Objetos perdidos
Cogimos el coche y nos fuimos a buscar la oscuridad. Quer¨ªamos ver el aut¨¦ntico mundo nocturno, sin ninguna luz el¨¦ctrica, como lo ve¨ªan los pieles rojas. Era el deseo de ser pieles rojas, aunque corri¨¦ramos motorizados, en coche, no en un caballo veloz a trav¨¦s del viento y sobre la tierra estremecida, como Franz Kafka, cuando quiso ser piel roja. Ser¨ªa una haza?a llegar a un punto absolutamente oscuro, a medianoche, siguiendo la costa, hacia el Oeste, desde Maro, porque siempre hay luces de coches y bares, racimos navide?os de luz festiva, las bombillas de la alegr¨ªa. Es imposible ver la verdadera luz de la noche. Y el silencio tambi¨¦n es esquivo: no hay nunca silencio perdurable, sino altavoces y motores. No digo que sea malo este inagotable tr¨¢fico de ruido: no s¨¦ si el silencio es una maldici¨®n. Quiz¨¢ tanto ruido sea una bendici¨®n que nos quita la man¨ªa del silencio taciturno. Hemos perdido la tiniebla y el silencio, y este ruido es una manera nueva de vivir, que nos parece natural, de toda la vida. Ya me acostumbro a leer en el ruido sin fin ni fondo, ruido que come ruidos, porque se traga el crujir de las maderas, el pasar de las p¨¢ginas, la respiraci¨®n y ese zumbido que el m¨²sico John Cage, obsesionado por el silencio y aislado en una c¨¢mara insonorizada, oy¨® una vez: el latir de la sangre. Leo los poemas de Jos¨¦ Antonio Mu?oz Rojas, que naci¨® en Antequera en 1909 y en Antequera ha escrito Objetos perdidos, Premio Nacional de Poes¨ªa este a?o. Sin oraciones, meditaciones. Se?or, dice Mu?oz Rojas, devu¨¦lveme lo perdido, las gafas, las caras y los nombres, el paraguas, llaves sin casas y casas sin llaves, la cabeza, el tiempo, todo. Un mont¨®n de objetos perdidos es la vida, dice Jos¨¦ Antonio Mu?oz Rojas. Yo encuentro estos Objetos perdidos, esta bendici¨®n de las palabras bien pensadas y bien dichas. Palabra y piedra suelta, no tienen vuelta, y quiz¨¢ la poes¨ªa sea esto: pensar las palabras, medirlas, poner en orden las palabras para ver m¨¢s claro aunque ver m¨¢s claro parezca a veces ver m¨¢s oscuro y sentirse a¨²n m¨¢s perdido. Cuenta Mu?oz Rojas que, siendo lector en la Universidad de Cambridge, se perdi¨® encontrarse con Ludwig Wittgenstein, que pronto se convertir¨ªa en el fil¨®sofo m¨¢s influyente del mundo, millonario vien¨¦s que regal¨® todo su dinero para ser sabio y pobre en una universidad inglesa. Un modo de hablar es un modo de vivir, dec¨ªa Wittgenstein. Nosotros vivimos en el ruido y sin palabras: se nos est¨¢n perdiendo las palabras y se nos est¨¢ perdiendo el mundo. El arquitecto Pedro Salmer¨®n coge un pu?ado de tierra en la Colina Roja de la Alhambra y ve guijos, arena, cuarzo, micas y arcilla donde yo s¨®lo ver¨ªa tierra. Mi hermano me lleva por el cauce del r¨ªo Genil y me ense?a las lechuguetas, lechosas al cortarlas, de un color verde peludo, y el moral y la zarzamora, y el rugoso pan de pastor, las collejas, el verde morado y dentado de las cerrajas, los hinojos. Son palabras que pertenecen a otro mundo, perdido y invisible para m¨ª, mientras en mi mundo surgen palabras nuevas, ratones y bytes y hackers. Pienso en c¨®mo hablo y cu¨¢les son mis palabras: es una manera de pensar en c¨®mo estoy viviendo.
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