Pol¨¦mica mundial sobre los transg¨¦nicos
Los consumidores exigen el derecho a conocer qu¨¦ alimentos contienen modificaciones gen¨¦ticas
El v¨ªdeo se pone en marcha, y en la pantalla aparece una pesadilla para el exportador estadounidense de alimentos. Se muestra a un escarabajo de la patata mordisqueando la hoja de una planta; la planta, seg¨²n explica el narrador, ha sufrido manipulaci¨®n gen¨¦tica para obtener una toxina que mata las larvas del escarabajo de la patata de Colorado. El bicho cae de la hoja y agita sus patas en el aire, en una imagen de agon¨ªa. "Dicen que este producto no tiene peligro, pero yo no quiero comerlo. ?Usted s¨ª?", pregunta el autor del v¨ªdeo, Junichi Kowaka, a los espectadores.Los sondeos demuestran que la mayor¨ªa de los japoneses no est¨¢n dispuestos. En este pa¨ªs, donde se considera que la comida est¨¢ deliciosa, sobre todo, cuando es cruda o lo m¨¢s cerca posible a su estado natural, los alimentos gen¨¦ticamente manipulados se consideran sint¨¦ticos, poco saludables y, desde luego, nada apetitosos.
Para detener la incipiente rebeli¨®n de consumidores, el Gobierno japon¨¦s ha propuesto etiquetar los alimentos transg¨¦nicos. Este proyecto ha alarmado a Estados Unidos, que teme que la medida ponga en peligro sus ventas anuales de 11.000 millones de d¨®lares [1,6 billones de pesetas] a Jap¨®n, el primer mercado del mundo para las exportaciones agrarias norteamericanas. Jap¨®n no es el ¨²nico pa¨ªs que siente n¨¢useas ante la idea de la manipulaci¨®n gen¨¦tica de la comida. Est¨¢ en marcha una verdadera batalla mundial por los alimentos. El resultado de la lucha legislativa, comercial y de opini¨®n p¨²blica que se ha entablado en Jap¨®n podr¨ªa tener repercusiones de largo alcance. Tanto sobre lo que planten el a?o que viene los agricultores estadounidenses, sobre el desequilibrio comercial entre EEUU y Jap¨®n como en la lucha entre los defensores y los adversarios de los alimentos manipulados para ganarse el coraz¨®n y el paladar de los consumidores.
El acalorado debate pol¨ªtico que ha estallado en todo el mundo pretende dilucidar cu¨¢nta normativa es necesaria y si hay que etiquetar -y c¨®mo- los alimentos transg¨¦nicos, lo que en la jerga se conoce como GMO (organismos modificados gen¨¦ticamente). Estos organismos se crean cuando se introducen nuevos genes -a veces, de otra especie- en una planta o un animal para obtener caracter¨ªsticas "deseables", como la resistencia al fr¨ªo, las plagas, la enfermedad, el deterioro o incluso un tipo especial de herbicida.
Mientras los agricultores norteamericanos dedican cada vez m¨¢s superficie a plantar semillas transg¨¦nicas -hasta el 40% o m¨¢s en algunos cultivos-, la oposici¨®n crece en Europa, Jap¨®n y varios pa¨ªses del Tercer Mundo, por motivos ambientales, sanitarios, filos¨®ficos o religiosos. La Uni¨®n Europea ha impuesto una serie de restricciones a las plantas modificadas gen¨¦ticamente y ha aprobado una ley que exige que los alimentos transg¨¦nicos lleven una etiqueta.
Los grupos ecologistas se han preparado contra lo que llaman "alimentos de Frankenstein". En Londres, el mes pasado, los adversarios de los productos transg¨¦nicos vertieron sacos de soja manipulada ante Downing Street, la residencia oficial del primer ministro, Tony Blair; una encuesta de The Independent afirma que al 68% de los brit¨¢nicos les "preocupa" comer alimentos GMO. S¨®lo 27 de cada 100 dijeron que les parec¨ªa bien comerlos. No todos los pa¨ªses se muestran hostiles a estos nuevos alimentos; al parecer, las semillas de estos productos tienen muy buena acogida en Rusia, China y Argentina. Y hay muchos consumidores que no tienen nada contra ellos siempre que sepan lo que est¨¢n comiendo. Una encuesta realizada en 1994 en Australia, por ejemplo, averigu¨® que el 61% estaba dispuesto a probar los alimentos transg¨¦nicos, aunque el 89% quer¨ªa que llevaran etiqueta. No obstante, el mes pasado estall¨® un apasionado debate durante una conferencia patrocinada por Naciones Unidas en Cartagena, Colombia, en la que los delegados de m¨¢s de 130 pa¨ªses no lograron llegar a un acuerdo para elaborar un tratado internacional que regule la seguridad y el comercio de alimentos transg¨¦nicos.
