Los padres tontos
Un amigo, harto de aguantar la avalancha humana que invade el centro de Madrid los fines de semana y sin ¨¢nimo de demonizar a la juventud (como dir¨ªan en el fanzine del Instituto de la Juventud subvencionado por la Junta de Andaluc¨ªa), se compr¨® un adosado en un pueblo de la sierra de Madrid. Un adosado modesto en un pueblo peque?o, uno de esos pocos pueblos que no han destrozado los especuladores. Mi amigo se habilit¨® una habitaci¨®n y all¨ª se instal¨® una estanter¨ªa, una mesa, un ordenador y un equipo de m¨²sica, en el que hizo sonar una m¨²sica suave que le pareci¨® la misma m¨²sica que ven¨ªa del campo. Se sent¨®, respir¨® profundamente y pens¨® que aqu¨¦l era el sitio perfecto para escribir los mejores libros de su vida.Pero entonces ocurri¨® algo inesperado y terrible: desde el otro lado de la pared que un¨ªa su adosado con el otro adosado comenz¨® a surgir un comp¨¢s endemoniado. Mi amigo tard¨® unos segundos en descifrar cu¨¢l era ese ruido que hab¨ªa matado la primera ma?ana de tranquilidad de su nueva vida. Sali¨® furioso de su querido adosado y llam¨® al adosado de al lado. Una sonriente se?ora en ch¨¢ndal sali¨® a abrirle. Una se?ora con cara de buena vecina del adosado de al lado.
-Por favor, ?podr¨ªan bajar la m¨²sica? Es que no puedo trabajar.
La se?ora le dijo que bueno, que se lo dir¨ªa a su chico a ver si su chico pod¨ªa bajarla un poco. A mi amigo no le cab¨ªa en la cabeza esa contestaci¨®n y le dijo que no es que su chico pudiera o no pudiera bajarla, ?es que ten¨ªa que bajarla porque ¨¦l quer¨ªa trabajar!
El chico baj¨® la m¨²sica. No demasiado, algo. Y la se?ora apareci¨® en el adosado de mi amigo al d¨ªa siguiente. La sonrisa segu¨ªa en su cara, pero ahora se mezclaba la cordialidad con la angustia. La se?ora le cont¨® a mi amigo que hab¨ªa ido a Villalba muy temprano para ver si le pod¨ªan insonorizar la habitaci¨®n a su chico y que dentro de unos d¨ªas le dar¨ªan un presupuesto. Mi amigo sugiri¨® que tal vez lo m¨¢s barato ser¨ªa que el chico bajara la m¨²sica, y aqu¨ª paz y despu¨¦s gloria. La se?ora se sent¨® en un escal¨®n y, con la mirada en el vac¨ªo, desahog¨® la siguiente confesi¨®n:
"Es que como el chico est¨¢ ayudando en el negocio le hab¨ªamos prometido que en este nuevo adosado tendr¨ªa sitio para montarse una peque?a discoteca. Si viera usted con qu¨¦ ilusi¨®n se ha instalado ¨¦l, con sus propias manos, que no s¨¦ yo c¨®mo ha tenido cabeza para eso, sus tres platos, los cuatro altavoces y unas luces que se apagan y se encienden al ritmo de la m¨²sica. Hay una luz, no me pregunte usted c¨®mo se llama, que en la oscuridad s¨®lo ilumina lo blanco, y la otra tarde entr¨¦ en el cuarto y supe que hab¨ªa cuatro chicos en la habitaci¨®n porque vi flotando en lo negro cuatro dentaduras. Claro, con la ilusi¨®n que tiene el pobre de tener un sitio para ensayar -porque su vocaci¨®n de verdad es la de disc jockey- y voy ayer y le digo: "Hijo m¨ªo, que el se?or de al lado escribe y dice que no se concentr". Me dir¨¢ usted c¨®mo le hace entrar en raz¨®n a un hijo de veinti¨²n a?os. No, no me diga que es tan f¨¢cil. Cuando tenga usted un hijo de esa edad viene y me lo cuenta. ?Hasta que hemos dado con una cosa que le hiciera ilusi¨®n!".Dice mi amigo que durante unos minutos no pudo por menos que sentirse culpable del desconsuelo de aquella pobre mujer, tambi¨¦n se sinti¨® culpable de que no le gustara el bakalao, de que le pareciera una gilipollez lo de mezclar compases de un plato a otro, se sinti¨® peque?o burgu¨¦s, intelectual en su torre de marfil, demonizador de la juventud. Me lo cont¨® una tarde de esta Semana Santa, aunque la conversaci¨®n fue muchas veces interrumpida porque preparamos la merienda a nuestros hijos adolescentes, nos cambiamos de habitaci¨®n porque quer¨ªan ver la tele, volvimos a la cocina para prepararles la cena, y ya a las tantas, cuando las masas juveniles hubieron cenado y los pap¨¢s hab¨ªamos recogido la cocina, nos fumamos un cigarrito y nos declaramos integrantes de una generaci¨®n de padres tontos. No la primera, cuidado, porque esto viene coleando desde los sesenta. No la ¨²ltima, porque se ven muchos padres tontos en potencia; pero s¨ª parte de una generaci¨®n que empieza a darse cuenta de que hay algo completamente est¨²pido en esta servidumbre.
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