Luz negra
Aunque dos de sus m¨¢s enigm¨¢ticas novelas, tan concisas que estallan entre las manos, El cartero siempre llama dos veces y Doble indemnizaci¨®n, dieron lugar a tres de los m¨¢s secos pu?etazos a los ojos que ha dado Hollywood, James Cain odiaba con toda su alma el cine. Trabajaba para ¨¦l, a veces viv¨ªa de ¨¦l, pero lo despreciaba, aunque escribiese maravillas como Western Union, aquella galopante pesadilla filmada por Fritz Lang sobre el pellejo del viejo Oeste.Si Cain odiaba el cine, a Raymond Chandler le gustaba mucho, pero odiaba a quienes lo hac¨ªan. Los consideraba unos incorregibles palurdos, una panda de rebuznadores y de feriantes sin talento y con dinero, que sobornaban a escritores arist¨®cratas como ¨¦l para meter algo de nobleza dentro de sus latas de feo y plebeyo celuloide impregnado con la c¨¢scara de las novelas que compraban para filmarlas y luego, film¨¢ndolas, convertirlas en papel de retrete.
Pero si Cain odiaba el cine y Chandler a quienes hac¨ªan el cine, uno y otro a?ad¨ªan a estos odios convergentes el que se profesaban rec¨ªprocamente. Cain consideraba a Chandler un tipo blando, que ten¨ªa m¨¢s sed que un desierto en agosto pero que en realidad no sab¨ªa beber y agarraba cogorzas de aficionado. Chandler, a su vez, detestaba a Cain porque le parec¨ªa tan absurdamente americano que se emborrachaba por las ma?anas, y esto era propio de tipos sin clase que, para colmo, no ten¨ªan ni idea de qu¨¦ es eso de la caricia hablada y troceaba su literatura con filo de navaja sucia en vez de con la cuchilla de liguero de puta de acera que ¨¦l empleaba para pulir su prosa de gamuza brit¨¢nica.
Un d¨ªa encargaron a Chandler convertir en cine la novela de Cain Doble indemnizaci¨®n, necesitaba dinero y acept¨®. Su lema era: "El ¨²nico arte que hay dentro de una pel¨ªcula est¨¢ en el gui¨®n". Y se dispuso a dar dignidad de arte a la novelucha de Cain, aunque estaba seguro de que luego, en el rodaje, el director echar¨ªa a perder sus esculturas de palabras con celuloide de esparto barato. El director del futuro engendro era un perverso austriaco, de quien su mejor amigo (William Holden, un muchacho fr¨¢gil y herido) dijo una vez que, en vez de ideas, su cabeza ten¨ªa dentro cuchillas de afeitar. Su nombre era Willy Wilder y, en correspondencia exacta, odiaba a Cain y a Chandler tanto como ¨¦stos le odiaban a ¨¦l.
Para mayor n¨¢usea, la pel¨ªcula era protagonizada por el siniestro h¨²ngaro Edward G. Robinson, un malo, feo y retorcido que esta vez iba a hacer de buena gente; por Fred MacMurray, un bocazas con cara de no enterarse nunca de nada, especializado en hacer papeles de ciudadano intachable y tonto, que esta vez iba a convertirse en un repugnante matarife, en un pelele asesino gobernado por una actriz con aspecto de pajarraco puntiagudo, Barbara Stanwyck, que se hab¨ªa dado a conocer con personajes de chica impertinente en comedias sofisticadas, pero que ahora iba a interpretrar a una hembra alima?a capaz de degollar a su padre.
El explosivo brebaje de la pel¨ªcula parec¨ªa inexplicable: nada conjugaba con nada. S¨®lo pod¨ªa salir de este c¨¢lculo de conjunciones entre ascos, odios e incompetencias el bulto de una exageraci¨®n indigesta, hecha de negruras a?adidas a negruras. "Basta una gota de miedo para que el amor se convierta en odio", dijo Cain. La pel¨ªcula contaba un s¨®rdido crimen americano adornado con perversidades europeas, y sobre el papel ten¨ªa pinta de una farsa truculenta, de risa gorda. Luego, ya hecha, nadie se explic¨® c¨®mo con tanta barbaridad concentrada en el tarro se logr¨® hilar un tan fino tejido de sutilezas. Aqu¨ª la titularon Perdici¨®n. Ha pasado medio siglo y acaban de reestrenarla. Sigue esta portentosa pel¨ªcula dando lecciones de cosa incatalogable nacida hoy, ahora mismo, de maravillosa osad¨ªa irrepetible, de formidable acto de conjugaci¨®n de errores convertidos en aciertos, de agujero por donde fluye de la pantalla en busca de nuestros ojos el viejo genio expresionista del cine negro, aqu¨ª en medio de su negrura m¨¢s exacta, menos emborronada por la moral de la sacarina americana, m¨¢s ajena al optimismo de laboratorio de la censura de Hollywood. Pura luz negra.
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