El viaje sobre el tiempo o la lectura de los cl¨¢sicos
1. Algunas palabras est¨¢n tan desgastadas por la ret¨®rica oficial que parece dif¨ªcil usarlas con un significado escueto y preciso. As¨ª ocurre con "humanidades", "humanismo" o "clasicismo". Todo el mundo est¨¢ a favor de su fomento acad¨¦mico, pero son muchos menos quienes creen y conf¨ªan en su valor en la educaci¨®n y la sociedad de hoy, a pesar de que el prestigio y la pervivencia de los autores cl¨¢sicos son la sustancia de las humanidades tradicionales y en sus textos se configura el acceso a la tradici¨®n humanista europea.El arte de leer y reinterpretar esos textos inolvidables desde nuestra perspectiva sigue siendo el m¨¢s s¨®lido e ineludible fundamento de la formaci¨®n human¨ªstica, una educaci¨®n que est¨¢ marginada y angustiosamente amenazada por presiones pragm¨¢ticas, urgencias sociales y modas pedag¨®gicas. De modo que la ense?anza de humanidades, en un tiempo prestigiosa, est¨¢ en honda y extensa crisis. Tal vez se nota m¨¢s en nuestras aulas, pero no se trata s¨®lo de un fen¨®meno escolar. Se trata de una crisis amplia de la lectura y de la relaci¨®n con el pasado. Es el pasado el que ha perdido prestigio.
2. Lo que ha consagrado y define como cl¨¢sicos a determinados textos y autores es la lectura reiterada, fervorosa y permanente de los mismos a lo largo de tiempos y generaciones. Cl¨¢sicos son aquellos libros le¨ªdos con una especial veneraci¨®n a lo largo de siglos. Un libro cl¨¢sico es un texto enormemente sugestivo, que invita a nuevas relecturas. Italo Calvino, en un estupendo ensayo recogido en su libro Por qu¨¦ leer a los cl¨¢sicos, daba 14 definiciones. Me gusta especialmente la que dice: "Un cl¨¢sico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir".
Acaso ah¨ª reside el misterioso atractivo fundamental de esos textos: en su inagotable capacidad de sugerencias. Siempre se puede encontrar en ellos algo nuevo, sugerente y aleccionador. Frente a tantos y tantos libros s¨®lo entretenidos, ingeniosos, eruditos o muy doctos, pero de un solo encuentro, frente a tantos papeles de usar y tirar, los textos literarios se definen por admitir m¨¢s de una apasionada lectura. Y los cl¨¢sicos invitan a relecturas incontables.
Podr¨ªamos calificar a los libros cl¨¢sicos como "la literatura permanente" -seg¨²n frase de Schopenhauer-, en contraste con las lecturas de uso cotidiano y ef¨ªmero, en contraste con los best sellers y los libros de moda y de m¨¢s rabiosa actualidad. Suelen llegarnos rodeados de un prestigio y una dorada p¨¢tina a?eja, pero conservan su agudeza y su frescura por encima del tiempo. Son los que han pervivido en los incesantes naufragios de la cultura, imponi¨¦ndose al olvido, la censura y la desidia. Algo tienen que los hace resistentes, necesarios, insumergibles. Son los mejores, libros "con clase", como sugiere la etimolog¨ªa latina del adjetivo classicus.
3. Pero eso no significa que esos textos se sit¨²en m¨¢s all¨¢ de la historia, sino que su recepci¨®n, su fulgor y permanencia dependen de la estima m¨¢s o menos constante de sus lectores y, por lo tanto, de las alternativas del gusto. Si se han mantenido como cl¨¢sicos es porque siguen diciendo algo valioso a muchos, como una parte del "capital cultural" de una lengua o una naci¨®n o una cultura. Pero en la lealtad del lector hacia esos textos y su apreciaci¨®n hay aspectos subjetivos e hist¨®ricos que no debemos olvidar. Existe una valoraci¨®n variable en el canon de los cl¨¢sicos. Cada ¨¦poca tiene los suyos y, si me permiten la imagen, dir¨ªa que las cotizaciones de la bolsa literaria tienen subidas y bajadas, m¨¢s bien un tanto lentas. Son las generaciones de lectores las que eligen a los cl¨¢sicos.