El debate no afecta s¨®lo a los alimentos. Se est¨¢n utilizando materiales que han sufrido modificaciones gen¨¦ticas en una enorme variedad de productos, desde el sector textil hasta el farmac¨¦utico. Sin embargo, los alimentos son los que parecen provocar las reacciones m¨¢s encendidas.
Las organizaciones de consumidores aseguran que la gente tiene derecho a conocer -y rechazar- los alimentos que han sido sometidos a "manipulaci¨®n" gen¨¦tica.
Los defensores de la biotecnolog¨ªa dicen que el requisito de las etiquetas equivale a decir que unos alimentos perfectamente seguros no pueden comerse, y subir¨ªa los precios de estos productos. Afirman asimismo que las especies "gen¨¦ticamente mejoradas" son esenciales si se quieren obtener las cosechas necesarias para alimentar a la poblaci¨®n mundial, en aumento constante, y disminuir el uso de herbicidas y pesticidas. Aclaran que los alimentos han pasado pruebas exhaustivas y que su seguridad ha quedado demostrada.
Los adversarios aseguran que los estudios realizados sobre los efectos que tiene a largo plazo comer alimentos transg¨¦nicos son insuficientes. Plantean los riesgos ambientales de desarrollar cultivos resistentes a las plagas o a las sustancias qu¨ªmicas, y tienen miedo de que los organismos bi¨®nicos puedan acabar con las especies nativas.
En muchos pa¨ªses existe, adem¨¢s, el trasfondo de las suspicacias ente los "milagros" cient¨ªficos, las nuevas tecnolog¨ªas y las legislaciones imperfectas, as¨ª como la noci¨®n de que la industria biotecnol¨®gica estadounidense ha sido poco sutil a la hora de introducir nuevos alimentos por las gargantas de los atemorizados consumidores, de acuerdo con Beth Burrows, presidente del Edmonds Institute -una organizaci¨®n sin fines lucrativos, de Washington- que asisti¨® a la conferencia de Cartagena.
Los europeos est¨¢n muy sensibilizados ante los problemas de seguridad de los alimentos desde la aparici¨®n del mal de las vacas locas. En Jap¨®n, la credibilidad del Ministerio de Salud y Bienestar se vio gravemente afectada en 1996 con la revelaci¨®n de que sus funcionarios hab¨ªan permitido, a sabiendas, la venta de productos con sangre contaminada con el virus del sida; un esc¨¢ndalo que estall¨® el mismo a?o en el que el ministerio aprob¨® el primero de 22 cultivos transg¨¦nicos para consumo humano en el pa¨ªs. Estados Unidos ha decidido exigir etiquetas en los alimentos alterados gen¨¦ticamente cuyas propiedades nutritivas sean diferentes que en los tradicionales, que puedan contener al¨¦rgenos o que planteen problemas religiosos (por ejemplo, una planta que contenga un gen procedente del cerdo). Sin embargo, no requiere el etiquetado de los alimentos s¨®lo por su origen gen¨¦tico, cuando su composici¨®n qu¨ªmica permanece b¨¢sicamente inalterada. Los adversarios de los alimentos transg¨¦nicos en Estados Unidos han presentado una querella para intentar anular esa decisi¨®n, pero el Gobierno, mientras tanto, presiona a Jap¨®n para que acepte sus normas. A medida que los vegetales y los animales transg¨¦nicos vayan dominando el mercado, cada vez ser¨¢n m¨¢s escasos y costosos los productos gen¨¦ticamente puros.
Nadie sabe cu¨¢nto m¨¢s costosos, aunque algunas fuentes calculan que la etiqueta de "no transg¨¦nico" podr¨ªa a?adir un 30% o m¨¢s al precio.
? Los Angeles Times
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