Adriana Varela: o tango o coca¨ªna
D?O CON LA TANGUISTA DE "QUINTETO DE BUENOS AIRES"
La culpa la tuvieron Liliana Mazure y Luis Barone, no s¨®lo provocadores de mi estancia en Buenos Aires -mor¨ªan los ochenta o nac¨ªan los noventa, no recuerdo- para afrontar una serie televisiva sobre Carvalho, sino empe?ados en ense?arme todos los Buenos Aires sagazmente ocultos, vigilados de cerca o de lejos por la presencia del obelisco. Y fue en una noche emergente cuando me metieron en la rosa de Alejandr¨ªa del barrio de San Telmo, colorado de noche, blanco de d¨ªa, donde se ubicaba El Berret¨ªn, local guerrillero del tango, ya se sabe, uno, dos, tres, Vietnam como ped¨ªa el Che. Hay locales estables con un anillo y una fecha por dentro como El Viejo Almac¨¦n, y los hay pertenecientes al off Buenos Aires, que tienen la corta existencia del entusiasmo de sus arrendatarios, fr¨¢gil porque el tango no enriquece lo suficiente ni siquiera a la industria cultural del tango, es decir, te puedes ganar mejor la vida dedic¨¢ndote a Garc¨ªa Lorca o a Joyce, que a Troilo, Santos Diesc¨¦polo o Roberto Polaco Goyeneche. Esos locales viven mientras dura el menej¨®n, el enamoramiento del local con su empresario, y viceversa.Y en El Berret¨ªn tramaba las actuaciones un presentador maquillado y vestido de clown, fil¨®sofo de lo cotidiano de Buenos Aires, a manera de gu¨ªa de la conciencia de los espectadores, desde un humor judeoporte?o. De su mano enguantada en blanco entraban los cantantes iniciados aquella noche por un especialista suficiente y cl¨¢sico que abr¨ªa o¨ªdos y ojos a la espera de Roberto Polaco Goyeneche, el Polaco por suficientes se?as, la apuesta de fondo de la casa, porque estamos hablando del ¨²ltimo, hasta ahora, cantante m¨ªtico del tango duro bien expresado, desde el cerebro situado de cintura para arriba. Como siempre, me dijeron, el Polaco estaba moribundo, pero en cuanto sal¨ªa a escena se afirmaba sobre sus zapatos color crema y propon¨ªa el tango como una demostraci¨®n de estar vivo. La noche promet¨ªa la novedad de una casi debutante Adriana Varela, que entusiasmaba a mis introductores, y por el Polaco y por ella me hab¨ªan llevado al local. En Quinteto de Buenos Aires, la entrada de Adriana Carvalho la describo tal como yo la hab¨ªa sentido en la irrealidad de El Berret¨ªn: "Aparece una mujer escotada y blanca. Enigm¨¢tica y con las siete puertas y los seis sentidos bien puestos bajo laluna".
Con Valdano pude comentar a?os despu¨¦s aquel descubrimiento y ¨¦l conoc¨ªa a la cantante, incluso sab¨ªa que la hab¨ªa apadrinado El Polaco con un comentario tajante: no me gusta que las nenas canten tango, pero Adriana es un caso aparte. Para los que ten¨ªamos en los o¨ªdos de la memoria el registro de tangos cantados por Libertad Lamarque, Imperio Argentina, Nacha Guevara, Susana Rinaldi, el estilo de la Varela era una alternativa radical. El tango ha de salir del cuerpo por todas sus puertas, hay que cantarlo con los seis sentidos, y ella lo emit¨ªa desde el centro del mundo, el lugar elegido por sus pies para apoderarse del escenario, sin permitirse se?ales extras, presencia y voz, como la Piaf o Chavela, a lo sacerdotisa austera, quiz¨¢s el exceso de sus ojos como una ventana y ventosa de nuestra entrega de espectadores sometidos. Prueba decisiva para cualquier int¨¦rprete de tango es que asuma el repertorio cl¨¢sico como si lo estrenara y algunas piezas especialmente traducen el acierto o desacierto del empe?o. Hay que o¨ªr y ver a la Varela cantando Mu?eca brava o incluso Volver, despu¨¦s de haberlas o¨ªdo como nana y casi responso de toda una vida, para saber que est¨¢s en presencia de la magia de la continuaci¨®n y la renovaci¨®n, del encuentro entre lo patrimonial y su modificaci¨®n. De aquella noche, el El Berret¨ªn pas¨® a las p¨¢ginas de mi novela Quinteto de Buenos Aires como ella misma, una cantante que expresa seg¨²n vive y me permit¨ª la osad¨ªa de escribir varios tangos que subrayan las estrategias narrativas, con el fin de que Adriana los cantara en lo que naci¨® como serie televisiva y acabar¨ªa en novela. Apagadas las luces de los reflectores que hab¨ªan actuado de luna, Adriana Valera ha tenido algunos a?os para ir desvel¨¢ndonos de d¨®nde viene y a d¨®nde va, muchacha rockera universitaria que consideraba el tango un paisaje melanc¨®lico para jubilados de la biolog¨ªa y de la historia, como todos los argentinos que fueron muy j¨®venes en los a?os de la peor dictadura argentina de este siglo. El rock aut¨®ctono de aquellos a?os se adapt¨® a la estrategia de la protesta, mientras el tango segu¨ªa expresando una marginalidad esencial no asumida por aquellos j¨®venes sacrificados en el pen¨²ltimo altar revolucionario de la modernidad. Luego Adriana Varela conoce medio mundo, porque durante varios a?os ejerci¨® de esposa de tenista, del que se qued¨® los hijos y el apellido, dice, porque algo deb¨ªa quedarle, ya que nunca le pas¨® la pensi¨®n acordada.
