Tristeza
D?AS EXTRA?OSRAM?N DE ESPA?A El retrato de Michel Houellebecq que aparece en la cubierta del libro que le acaba de editar Anagrama, Ampliaci¨®n del campo de batalla, ya nos avisa de que estamos ante un sujeto peculiar: es un tipo con cara de miedo que nos mira como si no supiera si es aconsejable para su integridad f¨ªsica acercarse a nosotros. Esa cara es la de alguien que lleva recibiendo palos morales desde que hizo la primera comuni¨®n. Dec¨ªa Rainer Werner Fassbinder que el ¨¦xito es la mejor venganza, y hay bastante de venganza en las novelas del se?or Houellebecq, especialmente en la todav¨ªa in¨¦dita entre nosotros Les particules elementaires. En Francia ha tenido un gran ¨¦xito, aunque el autor ha sido acusado de derechista y ha cosechado tambi¨¦n el odio de las feministas m¨¢s radicales. ?Qu¨¦ ha hecho el hombre para conseguir esos cabreos? Pues b¨¢sicamente lo mismo que hizo Rick Moody con La tormenta de hielo: poner en cuesti¨®n los a?os sesenta y setenta. Puede que sean recordadas como las d¨¦cadas de los Beatles o de John Travolta, pero seguro que hab¨ªa gente que llevaba una vida tan miserable como las de Michel y Bruno. Si las feministas han saltado es, probablemente, porque uno de los personajes m¨¢s desagradables del libro es la madre de Michel y de Bruno, una hippy que tuvo dos hijos con dos hombres distintos y que a la hora de hacerse cargo de ellos dijo que a otro perro con ese hueso. Conclusi¨®n: de los ni?os tuvieron que encargarse sus respectivas abuelas. Si en La tormenta de hielo la v¨ªctima de la insensatez y la tonter¨ªa de sus padres era un personaje secundario, aqu¨ª hay dos v¨ªctimas reparti¨¦ndose la funci¨®n. Y esa funci¨®n tiene un malvado clar¨ªsimo: esa madre que est¨¢ tan ocupada practicando el amor libre que no tiene tiempo para querer a sus hijos (como ayudantes del malvado central, todo hay que decirlo, sus dos hombres, un hippy y un cirujano pl¨¢stico, tambi¨¦n se las traen). O sea que si leen franc¨¦s pueden hacerse con un ejemplar de Les particules elementaires en La Central, pero yo no les aconsejar¨ªa que se lo llevaran para pasar un agradable fin de semana en el campo: ¨¦ste es uno de los libros m¨¢s dolorosos que he le¨ªdo ¨²ltimamente. Ampliaci¨®n del campo de batalla no es precisamente una comedia, aunque haya momentos en los que el lector se sorprende ri¨¦ndose con cosas que no deber¨ªan hacerle ninguna gracia. Pero Les particules elementaires, que tambi¨¦n colecciona momentos de ¨¦sos, es una tragedia en toda la regla. Del t¨¦cnico inform¨¢tico de la primera nos podemos desinteresar en ocasiones, no compartiendo su nihilismo, pero de los semihermanos de la segunda no hay quien se libre, especialmente de ese Michel que, ?casualidades de la vida?, se llama igual que el autor de la obra. El ajuste de cuentas de los que no fueron invitados a la gran fiesta se va acercando lentamente hasta nosotros. Rick Moody nos ca¨ªa un poco lejos, pero a Michel Houellebecq le tenemos, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Digo yo que alguna v¨ªctima de la gauche divine debe de andar suelta por ah¨ª para dar fe del poco caso que le hac¨ªan sus padres porque estaban muy ocupados practicando el intercambio de parejas. Pero, eso s¨ª, que se prepare para que le pongan verde, le digan que es un fascista y le acusen de haber escrito un libro que desprestigia a?os y a?os de lucha feminista. Ya se sabe que los a?os sesenta y setenta fueron estupendos. ?sa es la versi¨®n oficial de la historia y la ¨²nica que se acepta: si alguien dice que la Barcelona de los a?os sesenta daba grima, se arriesga a que lo echen al mar desde la estatua de Col¨®n. Introduciendo el bistur¨ª en esos a?os supuestamente m¨¢gicos, tanto Rick Moody como Michel Houellebecq han tenido mucho coraje. Lo que no obsta para que el se?or Houellebecq nos mire desde su retrato en Ampliaci¨®n del campo de batalla con una cierta prevenci¨®n. Todo esto existe, todo esto es triste, cantaba Amalia Rodrigues en uno de sus fados. Lo mismo puede decirse de los dolorosos libros de Michel Houellebecq.
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