Inventando mundos
Aquejado de leucemia galopante, cierto personaje de la novelista norteamericana del sur Carson MacCullers termina por confesar a su amigo el juez y senador, con quien toma una copa, que si le encuentra un poco apagado no es porque se haya vuelto aburrido de repente sino a causa de una enfermedad en la sangre que se lo est¨¢ llevando derecho al a tumba. El viejo pol¨ªtico le responde vehemente: "?Una enfermedad en la sangre! Pero si eso es rid¨ªculo..., tienes una de las mejores sangres del estado. Recuerdo a tu padre que ten¨ªa un almac¨¦n de farmacia y recuerdo a tu madre tambi¨¦n..., era una Wheelwright. Llevas la mejor sangre de este estado en tus venas, no lo olvides nunca". El viejo juez, como buen pol¨ªtico, borra la evidencia y le regala un cuento, el que m¨¢s desea o¨ªr el pobre enfermo. Incluso el que m¨¢s desea o¨ªr ¨¦l mismo. De hecho, ser pol¨ªtico no consiste m¨¢s que en eso, en crearse un mundo y creer que no guarda distancia alguna con el otro, el de todos los d¨ªas, ¨¦se en el que vivimos quienes tenemos los gl¨®bulos m¨¢s o menos a la virul¨¦, pero, sobre todo, unas ficciones que no hacen mella en casi nadie. Empez¨® -Clinton, quiero decir- invent¨¢ndose la realidad. Y de qu¨¦ forma. No me negar¨¢n que tiene su m¨¦rito eso de suponer que si le cogen a uno el chiflo y se lo sorben y paladean no es por una cuesti¨®n de sexo sino de gastronom¨ªa o de masaje nueva era, alguna variante chic y quiz¨¢ inapropiada del Sihatsu. Tras Clinton ha venido el PSOE, y por dos veces. Tanto al fabricarse un mundo donde no era posible el encarcelamiento de Barrionuevo y Vera -ni siquiera cuando los jueces estaban reunidos para ejecutar la sentencia- como al blindarse frente a la realidad montando el sarao de la puerta de la c¨¢rcel seg¨²n el razonamiento de que el nosotros siempre resultar¨¢ m¨¢s verdadero que el ellos. Aunque el colof¨®n de la falacia nos lo acaba de ofrecer el autodenominado Foro de Irlanda. Para empezar, porque llaman foro a lo que es un frente m¨¢s o menos popular, pero seguro populista. Circunstancia que se queda en carratutas en cuanto se llega al meollo del asunto. Pese a lo mucho que se ha escrito cuando y desde Stormont (hasta por parte de algunos de los directamente implicados en las negociaciones) sobre que la realidad de Irlanda no es comparable con la de Euskadi, los firmantes de Estella se empe?an en lo contrario. A fin de que no se note mucho, digo el disparate, han tenido una ocurrencia magn¨ªfica: fabricar una Irlanda a imagen y semejanza de Euskadi. ?C¨®mo? Trenzando de unos a?os aqu¨ª txistus con gaitas, republicanos con sidra y abertzales con guiness. Pero la supercheria roza el r¨¦cord en la primera parte del documento suscrito bajo los auspicios del Puy. Hasta se podr¨ªa otorgar un premio a quien encontrase en ¨¦l a Wally, o sea a los protestantes norirlandeses. Resulta que durante treinta a?os, s¨®lo han estado intercambiando violencia los republicanos del IRA y el ej¨¦rcito colonial ingl¨¦s. A lo mejor es que los viejos orangistas que cada verano provocaban con sus desfiles a los cat¨®licos no eran m¨¢s sargentos ingleses que chusqueros disfrazados. Y los terroristas protestantes simples reclutas de permiso. O sombras, ficciones ¨²tiles. Aunque la opini¨®n m¨¢s fant¨¢stica del documento lizarr¨¦s es aquella que enigm¨¢ticamente avisa de que en Stormont se hizo extensivo el derecho de autodeterminaci¨®n a todos los ciudadanos de Irlanda. Con ello se habr¨¢ querido decir, supongo, que lo podr¨¢n ejercer los ciudadanos del Sur probablemente contra los del Norte, o viceversa, y los cat¨®licos -o una fracci¨®n de ellos- contra los protestantes, o ¨¦stos -tal vez algunas facciones- contra aqu¨¦llos y todos, incluso los emigrantes indios o el mism¨ªsimo Buda, contra Inglaterra. ?O contra Irlanda? Poco importa, porque a los firmantes de Estella s¨®lo les interesa que en Stormont aparezcan unidas las palabras paz y autodeterminaci¨®n, aunque sea con calzador. As¨ª que no nos queda sino tragar que se insulte una vez m¨¢s a nuestra nunca demasiado brillante inteligencia y seguir manteniendo por los siglos de los siglos que el rey no va desnudo, sino con el m¨¢s hermoso manto.
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