Un mal negocio
Los pagos del grupo Torras a Ernesto Aguiar siendo director general en el Ministerio de Hacienda y a Jos¨¦ Mar¨ªa Huguet, hombre fuerte de la delegaci¨®n de Hacienda en Barcelona, confirman la enorme capacidad de contaminaci¨®n de Javier de la Rosa. Por donde pasa circula el rastro de la corrupci¨®n, el perfume del que est¨¢ convencido de que con dinero todo se puede comprar, los humores del que piensa que la impunidad se gana manchando a unos y a otros. Aguiar y Huguet formaban parte del equipo de arietes del secretario de Estado Jos¨¦ Borrell que, con una propaganda fiscal agresiva, trat¨® de convencernos no s¨®lo de que ten¨ªamos que pagar nuestros impuestos, sino de que adem¨¢s lo ten¨ªamos que hacer con la alegr¨ªa que da sentirse en sinton¨ªa con el bien. Los excesos en la proclamaci¨®n de la virtud a menudo acaban revolvi¨¦ndose contra sus autores. Borrell tiene cierta reputaci¨®n de justiciero, de haber sido quien consigui¨® que por primera vez los ricos en Espa?a pagaran algo a Hacienda. Es una pena que ahora sepamos que algunos ricos pagaban menos que muchos mortales. Y que tampoco ante Hacienda ¨¦ramos todos precisamente iguales.
Las acusaciones contra Aguiar y Huguet abren un caso destinado a adquirir gran importancia. Porque toca al ¨¢rea de cercan¨ªas del candidato Borrell; porque a?ade otra sombra a la gesti¨®n socialista -y en un terreno especial en la medida en que afecta los bolsillos de todos los espa?oles-; porque puede traer cola en Catalu?a; porque abre la caja de las dudas sobre la capacidad de controlar a los controladores de nuestros dineros; porque tiene efectos desmoralizantes para quienes tratan de cumplir con Hacienda y da nuevas coartadas a los tramposos. La tardanza en reaccionar de las autoridades del Ministerio de Hacienda probablemente tiene que ver con la campa?a de la declaraci¨®n de la renta. Si el caso Piqu¨¦ ya era una invitaci¨®n a los malabarismos fiscales, con estas denuncias llueve sobre mojado. La autoridad de las instancias recaudatorias se resiente. Y ello siempre se traduce en bajas recaudatorias.
El caso crecer¨¢ tanto en lo pol¨ªtico como en lo judicial. Pero es interesante ver la paradoja de la corrupci¨®n en el sistema democr¨¢tico, que podr¨ªamos enunciar as¨ª: en la propia corrupci¨®n est¨¢ el camino que lleva a los corruptos a perder. Si repasamos la historia de las muchas denuncias de corrupciones y corruptelas que la prensa ha dado, a menudo van ligadas a los nombres de Mario Conde y de Javier de la Rosa. De modo que ha sido a trav¨¦s de ellos que han salido a la luz, en virtud de estrategias de presi¨®n o de chantaje, muchos casos que de otro modo hubiesen quedado ocultos. El pacto de intereses entre corruptor y corrupto es fr¨¢gil. Uno puede ver en la desgracia del otro su salvaci¨®n, aunque despu¨¦s acaben los dos en apuros y enfrentados.
Se puede sospechar que sin Mario Conde y sin Javier de la Rosa habr¨ªa habido menos corrupci¨®n en Espa?a. Aunque se puede sospechar tambi¨¦n que habr¨¢ que llevar a otros repartidores de dinero y de insolencia al banquillo para seguir eliminando zonas oscuras. Cualquier an¨¢lisis de un sistema pol¨ªtico debe incorporar la cuesti¨®n de la corrupci¨®n. Escandalizarse desde la beatitud de los sistemas puros no s¨®lo es pacato y rid¨ªculo, sino que es in¨²til porque s¨®lo ayuda a no entender nada. Lo relevante es que en democracia la corrupci¨®n tiene su propia l¨®gica suicida.
La luz no viene s¨®lo de la eficiencia de los mecanismos democr¨¢ticos de control, a menudo muy condicionados desde el poder, que, a pesar de ello, han funcionando aceptablemente. Muchos corruptores y corruptos que actuaban convencidos de su impunidad est¨¢n pagando sus responsabilidades. Su codicia ha hecho tanto o m¨¢s que los mecanismos institucionales para que algunos hechos salieran a la superficie. Lo cual deber¨ªa ser un aviso para futuros interesados en el negocio de la corrupci¨®n. En ella misma est¨¢ su destrucci¨®n.
Esta capacidad autodestructiva ha hecho que fracasaran algunos intentos llevados a cabo, desde el realismo pol¨ªtico y el sentido de Estado, de que determinados casos no trascendieran para evitar males mayores. Parad¨®jicamente, a veces, es la propia corrupci¨®n la que genera los mecanismos para poner en evidencia a los corruptos. Un mal negocio.
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