4. El arte de la lectura, como comentara Pedro Salinas, es cada vez m¨¢s dif¨ªcil. Requiere tiempo, silencio y una cierta disposici¨®n interior. En nuestra civilizaci¨®n de consumo, apresuramiento y desarrollo tecnol¨®gico, es dif¨ªcil dejar tiempo y silencio para la lectura. Vivimos atiborrados de noticias in¨²tiles, atontados por los ruidos y asediados por una espesa banalidad. Tenemos tant¨ªsimos libros que es dif¨ªcil penetrar a fondo en algunos con pasi¨®n.
Pero los cl¨¢sicos no son f¨¢ciles, piden un cierto reposo en la lectura y un empe?o por entenderlos a fondo. Requieren, como deseaba Nietzsche, lectores lentos, atentos a los matices y a los ecos. Esa lectura despaciosa, que degusta a fondo el texto, es ya un lujo raro.
5. No todos los cl¨¢sicos poseen igual grandeza ni paralelos atractivos o id¨¦nticos m¨¦ritos, y no todos est¨¢n situados a la misma distancia, en el tiempo y el idioma, de la sensibilidad del lector. Podr¨ªamos insinuar aqu¨ª una distinci¨®n sencilla entre los cl¨¢sicos universales (aunque queda bien entendido que "universales" quiere decir los de nuestra civilizaci¨®n occidental) y los nacionales (en los que el uso del propio idioma resulta un rasgo decisivo para su valoraci¨®n). Los primeros ser¨ªan el n¨²cleo del canon: Homero, Esquilo, Plat¨®n, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes o Moli¨¨re. Son los gigantes de la literatura, cuya obra se alza esplendorosa por encima de su lengua, ¨¦poca y naci¨®n.
Los nacionales son los mejores representantes de una lengua y cultura, pero cuya grandeza resulta mejor valorada en su propia tradici¨®n cultural. Su uso del idioma los ha convertido en referencias indispensables de la escuela y la literatura nacional. Son Quevedo,G¨®ngora, Chaucer, Sterne, Corneille, Racine, Schiller o Pushkin.
Y quiz¨¢s podemos abrir una tercera lista, del todo subjetiva, de los cl¨¢sicos que calificar¨ªamos de "personales". Como dec¨ªa Calvino, son los que con amor has seleccionado como "tus" cl¨¢sicos, aquellos que uno considera amigos.
Es evidente que los cl¨¢sicos han visto reducido en la escuela y la universidad el lugar de honor que tuvieron anta?o, pero se siguen reeditando en nuevas traducciones. En Espa?a se publican m¨¢s y mejor que en ning¨²n tiempo.
La escuela, como se?alaba Calvino, debe mantener un papel de primer orden en la orientaci¨®n de esas lecturas. El alumno debe encontrarse con algunos libros maravillosos y con inolvidables nombres de la literatura. Por ah¨ª deber¨ªa empezar su conocimiento elemental y su admiraci¨®n hacia esos textos, en encuentros que pueden marcar una vida.
En Espa?a apenas se estudian o se leen los llamados grandes libros, los cl¨¢sicos universales, en las escuelas ni en la universidad. No hay espacio para ellos en ning¨²n nivel de la ense?anza. No existe aqu¨ª, en ninguna facultad ni plan de estudios, una asignatura de lectura y comentario de los "grandes libros", como en algunas universidades de EEUU.
