Voluntad de resistir y esperanza en tierra quemada
VIENE DE LA P?GINA 1 2. El rostro de Josep Duocastella es de roja carne viva, tamizada de tonos amoratados. Sus manos y sus brazos est¨¢n escondidos debajo de unos guantes ortop¨¦dicos por prescripci¨®n facultativa. Lleg¨® al hospital con una tercera parte de su cuerpo quemado. En 1994 hizo un contrafuego contra el criterio de la autoridad competente y consigui¨® parar uno de los frentes del incendio. Esta vez qued¨® atrapado. Pero ya vuelve a estar aqu¨ª, en su casa, Biosca, sin la m¨¢s remota intenci¨®n de abandonar. Camina inseguro y ha aprendido lo que significa cansarse, pero ya ronda por la finca pensando en encontrar soluciones para seguir. Las huellas del fuego no enga?an: la casa estuvo rodeada por los cuatro costados, y fueron los campos de labor que la protegen, al pie de la era, los que permitieron parar el golpe. A pocos metros de la casa un cobertizo derrumbado. Era in¨²til defenderlo. "No da tiempo para sentir miedo", dicen. "Haces todo lo que puedes y cuando tomas conciencia de la realidad el fuego ya ha pasado". Porque el fuego pasa, corre, tanto que a unos que escapaban con un viejo tractor les lleg¨® a pisar los talones. Era domingo, el d¨ªa en que el fuego hizo el gran salto. Un domingo sombr¨ªo, marcado por las negligencias, en que se baj¨® la guardia. Y se habla del domingo como si no hubiera otro en el calendario. El domingo en que les cambiaron el paisaje, el domingo en que donde hab¨ªa verde les pusieron negro. "?C¨®mo se soporta cada ma?ana asomarse y encontrarse con una tierra tan cambiada?". "Te acostumbras", dice Joan de les Planes, un joven hombre fuerte que no est¨¢ dispuesto a ceder un mil¨ªmetro a la melancol¨ªa. 3. Le llaman la cremada y es un bancal que se quem¨® hace 50 a?os. No ardieron entonces m¨¢s de una o dos hect¨¢reas y, sin embargo, aquel incendio qued¨® inscrito en el paisaje como topon¨ªmico de aquella haza. Una prueba de lo inhabituales que eran los incendios en estos parajes. El fuego no ten¨ªa apenas lugar en la memoria de los habitantes de la sierra de Castelltallat hasta que lleg¨® el aviso de 1994. "Con la poca gente que quedamos por estas tierras", dicen, "es imposible hacer el trabajo de jardiner¨ªa que el bosque requerir¨ªa para su conservaci¨®n". Los cultivos se han abandonado en su mayor parte y eran enormes barreras para el fuego. El ganado serv¨ªa para mantener limpio el bajo bosque y ya queda muy poco. Y los carboneros son historia. El cuidado del medio ha desaparecido, por falta de gente, al tiempo que crec¨ªan de modo exponencial los peligros de incendio: tendidos el¨¦ctricos, cosechadoras, desplazamientos masivos de personas. Y sobre todo la despoblaci¨®n: aqu¨ª, en Sant Mateu de Bages, que con 100 kil¨®metros cuadrados es uno de los municipios m¨¢s grandes de Catalu?a, hab¨ªan llegado a vivir 18 o 20 personas por kil¨®metro cuadrado, ahora son 2 o 3. Pocos ojos para tanta vigilia. 4. El fuego ha sacado a relucir la historia de esta tierra. Los ¨¢rboles escond¨ªan infinidad de bancales hechos con piedra seca. ?ltimamente, cerca del 80% de la tierra era bosque, pero a principios de siglo el bosque no llegaba al 30% y el resto eran tierras de labor. "El paisaje de nuestros antepasados era bien distinto", dicen; "mucha vi?a, olivos, mucho menos bosque, mucho reba?o y mucho consumo para los hornos de pan, de cal, de todo lo necesario para la subsistencia. Era una econom¨ªa muy autosuficiente". Y en ello piensan para buscar nuevas opciones que den los dineros necesarios para seguir fieles a este peque?o mundo que viven como una patria. Planean habilitar una mas¨ªa para explicar c¨®mo transcurr¨ªa la vida por estos lares, c¨®mo consegu¨ªan completar pr¨¢cticamente el c¨ªrculo entero de sus necesidades sin salir del horizonte de la sierra de Castelltallat. 5. Lo explica Ana, de Biosca. Uno de los d¨ªas m¨¢s tristes de este mes de julio expres¨® su desasosiego a un vecino. "?Acaso piensas que los ni?os no ir¨¢n a la escuela este a?o?", le contest¨®. Los que quedan no quieren irse. "Estamos aqu¨ª porque esta tierra es un patrimonio que heredamos de nuestros padres y nuestra obligaci¨®n es gestionarlo. Lo que tenemos no nos lo hemos ganado, lo hemos recibido. Nuestro deber es conservarlo. Ni loco ni muerto de hambre me ir¨ªa de aqu¨ª", dice Joan de les Planes, y recuerda una conversaci¨®n con un vecino, que ha encontrado en la cr¨ªa de pollos su opci¨®n para sobrevivir. Estaba el hombre apurado porque su novia no quer¨ªa encerrarse en estos parajes, y, sin embargo, no ten¨ªa duda alguna: "Si no quiere venir me da igual. Seguir¨¦ solo como he estado siempre. De aqu¨ª s¨®lo saldr¨¦ con los pies por delante". "Yo tambi¨¦n tengo este sentimiento", dice Ana Duocastella, "pero no me sabr¨ªa mal perderlo, porque se sufre mucho". Y Joan concluye: "S¨ª, pero a m¨ª me sabr¨ªa muy mal que mis hijos no lo tuvieran". Esta carga de lo at¨¢vico suena como un latigazo al ver abrasado este peque?o mundo familiar. ?Tiene sentido esta voluntad de resistencia en una tierra que parece agotada, cansada? 