa sabrosa hasta lo picante del gran Idris Muhammad y el piano fluido y ardiente de Harold Mabern elevaran la categor¨ªa de la sesi¨®n hasta lo apreciable. Tras el tr¨¢mite, lleg¨® la gran sorpresa, siempre relativa en un nombre de su importancia, de Chick Corea.
F¨®rmula ac¨²stica
El pianista, un m¨²sico enorme a quien la cr¨ªtica ha vapuleado a menudo por su molesta tendencia a disimularlo, acud¨ªa con un flamante disco bajo el brazo que avisa de su inter¨¦s por regresar a la f¨®rmula escrupulosamente ac¨²stica. El producto en cuesti¨®n no pasa de lo discreto, quiz¨¢ porque presenta a una extraordinaria banda todav¨ªa en fase de rodaje de un proyecto ambicioso. Pero a San Sebasti¨¢n el sexteto Origin lleg¨® plet¨®rico, con todas las asperezas pulidas y la lecci¨®n de la homogeneidad bien aprendida. El esfuerzo merec¨ªa la pena. Corea ha arreglado con esmero algunos standards, como Embraceable you o It could happen to you, y los ha hermanado con composiciones propias que suenan con la sutileza impresionista de una orquesta de Gil Evans en peque?o y en moderno. Timbres refinados, armon¨ªas ricas y melod¨ªas sugerentes y originales fueron las constantes que Corea brind¨® a sus solistas para que improvisasen libremente, pero siempre con la filosof¨ªa de conjunto en mente. No hubo solos inconexos sino intervenciones integradas gracias a que Steve Wilson (saxo alto, clarinete y flauta), Steve Davis (tromb¨®n), Bob Sheppard (saxo tenor y clarinete bajo), Avishai Cohen (contrabajo) y Jeff Ballard (bater¨ªa), todos magn¨ªficos, ejercieron de compa?eros y amigos. Incluso los temas de corte experimental, entre ellos una mezcla de rumba y tango que Corea bautiz¨® como rumbango, sonaron amigables y asequibles para coronar un concierto con sello de memorable.Como final de fiesta, de nuevo a borde del mar, la gran orquesta de Phil Woods, confortable en su papel de director y cada vez m¨¢s alejado de su hist¨®rico saxo alto, se ci?¨® a una est¨¦tica convencional, anclada voluntariamente a usos de anta?o revitalizados con gran aparato instrumental y brillantez.
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