Entre nosotros se suelen leer y comentar en clase algunos cl¨¢sicos hisp¨¢nicos, del grupo de los "cl¨¢sicos nacionales", m¨¢s mod¨¦licos por su dominio del idioma que por su tem¨¢tica. Parece innegable el inter¨¦s de tales textos, pero acaso sea m¨¢s dudoso su provecho cuando se estudian por obligaci¨®n demasiado pronto. Por poner un ejemplo, no creo que el Libro del buen amor, del Arcipreste de Hita, sea una de las lecturas m¨¢s apropiadas para alumnos de bachillerato, ni por su contenido variopinto ni por su ampl¨ªsimo vocabulario medieval.
6. Siempre leemos a los cl¨¢sicos desde nuestro momento y perspectiva. Siempre los recibimos en nuestro propio contexto. Don Quijote no es para nosotros, despu¨¦s de las lecturas de los rom¨¢nticos europeos, una novela c¨®mica que parodia los libros de caballer¨ªas, como fue para sus primeros lectores en el siglo XVII. Su protagonista no es s¨®lo un enloquecido hidalgo que parodia a los caballeros andantes, entre burlas y delirios, sino un s¨ªmbolo pat¨¦tico del h¨¦roe hispano, idealista, envejecido, en choque con la realidad.
7. Otra cuesti¨®n importante es la del canon de los cl¨¢sicos. El libro de Harold Bloom El canon occidental (Anagrama) apuntaba lo esencial del problema, aunque tambi¨¦n suscit¨® algunas pol¨¦micas menores y, en mi opini¨®n, superficiales. Lo que Bloom destacaba muy bien, en su defensa l¨²cida y rotundo alegato a favor de la lectura de los cl¨¢sicos, era c¨®mo esos grandes libros, antes le¨ªdos y comentados en las aulas con respeto y dedicaci¨®n, hab¨ªan sido un n¨²cleo arraigado en la educaci¨®n universitaria a trav¨¦s de ¨¦pocas y generaciones, y que esa educaci¨®n humanista y literaria, anclada en la lectura de los grandes textos del pasado, nunca estuvo tan agredida como ahora en EEUU.
8. La instituci¨®n escolar tiene, por lo que toca a fijar un canon cl¨¢sico, una responsabilidad evidente. Para su educaci¨®n, los j¨®venes deben encontrar una pauta de excelencia, una lista sugerente, efectiva y ejemplar de los mejores escritores, artistas, creadores y pensadores del pasado. Es en la escuela donde deber¨ªa fomentarse y desarrollarse la lectura como instrumento formativo para los m¨¢s j¨®venes. All¨ª deber¨ªa orientarse su disposici¨®n a leer, de modo progresivo, y a leer lo mejor, desde breves textos hasta adentrarse en los grandes libros. Y hacerlo de un modo inteligente, y no forzado, pues el objetivo es que quienes se educan aprendan a apreciar y amar los libros, no a temerlos ni a aburrirse.
Ense?ar a leer, a entender de verdad lo le¨ªdo, a profundizar en su sentido con mirada cr¨ªtica e intentar expresar con claridad las propias respuestas frente a esos textos impresionantes es un reto espl¨¦ndido para un aut¨¦ntico educador, que va desde los comienzos hasta el final del periodo did¨¢ctico. Estimular la imitaci¨®n de los cl¨¢sicos me parece bien; pero a¨²n mejor es invitar al di¨¢logo perenne y vivo con sus textos.
Los profesores de letras, y desde luego los fil¨®logos, somos maestros de la lectura a fondo. Tarea de modesta apariencia y, sin embargo, esencial en todo humanismo. ?Si al menos supi¨¦ramos ense?ar a leer, si logr¨¢ramos transmitir el entusiasmo por la lectura de los grandes textos, una lectura activa, inteligente y personal! Si los alumnos aborrecen los libros, si son malos lectores, el fracaso es tambi¨¦n nuestro. Y en el desprestigio de la lectura tenemos una parte de culpa, por no haber logrado infundirles el amor por los libros.
