Bicefalia y cefalea
LOS SOCIALISTAS se pasean por el borde del abismo. Ma?ana tienen que decidir, en su comit¨¦ federal, si se suicidan pol¨ªticamente o quieren seguir contando como alternativa al PP en los pr¨®ximos tiempos, caracterizados por una avalancha de elecciones. De momento parece que la intervenci¨®n de Felipe Gonz¨¢lez -esta vez muy en su papel de autoridad moral del PSOE- ha servido para que Almunia reconsidere en principio la hip¨®tesis de plantear su dimisi¨®n en el comit¨¦ federal, lo que exigir¨ªa convocar un congreso extraordinario. Los barones del partido se afanaban ayer en la b¨²squeda de un nuevo reparto de papeles que haga compatible el liderazgo pol¨ªtico de Borrell, legitimado en las primarias, con un papel relevante del secretario general.Un acuerdo de ese tipo ya se produjo en mayo. ?Por qu¨¦ no ha funcionado? Porque entonces se estaba en plena euforia del efecto Borrell y se subestimaron los problemas que planteaba la bicefalia. Seis meses despu¨¦s, ese efecto se ha desinflado en buena parte: el candidato fue claramente derrotado por Aznar en el debate del estado de la naci¨®n y su estrella se ha ido difuminando. Sus seguidores interpretan este declive como la consecuencia inevitable del insuficiente protagonismo institucional del candidato, algo que se manifiesta sobre todo en el proceso abierto tras la tregua de ETA. Pero, al reactivarse este conflicto, algunos han aprovechado el viaje para sembrar dudas sobre la idoneidad del candidato para disputarle a Aznar el triunfo en las urnas.
En todo esto parece existir un gran equ¨ªvoco. La euforia de las primarias, con aquellas encuestas que situaban a Borrell hasta 10 puntos por encima de Aznar, fue un espejismo: no basta con un candidato nuevo y popular (popular por la novedad) para superar los graves problemas de definici¨®n y de imagen que afectan al PSOE despu¨¦s de 13 a?os de permanencia en el poder. Las divergencias sobre la participaci¨®n o no en el Gobierno de Euskadi y sobre el programa pol¨ªtico que van a presentar en Catalu?a revelan la ausencia de criterios claros sobre un modelo auton¨®mico v¨¢lido para todos los territorios. Y lo mismo ocurre en terrenos como el de la fiscalidad o las prioridades presupuestarias. Faltan mensajes claros; no basta decir que "queremos ganar" y que existe la voluntad de superar los problemas de sinton¨ªa interna en aras de ese objetivo. Hay que decir para qu¨¦ se quiere ganar; para hacer qu¨¦ cosas.
Si fue un error creer que la legitimidad de las primarias garantizaba a Borrell el pasaporte a La Moncloa, otro mayor ser¨ªa prescindir ahora de ¨¦l. En pol¨ªtica no se cambia de caballo en plena carrera, y menos cuando la apuesta se ha decidido por sufragio directo. Si sirve o no como candidato se ver¨¢ en las elecciones, y hasta entonces su tarea consiste en prepararse, con el apoyo total de su partido. M¨¢s verde estaba Aznar en 1989, o Felipe Gonz¨¢lez en 1977.
Se comprende que los partidarios de Borrell, que apostaron por ¨¦l cuando pocos lo hac¨ªan, aspiren a un reconocimiento de su fino olfato. Tambi¨¦n es leg¨ªtimo que el candidato exija una presencia p¨²blica no subordinada; pero la forma de plantear el debate parece dise?ada por los asesores de Aznar: que la discusi¨®n p¨²blica entre Borrell y Almunia sea qui¨¦n de ellos debe acudir a hablar con el presidente del Gobierno habr¨¢ colmado de satisfacci¨®n a ¨¦ste. Mientras el PP camina hacia el centro, los socialistas parecen empe?ados en viajar al caos.
Otro espejismo ser¨ªa querer zanjar la falta de sinton¨ªa personal entre Borrell y Almunia mediante un congreso extraordinario; en las actuales condiciones, s¨®lo un irresponsable puede plantearse esa hip¨®tesis sin preocupaci¨®n. Entre otras cosas, porque, deshinchada la euforia de abril, no es seguro que una candidatura de Borrell ganara sin desgarros internos. Si ganara Almunia o un tercero, ?habr¨ªa que convocar otras primarias y seguir as¨ª hasta que coincidieran candidato y secretario? La estabilidad del primer partido de la oposici¨®n afecta al buen funcionamiento del sistema. Es de esperar que los dirigentes socialistas encuentren ma?ana una soluci¨®n lo menos traum¨¢tica posible a sus problemas. Lo exigen sus m¨¢s de nueve millones de votantes.
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