Fonoaudi¨®loga, terapeuta de la voz y la audici¨®n, y estudiante de psicoan¨¢lisis, de pronto la ruptura sentimental la convirti¨® en una mujer que proyectaba tener un proyecto.
-Las mujeres, por la cultura que nos envuelve, cuando tenemos una crisis queremos cambiar de vida, ahondar en la propia fractura, porque se ha roto la identidad acordada. Cuando dej¨¦ la geograf¨ªa de las pistas de tenis del mundo, retom¨¦ la guitarra con la que hab¨ªa cantado en privado a los Beatles, Rollings, Serrat, Milan¨¦s, Silvio Rodr¨ªguez, Lennon, Espineta, Fito P¨¢ez, y un d¨ªa vi Sur, de Pino Solanas, y la pel¨ªcula me resume todo lo que la m¨²sica hab¨ªa aportado a mi vida, sin saberlo, sin ser consciente de ello, como expresi¨®n sonora y corporal, como cultura. Y en la pel¨ªcula descubro sobre todo a El Polaco, como el lenguaje de un barrio, la expresi¨®n de una forma de vivir el barrio de Saavedra. A trav¨¦s del tango, de las letras y del metalenguaje de la expresividad, le sal¨ªan los or¨ªgenes. Yo hab¨ªa desde?ado el tango no s¨®lo como una sentimentalidad ajena, sino porque el tango de mi adolescencia, en los a?os setenta, era un tango de lentejuelas, alejado de su mestizaje original, y El Polaco lo devolv¨ªa a su ra¨ªz bohemia. Me estaba contando qui¨¦n era yo misma, qui¨¦n era Buenos Aires, que es la marginaci¨®n, a m¨ª que lo hab¨ªa aprendido en la militancia universitaria, hermana de un militante del PC, hija de padre socialista y madre peronista, nieta de un sindicalista m¨ªtico, Curia, adorado por Evita y personaje glosado por Clar¨ªn como uno de los prototipos porte?os. El redescubrimiento del tango fue para m¨ª un shock cultural y emotivo.
Como en las pel¨ªculas, la fonoaudi¨®loga fue al Caf¨¦ Homero, para ver a Marconi, el bandoneonista por excelencia. All¨ª estaba El Polaco, pero como si no estuviera, fingi¨® Adriana y recibi¨® la oferta de cantar algo, un tanguito, poca cosa, "me aprend¨ª dos tangos en quince d¨ªas, pero no un tango cualquiera: Mu?eca brava".
-Venite a cantar los fines de semana.
Hac¨ªa pr¨¢cticas en un hospital y cantaba los domingos para un auditorio que se hinch¨® de intelectuales y artistas cuando un d¨ªa comparti¨® cartel con El Polaco.
- Lleno a cagar, Manolo, y yo muerta de miedo.
All¨ª estaba el mito, acodado en la barra, de espaldas a la novata que desde el escenario cumpl¨ªa su papel telonero. Cuando acab¨®, Adriana se acerc¨® a Goyeneche, y cuando se volvi¨® hacia ella y tuvo oportunidad de pedirle disculpas, ?por qu¨¦?, no s¨¦, quer¨ªa disculparme no s¨¦ de qu¨¦, s¨®lo recibi¨® amabilidades y en cierto sentido, ya la bendici¨®n del Jord¨¢n: ¨¦ste es mi hijo bienamado, en el que tengo depositadas todas mis complacencias. All¨ª naci¨® un padrinaje y un mutuo enriquecimiento, el cantante que fue taxista hasta los 40 a?os, cuando debut¨® con Troilo y que ya al borde de la ¨²ltima vejez se asomaba al mundo de la taivnguista universitaria, a su unerso cultural y familiar progresista, e incluso la audiofonolog¨ªa que le atrajo porque valoraba de la Varela su timbre de voz y aquella expresividad est¨¢tica, el sistema de se?ales que emite un cuerpo, el lenguaje que no se oye, incluso la teor¨ªa y la pr¨¢ctica de los silencios.
