En las tertulias de la trastienda
Los empleados m¨¢s antiguos de la librer¨ªa Catal¨°nia recuerdan que Josep Pla llegaba a las tertulias que se improsivaban en la trastienda, armado de una iron¨ªa y un sarcasmo implacable, dispuesto a pasar la tarde sin prisas."Le ve¨ªamos llegar con su boina calada que no se quitaba ni al saludar ni al despedirse, su traje de pana y su gabardina, siempre la misma gabardina gris, a?o tras a?o, y cada vez con m¨¢s l¨¢mparones", rememora alguien que prefiere mantenerse en el anonimato. "No tra¨ªa reloj jam¨¢s, pero siempre andaba preguntando la hora. Tampoco sol¨ªa llevar cigarros ni cerillas, pero siempre andaba pidiendo lo uno y lo otro. Ped¨ªa su copita, empezaba a fumar y la ceniza iba cay¨¦ndosele por la ropa".
Cuando una dependienta de la editorial estaba a punto de casarse, el escritor le pregunt¨®:
-?Sabe cocinar?
-Todav¨ªa no.
-Pues tiene que aprender, que ¨¦se es el camino de la felicidad en el matrimonio.
Josep Maria Cruzet, el editor, que ya sab¨ªa de los gustos de su escritor estrella, le reservaba una botella de co?ac. Cruzet ten¨ªa fama de hombre recto, irascible y exigente, pero con su artista se deshac¨ªa en favores y cuidados. Tampoco Pla le exig¨ªa demasiado. Ni en favores ni en dinero. "Era austero", recuerda un empleado de la librer¨ªa, "escrib¨ªa de noche a la luz de una vela, y en su casa no entr¨® la electricidad hasta los a?os sesenta, pero no era tan r¨¢cano como se ha cre¨ªdo, al menos en aquella ¨¦poca. Y nunca firm¨® ning¨²n documento. Le mand¨¢bamos las bases de los contratos y nos la devolv¨ªa sin firmar. Jam¨¢s pidi¨® un adelanto. Libro que escrib¨ªa, libro que le pagaban".
Entregaba m¨¢s de tres libros al a?o, y de cada ejemplar se editaban s¨®lo 2.500 ejemplares. Y de cada obra, los tres primeros vol¨²menes viajaban a Madrid en busca del benepl¨¢cito de la censura.
Uno de sus encontronazos con los censores aceci¨® cuando en un libro en que mencionaba la Guerra Civil le advirtieron de que en Espa?a nunca hubo tal guerra, sino una "cruzada de liberaci¨®n". El escritor se neg¨® a transigir. Y al final, "la cruzada" se qued¨® como la guerra del 36.
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