C¨²per: llamando a Engonga
Se rumorea que a finales de la temporada 97-98, un poco aturdido por el fervor con que los directivos del Mallorca se aplicaban a vender m¨¢s de medio equipo, H¨¦ctor C¨²per, siempre tan metido en su caparaz¨®n met¨¢lico, s¨®lo se permiti¨® hacer un breve gui?o de contrariedad. No lleg¨® a ser un reproche porque ¨¦l estuvo siempre m¨¢s cerca del papel de bombero que el de pir¨®mano; ni siquiera pretend¨ªa buscarse una coartada para un a?o previsiblemente malo: fue m¨¢s bien uno de esos gestos de recurso que suelen utilizar ciertos actores contempor¨¢neos que viven obsesionados por el peligro de sobreactuar. Cuando los periodistas le pidieron una opini¨®n sobre el traspaso de los defensores Iv¨¢n Campo y Romero, y de los centrocampistas Valer¨®n y Mena, y de los delanteros Ezquerro y Amato, es decir, de seis de sus titulares m¨¢s apreciados, mir¨® distra¨ªdamente hacia el soporte del micr¨®fono, hizo una cuidada pausa para reforzar la escena y luego enganch¨® siete palabras seguidas.-S¨®lo pido que no vendan a Engonga -dijo con una misteriosa sonrisa porte?a.
?Vicente Engonga, dec¨ªa ? ?Pero qui¨¦n era Vicente Engonga para merecer tanta estima ? Veamos: pasaba holgadamente de los treinta a?os y no era ni muy alto ni muy fuerte ni muy r¨¢pido. Tampoco parec¨ªa uno de aquellos singulares deportistas de posguerra que, a despecho de sus limitaciones, al menos pod¨ªan presumir de una sola cualidad excepcional. A los ojos de cualquier profano no pasaba de ser un abnegado trotamundos capaz de atender la ventanilla vacante en su nuevo equipo sin abrir la boca, como no fuese para preguntar en voz baja cu¨¢les son las consignas de la superioridad. Mientras algunos interpretaron la respuesta como una licencia ir¨®nica, otros, los cuper¨®logos locales, acostumbrados a escucharle entre l¨ªneas, tomaron buena nota. Sab¨ªan que H¨¦ctor nunca hablaba por hablar y, a¨²n m¨¢s, que les hab¨ªa revelado su verdadera filosof¨ªa profesional.
Al contrario que sus colegas m¨¢s opulentos, persuadido de que su equipo no tiene la ventaja de la calidad natural, H¨¦ctor s¨®lo puede asegurarse una garant¨ªa: la que se deduce de un estricto mantenimiento del orden. Para reforzar este principio, y como ya se ha comentado, acostumbra a hacer a sus jugadores la siguiente propuesta: "Empezamos el partido con un punto en el casillero, ?no ? ; pues bien, no quiero quedarme sin ¨¦l". De esta manera impone una regla de atenci¨®n al juego en la que no hay excusa para los despistes ni las frivolidades. Obsesionado por guardar la compostura es implacable con los fallos de concentraci¨®n, pero admite cualquier error ocasional como se aceptan los gajes del oficio.Por eso ha dotado al equipo de un servicio de reparaciones. Es ah¨ª donde H¨¦ctor recupera la figura del entrenador sobre el campo y es ah¨ª donde interviene Vicente Engonga.
A falta de magos del bal¨®n, H¨¦ctor acepta, pues, el pensamiento oportunista que inventen ellos: se conforma con procurar al Mallorca un buen sistema de fontaner¨ªa, y en su visi¨®n laboral del f¨²tbol considera imprescindible el factor Engonga; la f¨®rmula consiste en hacerle ocupar el centro de gravedad y de rodearle de jugadores que mantengan su sistema de vasos comunicantes. En caso de atasco, ah¨ª aparece Engonga para despejar; en caso de desbandada, ah¨ª viene Engonga para reprender; en caso de fuga, ah¨ª llega Engonga para reparar la v¨ªa de agua.
Est¨¢ por ver si H¨¦ctor sabe dirigir estrellas, pero es un hecho que, con la complicidad de su cuadrilla de temporeros, al pobre Vialli le ha pintado la calva de verde. Le ha dejado hecho una pampa.
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