6. El que no ha buscado segundas opciones se ha marchado, ha abandonado la casa y ha acabado por vender la finca. Aqu¨ª con una sola actividad no basta. Las propiedades son de tama?o medio, en torno a un centenar de hect¨¢reas, y no dan para explotaciones agr¨ªcolas competitivas. Desde 1992 se ha ensayado el turismo rural. Las mas¨ªas que quedan habitadas tienen casi todas un espacio para visitantes. Cien camas en este momento en lo que es la zona de Castelltallat, y 17 carros que hacen rutas tur¨ªsticas. Hab¨ªa varias familias de veraneo cuando empez¨® el incendio. Ahora ser¨¢ dif¨ªcil hacerlas volver, porque la desolaci¨®n no es el paisaje que busca el turista. ?Qu¨¦ tipo de visitantes ven¨ªan? Familias con ni?os que descubr¨ªan la vida rural y grupos de amigos con ganas de pasarlo bien juntos. No son las personas mayores las m¨¢s tenaces, las m¨¢s fieles a la tierra, las m¨¢s resistentes a marchar. El valle que separa las dos sierras que trazan paralelas, Castelltallat y Pin¨®s, es un cementerio de ¨¢rboles. Por el camino nos cruzamos a Roser, de Cal Marquet. Es maestra en Calaf. Va y viene todos los d¨ªas. Como van y vienen los ni?os de la zona, que recorren unos 20 kil¨®metros para ir a escuela. ?Qu¨¦ pasar¨¢ cuando sean mayores? ?Escapar¨¢n al destino que sus padres les tienen asignado? 7. En el mundo rural los raros acontecimientos que perturban el c¨ªclico devenir de las cosas dan nombre a los lugares. La vaguada en la que Josep Duocastella consigui¨® parar el fuego en 1994 ya ha quedado como el contrafoc. Y tiene algo de s¨ªmbolo de la desconfianza frente a las estrategias tecnoburocr¨¢ticas para apagar incendios que vienen de la capital. Reina por estos lares la convicci¨®n de que el problema no fue de medios, que eran m¨¢s que suficientes, sino de usarlos adecuadamente y con conocimiento del terreno que se pisaba. Del mismo modo que tienen pocas dudas sobre el origen del fuego -"todo empez¨® debajo de las l¨ªneas de alta tensi¨®n"- y no ahorran los sarcasmos sobre las detenciones de Puig-reig. Camino de Pin¨®s, en un cruce de senderos, hay un cartel color rojizo e insignias institucionales con esta leyenda: "Generalitat de Catalunya. Departament d"Agricultura, Ramaderia i Pesca. Obra: arranjament del cam¨ª feixes". Figuran los nombres de un director de obra y de un contratista. Est¨¢ aqu¨ª desde tres d¨ªas antes de las elecciones municipales de 1995. El cartel ha sobrevivido al fuego, pero han pasado cuatro a?os y no hay un solo s¨ªntoma de inicio de los trabajos anunciados. La historia tambi¨¦n ha pasado por estas sierras. Fue ¨²ltima avanzadilla del maquis, v¨ªa usual de penetraci¨®n, porque en estas tierras duras encontraban todav¨ªa ayuda, refugio y facilidades para el camuflaje. Y, c¨®mo no, Castelltallat y Sant Mateu de Bages tambi¨¦n disponen de una breve galer¨ªa de nombres ilustres. Con Joan Selvas i Carner, abogado, periodista, pol¨ªtico, que fue alcalde de Manresa, diputado y asumi¨® diversos departamentos en la Generalitat republicana. Y con Josep Maria Planas i Mart¨ª, que fue director del Be Negre. El destino no fue generoso con ellos. Selvas muri¨® de enfermedad a los 35 a?os y Planas, que hab¨ªa publicado en La Publicitat un art¨ªculo muy duro contra la violencia de la FAI, fue asesinado a los 28 a?os. 8. El bosque todav¨ªa cruje al pisar. La tierra negruzca est¨¢ espolvoreada de caracolillos blancos que deb¨ªan estar entre el humus cerca de la superficie y murieron por millones. Han vuelto los p¨¢jaros, devolviendo ruido al bosque, que parec¨ªa encadenado a un silencio insoportable. Pero todav¨ªa se resisten los dem¨¢s animales. En la fuente, un oasis de verde y agua, al que se acudi¨® hasta 50 veces para evitar que los rebrotes del fuego prendieran, no hay huellas de los jabal¨ªes. ?Volver¨¢n? Con la obsesi¨®n con la que los padres observan las evoluciones de los beb¨¦s, los habitantes de esta tierra est¨¢n pendientes de un ¨¢rbol que ha rebrotado por aqu¨ª, de una huella por all¨¢, de cualquier signo que indique que la vida vuelve. Son tenues de momento las se?ales. Los robles y las encinas han demostrado ser mucho m¨¢s fuertes que los pinos blancos: algunos est¨¢n empezando a sacar colores, marrones de un oto?o prematuro, verdes claros e incluso alg¨²n verde promesa de vida futura. La pinaza aguanta mejor. Al lado de Biosca se salv¨® un pino de cuatro ramas, que puede ser tambi¨¦n s¨ªmbolo de resistencia. Se escruta en silencio, por miedo a marchitar la esperanza. S¨®lo lo m¨¢s duros se niegan a dejar siquiera entreabiertas las ilusiones: muchos de estos ¨¢rboles no vivir¨¢n. Quieren que quede claro que hay que volver a empezar, que es la fatalidad de las tierras gastadas.
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