Incr¨¦dulos
DE PASADAUna brigada de la sociedad de individuos esc¨¦pticos vino a Granada a combatir algunos de los m¨¢s acreditados espectros del manual de zoolog¨ªa supersticiosa: el Chupacabras (?), los controladores a¨¦reos del aeropuerto extraterrestre de Nazca, los sanadores por imposici¨®n de manos, los home¨®patas (sic), Satan¨¢s y el embozo de la s¨¢bana santa. Los esc¨¦pticos -como Javier Armentia, director del planetario de Pamplona o el arque¨®logo Alfonso L¨®pez Borgo?oz- desbrozaron cada uno de los misterios hasta dar con la ra¨ªz de la tomadura de pelo, esa piedra, maestra del absurdo, que sustenta el resto del fant¨¢stico edificio. Hablaron con genio los esc¨¦pticos de los falsos misterios que fundamentan la existencia de los monstruos o los visitantes de galaxias imposibles, pero eludieron los fantasmas mejor acreditados: los frailes milagrosos, el misterio de la trinidad, las devociones insensatas y las velas votivas, todo el conglomerado de creencias ¨ªntimas a las que el pueblo acude en busca de consuelo. Un se?or muy racional empez¨® a gritar de rabia cuando un esc¨¦ptico del p¨²blico puso en duda a un conocido cuarteto amasado con el mismo material que los sue?os: los cuatro angelitos que tiene mi cama ?Qu¨¦ extraordinario! ?Los esc¨¦pticos arremetieron contra la homeopat¨ªa pero eludieron juzgar la calidad cient¨ªfica de las v¨ªrgenes y los cristos milagrosos! S¨®lo el p¨²blico que acudi¨® a la mesa redonda se atrevi¨® a mencionar las irrealidades entra?ables y fueron medio avasallados por los veedores de ¨¢ngeles. El esc¨¦ptico verdaderamente radical no creer¨ªa siquiera en su proyecto y menos en un concilio de esc¨¦pticos. En un concilio, los incr¨¦dulos se ce?ir¨ªan al silencio, pues hasta la palabra es vana. Todo est¨¢ minado por la f¨¢bula: los premios que nos conceden las casas comerciales, las promesas de los pol¨ªticos, los datos econ¨®micos, las criaturas bondadosas que viven en los yogures, la letra menuda de las hipotecas, el mitin en el que intervienen hoy a mediod¨ªa en Armilla Jos¨¦ Borrell y Joaqu¨ªn Almunia... Si fu¨¦ramos incr¨¦dulos irredentos dudar¨ªamos de todo, incluidos nosotros mismos, que a veces recibimos el mismo trato amorfo de una ameba o de una marimanta cuando, por ejemplo, entregamos nuestros dolores a la medicina, a la sanidad p¨²blica, esa costosa entelequia construida con retrasos, batas blancas y largas e interminables colas de espera. ALEJANDRO V. GARC?A
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