Pero no resulta menos claro, sin embargo, que los profesores tenemos s¨®lo una parte de responsabilidad, no la mayor, en ese estrepitoso fracaso. Las presiones de la sociedad actual, orientada al consumo continuo, el progresivo imperio de una cultura audiovisual, la opini¨®n manipulada por los grandes medios de comunicaci¨®n y los incontables se-
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?uelos y artificios espectaculares de una tecnolog¨ªa desbordada reducen a discretos m¨¢rgenes la influencia de la educaci¨®n escolar en la vida.
El desprestigio de la ense?anza secundaria oficial atestigua un sintom¨¢tico y ubicuo malestar. La profesi¨®n docente ha descendido mucho en influencia y aprecio. ?Tristes profesores de ense?anza secundaria! Muchos de ellos almacenan una excelente preparaci¨®n profesional que les sirve de muy poco. Con frecuencia se encuentran agarrotados, maltratados, confusos, desilusionados ante los planes de estudio y las reformas que marginan sus ense?anzas -las human¨ªsticas y las cient¨ªficas tambi¨¦n- con horarios exiguos, y que privilegian el aprendizaje de t¨¦cnicas y saberes pr¨¢cticos o de meros entretenimientos con t¨ªtulos pol¨ªticamente correctos. Y que se ven desconcertados, a la vez, por la desidia y el escaso inter¨¦s de numerosos alumnos, poco atentos y mal civilizados, y escasamente motivados, como se dice, en sus estudios por un contexto social desfavorable.
La disciplina, la valoraci¨®n del estudio esforzado, la memoria y la imaginaci¨®n, el disponer de tiempo para leer y refrescar las lecciones, requieren un apoyo y una autoestima que se echa en falta en los centros, mientras prolifera la rutina burocr¨¢tica, las reuniones de tiempo perdido, el encasillamiento de las asignaturas y una jerga pedag¨®gica.
9. La ense?anza de las humanidades parece, en efecto, andar un tanto a contrapelo de los tiempos, malos tiempos sin duda para la formaci¨®n intelectual en los viejos moldes humanistas. Y, sin embargo, justamente por ese ambiente poco favorable, debemos insistir en su importancia, en su validez para contrarrestar las modas. En un futuro en que previsiblemente cada vez habr¨¢ menos horas dedicadas al trabajo, donde el tiempo de ocio deber¨ªa ser cada vez mayor, es cuando deber¨ªa cuidarse m¨¢s la educaci¨®n de estilo humanista, es decir, el cultivo de una formaci¨®n integral, que permita acceder a los mayores y m¨¢s espl¨¦ndidos logros de nuestra civilizaci¨®n.
Por otra parte, es la educaci¨®n lo que permite y fundamenta una aut¨¦ntica libertad de elecci¨®n. Es grave error recortar el valor de la misma reduci¨¦ndola a lo pragm¨¢tico y especializado. Insistamos en el valor de la educaci¨®n como formaci¨®n general, como paide¨ªa. S¨®lo quien conoce el bien -como argumentaba S¨®crates- puede elegir lo m¨¢s valioso. Porque no podemos confiar en que, sin una previa educaci¨®n, la gente vaya a preferir la cultura y el saber esforzado a la mera diversi¨®n masiva y f¨¢cil. La mejor carta que juega la vulgaridad en su favor es lo f¨¢cil y c¨®moda que resulta.
10. Hemos insistido aqu¨ª en el valor de los cl¨¢sicos para la formaci¨®n integral, espiritual, del individuo, pero no debemos olvidar su mejor raz¨®n de ¨¦xito: leerlos procura no s¨®lo conocimiento, sino tambi¨¦n un variado, vivaz, inmenso placer. Si conocer es un anhelo natural del hombre, la mejor literatura, a la vez que nos hace conocer el mundo y a nosotros mismos, nos emociona, eleva, instruye y divierte. El placer que brindan los cl¨¢sicos, cuando ya no se leen por obligaci¨®n escolar, sino por ¨ªntima decisi¨®n, es una experiencia m¨¢gica.
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