Exilio entre naranjos
Una cooperativa valenciana contrata refugiados de todo el mundo que huyeron por motivos pol¨ªticos
?Se imaginan a Carl Bernstein exiliado y trabajando como temporero por sacar a la luz las intrigas presidenciales del Watergate? En los naranjales valencianos se gana el jornal Manuel (nombre ficticio para evitar represalias), un periodista ecuatoriano de 39 a?os. Huy¨® amenazado de muerte por desvelar en las p¨¢ginas del diario Frontera Sur que altos cargos p¨²blicos y jefes policiales planearon y financiaron el asalto al monte de piedad de la Seguridad Social. Arramblaron con 800 millones de pesetas en joyas empe?adas por los funcionarios, que quedaron en la ruina. Este reportero de 39 a?os relata que durante un acto p¨²blico unos polic¨ªas le metieron droga en un bolsillo para encerrarlo en compa?¨ªa de los agentes que estaban en prisi¨®n por sus informaciones y que "le har¨ªan desaparecer". Por suerte para ¨¦l, un c¨¢mara de televisi¨®n lo grab¨® todo.Como Manuel, otra decena de profesores universitarios y titulados superiores de todo el mundo pagan la osad¨ªa de denunciar los abusos de poder y la corrupci¨®n pol¨ªtica en sus pa¨ªses de origen con un fatigoso trabajo de collidors
[recolectores] de naranjas en Valencia, a miles de kil¨®metros de casa. "Pasar de dar clases en la universidad a ser un jornalero exiliado es una situaci¨®n que te golpea psicol¨®gica y emocionalmente", confiesa Gilberto, un profesor colombiano de Geograf¨ªa Agroindustrial, de 36 a?os. Pero al igual que el resto de sus compa?eros refugiados est¨¢ agradecido a la cooperativa agr¨ªcola ecol¨®gica de Alaqu¨¤s, Ecomediterr¨¤nia, que da prioridad en su pol¨ªtica laboral a la contrataci¨®n de refugiados. "Lo peor de todo es quedarte en la inactividad, atado a la rigidez de horarios del Centro de Refugiados
[las instalaciones del Inserso en Mislata, cerca de Valencia] como un par¨¢sito; preferimos trabajar, aunque sea en el nivel m¨¢s bajo", atestigua.
Francesc Garc¨ªa, uno de los socios de Ecomediterr¨¤nia, muy vinculado a organizaciones de cooperaci¨®n internacional, habla de la especial sensibilidad de la empresa, que destina el 1% de sus ganancias a financiar proyectos en pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo. "Pagamos salarios dignos, no como otros empresarios agr¨ªcolas que explotan a los inmigrantes", matiza Garc¨ªa, "aqu¨ª ganan hasta cinco veces m¨¢s, unas 5.000 pesetas diarias".
La solidaridad con los refugiados le crea dolores de cabeza a la empresa: los tr¨¢mites para legalizar la situaci¨®n de los exiliados que van a contratar se eternizan y notan un tufillo xen¨®fobo a su alrededor. "No hac¨¦is m¨¢s que contratar moros y sudacas", les espetan a veces. Garc¨ªa ironiza sobre los que claman contra los extranjeros que quitan puestos de trabajo cuando apenas encuentran valencianos dispuestos a ganarse el jornal entre naranjos. En la actualidad s¨®lo tienen a un recolector aut¨®ctono. Los dem¨¢s pidieron asilo pol¨ªtico en Espa?a.
Entre los exiliados figura Elvis, un diplom¨¢tico y comerciante del Congo cuyas propiedades quedaron embargadas por no congeniar con los nuevos dirigentes del pa¨ªs, o el angole?o Zacar¨ªas, tambi¨¦n perseguido en su tierra. Tiempo atr¨¢s, la cooperativa tuvo en n¨®mina a exiliados de la antigua Yugoslavia y de pa¨ªses de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica.
El colombiano Gilberto, que conduce un cami¨®n de la cooperativa, tampoco se arredr¨® a denunciar la corrupci¨®n (los puentes o ambulatorios de su pa¨ªs que cuestan 500 millones y acaban presupuestados en 2.000 para pagar favores). Cuenta que el pasado 10 de diciembre unos desconocidos intentaron meterlo en un taxi a la fuerza, al tiempo que alguien telefoneaba a su casa y le detallaba a su mujer d¨®nde deb¨ªa ir a recoger su cad¨¢ver. Pero los secuestradores no contaban con que se escabullir¨ªa y alertar¨ªa a los vecinos con sus gritos. Un compa?ero suyo, profesor de la universidad colombiana de C¨®rdoba, no logr¨® escapar. "Lo mataron a tiros en su casa, delante de su esposa", recuerda apesadumbrado.
En el almac¨¦n de la cooperativa trabaja Ra¨²l, un marino cubano que se exili¨® por sus opiniones anticastristas. "Lleg¨® con la mujer y la ni?a de seis meses, a veces hay que dejar a un lado la ideolog¨ªa y darle una oportunidad a la gente", explica Francesc, divertido por los enfrentamientos dial¨¦cticos que protagonizan a diario el cubano y otros exiliados latinoamericanos. Ecomediterr¨¤nia no dud¨® en despedir a un colombiano que hab¨ªa contratado. Luc¨ªa un aspecto "izquierdista", pero un d¨ªa se enteraron de que, durante su sangriento pasado como paramilitar, orden¨® que ejecutaran a media docena de estudiantes.
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