Gris¨®stomo
S¨ª, era Gris¨®stomo. Gris¨®stomo y no Porfirio, como el culto lector Bernab¨¦ Lorenzo Gonz¨¢lez tuvo la amabilidad de corregir en Carta al Director (ver EL PA?S del d¨ªa 9). En anterior columna (ver EL PA?S del 29 de septiembre) a un servidor le dio la ocurrencia de referirse al relato del Quijote sobre el labrador que se suicid¨® por amor, y llamarlo Porfirio.De bofetadas se dar¨ªa un servidor -ahorrando la molestia a los lectores que sintieran la necesidad de hacer justicia personalmente- por haber llamado Porfirio a Gris¨®stomo (en otras versiones, Cris¨®stomo), pues el lapsus resulta inexplicable. Porfirio no es personaje del Quijote. Ni un servidor conoce a Porfirio alguno; ni la referencia de su nombre, si se salva al dictador mexicano Porfirio D¨ªaz, ha figurado en las conversaciones o en los pensamientos que haya podido tener durante el ¨²ltimo siglo.
Y, sin embargo, los lapsus albergan siempre un significado. Todo lapsus revela una inquietud que a lo mejor pulula por el subconsciente. El Porfirio m¨¢s relevante en cuesti¨®n de amores acaso sea Porfirio Rubirosa, aquel diplom¨¢tico hispanoamericano, hombre-objeto o play-boy ejerciente, cuyos triunfos -seg¨²n testimonio de sus amantes- se deb¨ªan a que lo del d¨ªa de la boda, puesto en trance, le emerg¨ªa enorme. Pero ni la profesi¨®n, ni el atributo, ni las circunstancias se asemejan al buen Gris¨®stomo, cuyo problema fue, precisamente, que su amada no le dejaba usar lo del d¨ªa de la boda; y ni ella, ni Don Quijote, ni Cide Hamete Benengeli, ni nadie pudieron saber nunca si era grande o peque?o.
El lector comunicante alude tambi¨¦n al aspecto fundamental de la columna referida, que era la violencia, y ante la observaci¨®n de que en nuestros cl¨¢sicos no parece haber reflejo del crimen gratuito como causa de alarma social en su ¨¦poca, apunta acertadamente a un pasaje del Quijote en el que el Caballero Andante comenta que de los ¨¢rboles del lugar cuelgan por racimos los bandoleros ajusticiados.
No ser¨ªa tanto; aunque, en realidad, Cervantes escrib¨ªa una novela, adem¨¢s de humor. Y fue ocurrencia gracios¨ªsima contar que en plena oscuridad de la noche Sancho Panza se espantaba al palpar unas piernas que pend¨ªan sobre su cabeza y resultaba que eran las de un ahorcado. Y luego segu¨ªa la narraci¨®n con la imagen -en verdad sobrecogedora- de aquel bosque lleno de ahorcados. Claro que, a lo mejor, Don Miguel de Cervantes iba a la suya y todo ello constitu¨ªa malicioso artificio para a continuaci¨®n dejar caer una observaci¨®n inquietante, como quien no quiere la cosa: la abundancia de facinerosos ahorcados era indicio de que ya estaban cerca de Barcelona.
Cervantes deb¨ªa de sentir prejuicios regionalistas si no eran nacionalistas. Llega a escribir ahora Cervantes el Quijote y habr¨ªa tenido problemas. No s¨®lo por esas apostillas ofensivas -las llaman xen¨®fobas- sino por el propio retrato de la ¨¦poca, con su intenci¨®n cr¨ªtica, que la modernidad no tolera. Efectivamente los ajusticiamientos de su tiempo eran abundantes, aunque por delitos que hoy considerar¨ªamos menores. La escala de valores se mov¨ªa en coordenadas muy diferentes.
Un Quijote escrito en el umbral del tercer milenio, de cuya solidaridad y tolerancia tan pagados estamos, habr¨ªa recogido las movidas nocturnas en las que miles de j¨®venes se echan a la calle a beber y van armados. Navajas y pu?ales de todo calibre, bastones, bates de b¨¦isbol. Los planes de la Consejer¨ªa de Interior y la redada que hizo recientemente la Guardia Civil han puesto al descubierto un panorama de violencia estremecedor. As¨ª ocurre que en plena calle o a la puerta de un bar, por un incidente de tr¨¢fico o un simple tropez¨®n, va uno, le pega una pu?alada a otro y lo deja yerto. En los albores tolerantes y solidarios del tercer milenio, la vida de un hombre no vale nada. O vale menos que la brutalidad y la prepotencia, que el prurito de mantener fama de duro en un colectivo de cong¨¦neres cortados por el mismo patr¨®n. Al pobre Gris¨®stomo que muere de amor por una hermosa ricachona metida a pastora y mereci¨® p¨¢rrafos de la mejor prosa en la obra cumbre de la literatura universal, hoy los peri¨®dicos no le hubiesen dedicado ni una l¨ªnea. Algunos hasta le llamar¨ªan tonto. Y a eso es a lo que se refer¨ªa un servidor.
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