Un luminoso diorama tras la oscuridad
Los pioneros del turismo no habr¨ªan llegado nunca a Puigcerd¨¤ si no hubiesen tendido en sus venas unas gotas de esp¨ªritu aventurero. El fatigoso viaje consist¨ªa en una constante tortura infligida por el traqueteo constante de la diligencia, sus vaivenes y el polvo que se colaba por todas las rendijas. Pero despu¨¦s de superar el cuello de botella del valle de Ribes, aparec¨ªa ante los incr¨¦dulos ojos del viajero injertado de explorador una inmensa extensi¨®n de territorio al que el amplio abrazo de las monta?as pirenaicas no hab¨ªa podido robar la intensidad de su luz y su color. El escritor Narc¨ªs Oller, fundador de la novela catalana moderna y miembro de la que se dio en llamar colonia veraniega de Puigcerd¨¤, a principios de siglo, describe el impacto de este paisaje en Pilar Prim: "Y ya nos parec¨ªa que ¨ªbamos a ir a parar a alg¨²n rinc¨®n de mundo fe¨ªsimo, (...) cuando nos vimos sorprendidas por la hermosura del gran valle de la Cerdanya, que se nos apareci¨® como un luminoso y espl¨¦ndido diorama, saliendo del pasadizo oscur¨ªsimo que suelen hacerte atravesar". Curiosamente, el remanso de paz monta?osa de Puigcerd¨¤ debe su pujanza como enclave tur¨ªstico a la enorme fama que le granjearon sus haza?as b¨¦licas. Los sitios carlistas que resisti¨® en 1873 y 1874 popularizaron la localidad en todo el pa¨ªs, se le otorgaron t¨ªtulos por su tenaz resistencia, y muchas calles de diversas capitales del estado fueron bautizadas con el nombre de Puigcerd¨¤. A partir de la d¨¦cada de los ochenta, los veraneantes proliferaron y relanzaron la vida social y cultural del municipio. Se trataba, en su mayor¨ªa, de personalidades del mundo industrial, pol¨ªtico y cultural barcelon¨¦s, que construyeron sus aparatosas casas de estilo ecl¨¦ctico, llamadas quintas, alrededor del estanque. A rebufo del impulso tur¨ªstico, naci¨® la prensa local -con especial atenci¨®n a los chismes y a la n¨®mina de veraneantes-, las carreras de caballos, el alumbrado el¨¦ctrico, la construcci¨®n del casino Ceret¨¤ y la Festa de l"Estany (el 22 de agosto), una de las m¨¢s arraigadas. Las tertulias reun¨ªan a artistas de la talla de Verdaguer, Rusi?ol, Granados, Oller, Alb¨¦niz y Maragall. No ser¨¢ hasta unos a?os despu¨¦s del amargo par¨¦ntesis de la Guerra Civil cuando Puigcerd¨¤ podr¨¢ recuperar lentamente su turismo veraniego y empezar¨¢ a aglutinar el de invierno a trav¨¦s del auge del esqu¨ª y el y¨®quey sobre hielo. ?ste ¨²ltimo deporte, del que Puigcerd¨¤ y N¨²ria son pioneros en el Estado, empieza a practicarse sobre el lago helado. El peri¨®dico Mundo Deportivo, en 1956, se refiere al peque?o milagro del hielo natural y da cuenta de la divisi¨®n ciudadana que genera la celebraci¨®n del primer gran acontecimiento deportivo sobre las aguas del estanque. Muchos alertan de la imprudencia que puede acabar en desgracia. Es entonces cuando un entrenador austriaco decide medir el espesor de la capa de hielo y afirma con rotundidad: "Tiene m¨¢s de 30 cent¨ªmetros. Aqu¨ª no s¨®lo se puede hacer un festival de patinaje, sino que podr¨ªa cruzarlo una divisi¨®n de tanques". El desarraigo social es la nota dominante entre las nuevas oleadas de veraneantes, que se alojan en lujosas urbanizaciones perif¨¦ricas y ya no conviven con los ceretanos como anta?o. Para algunos, las jornadas l¨²dicas