Bienvenidos a casa
Juli¨¢n y Rosa abrieron al casarse una cuenta corriente (vulgar, dec¨ªan ellos en broma) en el Central Hispano de su barrio, Moratalaz, donde ingresaban sus respectivas n¨®minas y desde la que sal¨ªan cada mes las cuotas del cr¨¦dito hipotecario gestionado con la misma entidad para la compra del piso. Aparte del cr¨¦dito, ten¨ªan domiciliados en la cuenta los pagos aplazados de una enciclopedia, una cristaler¨ªa, un ordenador y desde luego las facturas de la luz, el tel¨¦fono, el gas y dem¨¢s gastos fijos.Con los a?os, la complejidad de la cuenta creci¨®, no ya por el reflejo de la prosperidad laboral de ambos y su consecuente bonanza econ¨®mica, sino por los intereses y los nuevos cr¨¦ditos, y porque a ella fueron a parar tambi¨¦n los recibos del colegio de los ni?os, los del seguro de vida, de accidentes, y las cuotas de los planes de pensiones que el terrorismo institucionalizado de baja intensidad les oblig¨® a abrir con la llegada de las primeras canas.
Pasado el tiempo, con los chicos ya fuera de casa y ellos dos maduros, aunque todav¨ªa j¨®venes, decidieron divorciarse. Rosa, que era doctora en Medicina, revis¨® la a?eja cuenta corriente del Central Hispano y diagnostic¨® que el nodo se hab¨ªa se hab¨ªa convertido en n¨®dulo.
-?Qu¨¦ quieres decir? -pregunt¨® Juli¨¢n.
-Al principio no era m¨¢s que un punto donde se cruzaban nuestros intereses -se?al¨® ella-, pero ahora es un dep¨®sito de ¨¢cido ¨²rico. Creo que hemos comido demasiado marisco. No va a ser f¨¢cil decidir lo que le corresponde a cada uno.
-Tonter¨ªas -dijo ¨¦l, que no estaba dispuesto a dejarse llevar en esos momentos dif¨ªciles por el sentimentalismo.
Finalmente, aplicando unos criterios en parte financieros, en parte m¨¦dicos, deshicieron el dep¨®sito y se lo repartieron con la mejor de las voluntades, procurando que cada uno se llevara lo justo, en funci¨®n de su tendencia a consumir percebes y de las cantidades aportadas a la creaci¨®n del dep¨®sito. Juli¨¢n, por pereza, prefiri¨® quedarse con la titularidad de la cuenta corriente, rog¨¢ndole a ella que se diera de baja cuanto antes, aunque sin prisas. La cosas estaban resultando demasiado civilizadas para estropearlas por una tonter¨ªa.
Permaneci¨® asimismo en el piso, por pereza tambi¨¦n. Sus ganas de quedarse donde estaba contrastaban con las ansias de Rosa por comenzar una nueva vida. Durante el reparto, en un momento en el que se cruzaron en el pasillo, ella con un humidificador en los brazos y ¨¦l con una butaca que trasladaba del cuarto de estar al sal¨®n, ella le dijo con ternura:
-Cometes un error. Deber¨ªas cambiar algo de lugar, adem¨¢s de la butaca. Cancela, aunque s¨®lo sea eso, la cuenta del Central Hispano y ¨¢brete una en el BBV. Estos movimientos simb¨®licos tienen m¨¢s importancia de la que parece.
-?Y por qu¨¦ en el BBV? -pregunt¨® ¨¦l.
-Porque yo me la he abierto en el Santander y no quiero que coincidamos en ning¨²n lugar.
Juli¨¢n hizo un gesto de escepticismo y se sent¨® en la butaca, delante del televisor, encendiendo un cigarrillo reseco que extrajo de un paquete de Winston oculto en un caj¨®n desde que tres a?os antes hubiera dejado de fumar.
A Rosa le sent¨® muy bien la cuenta corriente del Santander. De peque?a, hab¨ªa veraneado un par de veces en Cantabria, y cada vez que hac¨ªa una gesti¨®n en la sucursal del barrio al que se hab¨ªa trasladado recordaba sus playas, sus prados, su humedad. En cierto sentido, aquel paisaje era el horizonte moral hacia el que hab¨ªa que dirigirse de cara a la madurez. Por eso, cuando imaginaba la cuenta de Juli¨¢n encerrada en el Hispano, un banco cuyo nombre evocaba tendencias centralistas y medio patrioteras, sent¨ªa un poco de pena por su ex marido, y se preguntaba c¨®mo ella misma hab¨ªa podido soportar tantos a?os atrapada en aquella entidad.
Un d¨ªa Juli¨¢n compr¨® el peri¨®dico al ir a la oficina y vio en la primera p¨¢gina, con gran despliegue, la noticia de la fusi¨®n entre el banco de su ex mujer y el suyo.
Le hizo gracia y estuvo a punto de enviarle por correo una nota ir¨®nica. Finalmente, por la noche decidi¨® llamarla por tel¨¦fono y al otro lado salt¨® el contestador rog¨¢ndole que dejara un mensaje.
-Bienvenida a casa -dijo ¨¦l tras unos segundos de duda, y se sent¨® a ver la tele en la ¨²nica butaca que hab¨ªa cambiado de lugar desde que ella se fuera.
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