-Hasta la muerte de Goyeneche tuve con ¨¦l un v¨ªnculo ed¨ªpico. ?l era un tipo muy ¨¦tico y muy mundano, enfermo que se vivificaba cuando cantaba porque el tango es vida. Sin saberlo. Yo tambi¨¦n desconozco parte de lo que hago. El artista que sabe demasiado de s¨ª mismo no es un artista, es un profesional. Adriana fue asumiendo todo el tango, desde el m¨¢s perif¨¦rico y metaf¨®rico al m¨¢s nuclear, el tango de Cal¨ªcamo, Celedonio Flores o Contursi.
-Como si se tratara de una cebolla. Empiezas por la capita de afuera y le vas quitando capitas. Y el n¨²cleo del tango es su car¨¢cter de m¨²sica de barrio, de marginalidad. Me he negado a traducir el tango a lo femenino. El tango lo canta siempre un poeta comprometido, aunque los tangos no tengan un contenido expl¨ªcitamente pol¨ªtico, todos los tangos son comprometidos, porque son pol¨ªticamente incorrectos, y m¨¢s en estos tiempos en los que la derrota, la pobreza y la marginaci¨®n muestran su condici¨®n de efectos pol¨ªticos. Es lo incorrecto, lo transgresor, por eso ha vuelto. Y en estos tiempos de cobard¨ªa ante la inseguridad, el tango ayuda a atravesar la angustia. Cuando me siento deprimida prefiero enamorarme o cantar un tango que drogarme, sobre todo de coca¨ªna, la droga imperialista que pone dura a la gente, no la deja caer en la angustia. Es el castigo de los ind¨ªgenas contra sus depredadores. Traduce el programa del sistema y te pone duro, bonito y productivo. No te deja sufrir. Cuando me enamoro lo hago a fondo, como cuando canto un tango. Cuando me tom¨¦ una historia me la tom¨¦.
Me lo est¨¢ contando a pocas horas de su debut en Barcelona, en el marco del Grec, una llegada tard¨ªa porque Adriana es muy gandula y lo suyo no es una carrera, dice, ni es nada. Due?a del p¨²blico porte?o, ahora le gustar¨ªa cantar en otros escenarios, recibir otro eco.
-Pero para comprobar que el tango lleva su ambiente a cuestas. Cantes donde cantes el tango, se establece una complicidad de espacio, tiempo y emotividad. Eso es lo misterioso de lo universal. Lo energ¨¦tico del lenguaje, m¨¢s all¨¢ de la lengua, rito, corporeidad, ese es el misterio que me une o me desune.
Cuando le comento que el tango es ella, pero tambi¨¦n se atreve con ¨¦l Julio Iglesias, se plantea el imaginario de actuar junto al cantante de Miami.
-Ser¨ªa un incordio est¨¦tico, pero como desaf¨ªo interno, maravilloso. Ahora tengo ganas de cantar sola. Desafi¨¢ndome como mi enemiga y mi amiga.
No hay tangos nuevos con suficiencia para cohabitar con los antiguos, salvo el tango instrumentalista de Piazzola. Tal vez alg¨²n d¨ªa resurja como la po¨¦tica de los nuevos perdedores, pero hoy, normalmente, cuando alguien se pone a escribir un tango, lo convierte en una cosa, dice Adriana, recuperando su condici¨®n de estudiante de psicoan¨¢lisis, superyoica, y pierde la espontaneidad del malditismo del que naci¨®, controlada espontaneidad de lo ca¨®tico que consiguen sus mejores poetas. Cuando sea mayor, quisiera ser como la Susanita de Quino y terminar su vida junto a sus nietos, con un hombre al lado, mirando el cielo, hablando de estupideces. No. Ese hombre no ha de ser atleta de nada. Alguien parecido al protagonista de Dr¨¢cula, pero sin colmillos. Y de momento, cantar tangos cada vez m¨¢s nucleares y rechazar las propuestas que le llegan con el ¨¦xito.
-Me proponen cada huevada que me caigo de risa
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