se concentran alrededor de sus piscinas, y sus paseos se limitan al trayecto entre los hoyos de un campo de golf. Los ceretanos son conscientes de los beneficios que comporta el hecho de que tener una propiedad en la Cerdanya se haya convertido en un signo de distinci¨®n entre los c¨ªrculos pudientes de Barcelona, aunque muchos lamentan que la prosperidad de la comarca haya quedado en manos de un turismo de temporada corta, que no hecha ra¨ªces en la comarca y deja semidespobladas sus residencias la mayor parte del a?o. La comarca de la Cerdanya, dividida administrativamente entre dos Estados y dos provincias, adem¨¢s del enclave de Ll¨ªvia, ilustra sobre la absurdidad de ciertos l¨ªmites fronterizos. El Archivo Hist¨®rico Comarcal conserva la memoria del territorio, antes de que el Tratado de los Pirineos (1659) trazara la l¨ªnea junto a Puigcerd¨¤ y que la divisi¨®n provincial espa?ola hiciera una nueva partici¨®n en 1833. Sebasti¨¤ Bosom, archivero comarcal, alude a los intentos culturales de borrar las fronteras y a una recatalanizaci¨®n del territorio franc¨¦s, que se estrella contra el paulatino abandono de la lengua por parte de las nuevas generaciones. Pero el turista de la Cerdanya, ya desde principios de siglo, no se detiene ante las fronteras, sino que gusta de cruzarlas y comparar administraciones. Al respecto, ilustra Pilar Prim: "Pronto escarmentadas del traqueteo sufrido por los caminuchos de la Cerdanya espa?ola (abandonados, como todas nuestras cosas, a la detestable acci¨®n de una administraci¨®n africana), encaminaron especialmente sus salidas hacia la francesa, cruzada toda ella de carreteras inmejorables, por las que el land¨® de Pilar rodaba, horas y horas, sin encontrar el menor bache ni levantar un suspiro de polvo". Las antiguas diligencias ten¨ªan parada obligada en algunos hostales, y fueron ¨¦stos los que generaron una cuidada gastronom¨ªa. Can Boix, de Martinet de Cerdanya, sigue los pasos de tres generaciones dedicadas a la hosteler¨ªa, y basa su prestigio en una excelente cocina del pa¨ªs, equilibrada y sin estridencias. Loles Vidal regenta actualmente el local, mientras que su marido, Josep Maria Boix, dirige otro lujoso establecimiento, La Torre del Remei, en Bolvir de Cerdanya. Loles cuenta que su restaurante fue modelando y mejorando su oferta a la sombra del escritor y gastr¨®nomo N¨¦stor Luj¨¢n, quien se alojaba en una de sus suites entre 3 y 5 meses al a?o. El escritor, que empezaba su jornada a las 3.00 horas, encontr¨® en el paisaje invernal de la Cerdanya y en el trato cordial del equipo del hotel el refugio id¨®neo para crear. Con los a?os, Luj¨¢n se convirti¨® en un c¨®mplice, en un miembro m¨¢s de la gran familia de Can Boix, que sorprend¨ªa constantemente con su vasta cultura y sus conocimientos sobre caf¨¦s, vinos y co?acs. Loles asegura que su muerte le hizo sentirse desprotegida. Su desaparici¨®n coincidi¨® con un cierto declive de la clientela de trato familiar y largas estancias. Hace dos a?os, los propietarios decidieron vender las suites como apartamentos y concentrarse en la restauraci¨®n. Loles lamenta el paulatino auge del cliente esnob, que alardea de mucha cartera pero de poco paladar y educaci¨®n, capaz de devolverle un plato cocinado con trufas negras alegando que ¨¦stas est¨¢n quemadas.
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