Secuestrados por el ascensor
Los ancianos de un edificio de diez plantas no salen a la calle por una averia en los elevadores
Si pudiera caminar, a Antonio Castellanos no le importar¨ªa subir los 105 escalones que hay desde la planta baja hasta la octava del edificio de la calle del Castillo de Manzanares, 4, donde vive. Pero no puede, es minusv¨¢lido.Para no sucumbir al tedio, prefiere llenar las horas vac¨ªas recluido en su habitaci¨®n mirando la televisi¨®n y leyendo una y otra vez los pocos peri¨®dicos que ha logrado acumular.
Todo empez¨® el pasado lunes, cuando los dos ascensores del edificio se estropearon y los residentes en el inmueble descubrieron, asombrados, que ya no ten¨ªan derecho al mantenimiento sin coste para ellos que prestaba una empresa contratada por el Instituto de Vivienda de Madrid (Ivima), propietario de los pisos.
Un portavoz del Ivima asegura que desde 1997 los vecinos, que viven en r¨¦gimen de alquiler, conocen por carta la obligaci¨®n que tienen de convertirse en junta administradora y asumir responsabilidades en el pago del agua, la luz, los grupos de presi¨®n y el mantenimiento de los ascensores. Y as¨ª ocurri¨®. Menos con los elevadores.
Por falta de informaci¨®n o por descuido, la junta administradora de Castillo de Manzanares, 4, no tuvo en cuenta el procedimiento a seguir para responsabilizarse de los ascensores.
Ahora, los inquilinos, en su mayor¨ªa pensionistas jubilados y algunos muy enfermos, viven una pesadilla. La prueba de ello la exhibe, angustiado, Antonio Castellanos, quien a sus 58 a?os es inv¨¢lido y se siente morir. "Con los ascensores hac¨ªa el esfuerzo y consegu¨ªa ir hasta la calle, vender mi loter¨ªa y distraerme un poco, pero ahora ni la luz del d¨ªa veo porque no puedo asomarme a la ventana", explica.
Y Antonia Marcarina Sanz no se queda atr¨¢s. Como puede, con el coraz¨®n agitado y casi sin poder respirar, sube y baja todos los d¨ªas las escaleras porque no soporta la soledad de su casa. Con m¨¢s de setenta a?os y unas piernas exageradamente hinchadas, asegura que dentro de poco le ser¨¢ imposible hacer el esfuerzo. En circunstancias similares se encuentra Paloma, de 36 a?os. Desde que se estropearon los ascensores espera que alguien -no sabe qui¨¦n- los repare para poder seguir con las terapias que debe recibir cada d¨ªa a causa de su invalidez.
En realidad, eso es lo mismo que esperan las 80 familias que habitan el edificio. Que alguien se apiade de ellos y termine con la angustia de ver sus casas convertidas en c¨¢rceles por "motivos t¨¦cnicos".
"Si aqu¨ª vivi¨¦ramos s¨®lo j¨®venes no pasar¨ªa nada, pero habiendo tanta gente mayor se hace insoportable", cuenta una de las inquilinas. "Es como si estuvi¨¦ramos secuestrados", replica, con cierta iron¨ªa, Antonio Castellanos.
Los vecinos se niegan a pagar la reparaci¨®n hasta que el Ivima asuma su coste. Pero el Ivima contesta que ya no es de su competencia. El drama contin¨²a.
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