El rayo que no cesa
La verdadera gracia, creo, no se compra ni se vende. Temible es el gracioso "con carn¨¦", y el cuentachistes incapaz de parar, y las ordinarieces de Morancos y dem¨¢s cong¨¦neres por hacer re¨ªr (aunque lo logren para una audiencia tan basta como ellos), y cuantos renuevan el humillante renombre de la Andaluc¨ªa bufona, sin olvidar tanto bastinazo carnavalesco de chirigoteros meaculos. Lo que merece llamarse gracia relampaguea como un golpe de faro, tiene la brevedad por bandera, y si la tan cantada sal de C¨¢diz sigue viva (que lo sigue) est¨¢ en detalles como los que vienen. Invitado hace unos a?os, por unos obreros, a una campanita de Chiclana en un bar del barrio de La Vi?a, Rafael Alberti avist¨® un alejado platillo con cinco o seis langostinos momificados. Distra¨ªdo, ech¨® mano de uno y emprendi¨®, para pelarlo, una lucha in¨²til. Algo corridos sus anfitriones, uno de ellos se excus¨® t¨ªmidamente: -Don Rafael, otra vez que ust¨¦ venga se lo vamos a poner con cremallera. Pa que no se moleste. Mi man¨ªa de aprovechar hasta el morbo mis borradores, que s¨®lo yo puedo descifrar, puso en boca de un periodista amigo, Emilio L¨®pez: -Como sigas en ¨¦stas, los de la Papelera Espa?ola van a tener que poner un freidor. El ya legendario cantaor sin voz y encantador sinverg¨¹enza Cojo Peroche, que misteriosamente detestaba los mobiliarios playeros, le gangue¨® con malhumor y de paso, en La Caleta, al cabeza de familia de uno de esos nutridos equipos: -?Y no t"has tra¨ªo la c¨®moda? El mismo personaje vend¨ªa por los bares tiras con 10 n¨²meros a l¨¢piz; si alguno coincid¨ªa con el de la ONCE, premio de canasta navide?a de jam¨®n, turrones, licores, etc¨¦tera. Un d¨ªa me toc¨®. Le ense?¨¦ al Cojo su tira junto al Diario de C¨¢diz y le demand¨¦ la canasta: -?La canasta? - fue la respuesta.-?Anda ya, hombre, que se l"ha llevao esa gente! Y extendi¨® a la redonda un brazo que abarcaba el mundo entero, de Alaska a Sur¨¢frica. Hizo una de sus muchas escalas en C¨¢diz el velero italiano Am¨¦rico Vespucci y de un vino de recepci¨®n a¨²n circulaban por cubierta bandejas y copas. En esto, y sobre la pasarela vibrante de taconazos, sables en alto y dem¨¢s parafernalias militares, se presenta un oficial con una vistosa banda azul, diagonal sobre el uniforme blanco. Uno de los curiosos del muelle pregunt¨® a voleo: -?Y qui¨¦n ser¨¢ ese? -Ser¨¢ el Paternina, digo yo - salt¨® otro de los mirones. Hace unos diez a?os adelgac¨¦ tanto que alguien me reconoci¨® paseando por la playa ya despu¨¦s de cruzarnos. Percatado de su distracci¨®n, se vuelve y me dice: -Adi¨®s Fernando...?Viva Etiop¨ªa! Y cierro (para no caer ni de lejos en la abominable lista de los grasiosos) con esta muestra de un gran apego popular a La Caleta gaditana, ya que el punto urbano se?alado por la copla cae s¨®lo a cuatro manzanas de esa playa: Mira si soy caletero / que en llegando a la Cruz Verde / ya estoy en el extranjero.
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